1 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré (Núm 6, 22-27)
- Que Dios tenga piedad y nos bendiga (Sal 66)
- Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gál 4, 4-7)
- Encontraron a María y a José y al niño. Y a los ocho días, le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 16-21)
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En este primer día del año civil, la
Iglesia nos invita a contemplar a María, la Madre del Señor, para que en ella
encontremos el camino que conduce a la paz. Ese camino está indicado en el
evangelio al afirmar que María conservaba todas estas cosas, meditándolas
en su corazón.
El corazón es el verdadero centro de la persona humana, es el lugar donde “se anudan” todas las dimensiones del hombre: su libertad, su inteligencia, su afectividad, su corporalidad. Lo que toca el corazón toca a la persona, me toca a mí, en lo más íntimo, en lo más personal de mi ser.
La actitud que María adopta es la de
dejar entrar en su corazón todo lo que la realidad le pone ante sus ojos, sin
censurar nada, sin prohibirse contemplar y acoger cualquier aspecto de la
realidad, por desconcertante o hiriente que sea. Nosotros solemos prohibir la
entrada en nuestro corazón a las realidades que nos pueden resultar hirientes,
porque no queremos sufrir. Y para ello nos cerramos, nos bloqueamos, miramos
para otro lado.
La Virgen María no miraba para otro
lado, no eludía nada de lo que la realidad ponía ante sus ojos, sino que lo
acogía todo, dejándolo entrar en su corazón, asumiendo el riesgo de que eso la
hiciera sufrir. De momento la tenía desconcertada, porque no entendía todo lo
que le estaba ocurriendo: sabía, por la fe, que el Hijo que le había sido dado
se llamaría “Hijo del Altísimo”, y que estaba destinado desde la eternidad a
recibir “el trono de David, su padre”. Pero por otro lado constataba que todo
sucedía según las pautas normales y ordinarias de la vida humana, sin que nada
permitiera suponer que el hijo que se le había dado era, en realidad, “Hijo del
Altísimo”. Pues no encontraron lugar en la posada, ni pudieron elegir el
momento y el lugar del nacimiento de su Hijo y tuvo que alumbrarlo en unas
condiciones materiales pésimas. Después llegaron los pastores y lo que ellos
decían del niño, es decir, que Él era el Salvador, el Mesías, el Señor. Pero
¿cómo se conjugaba y se armonizaba todo esto? María no lo sabía; tampoco podía
sospechar la manera concreta como su hijo realizaría su misión salvadora. Y
María no censuraba nada, lo acogía todo sin entenderlo, y esperaba
pacientemente que un día llegara la luz que lo iluminaría todo y que haría
resplandecer la belleza y la armonía del conjunto. Tendría que esperar más de
treinta años: hasta el día de Pentecostés no se armonizaría todo ello con
claridad.
Esta
actitud de acogida de toda la realidad -también de la realidad que no entiendo,
que me desconcierta, que eventualmente me hace sufrir- es la actitud necesaria
para la paz. Rebelarse, negar, censurar, menos aún, destruir y matar, no
son la solución (es lo que hizo Herodes). La solución es acogerlo todo con un
corazón paciente y reconciliado, que espera en Dios, que confía en Él, que sabe
que como Dios es Amor (1Jn 4,14), todo al final será para bien. Todo: este hijo
que me llega en un momento tan inoportuno, este hijo que nacerá con una
enfermedad incurable, este anciano que requiere de mí tanto y tanto tiempo,
este conciudadano que no piensa como yo ni practica la misma religión que yo.
Acogerlo todo en el propio corazón y abrir el corazón al amor de Dios,
confiando en que la caridad que Dios pondrá en mi corazón será más fuerte que
todo el dolor que la realidad pone en mí.
“Miriam”, el nombre hebreo de la
Virgen, significa “mar de mirra”, es decir, mar de amargura; pero la Virgen
sumergió ese mar de amargura en el océano más grande del amor de Dios. Como han
hecho siempre, y siguen haciendo, los verdaderos cristianos, los cristianos que
están siendo perseguidos en tantos lugares de la tierra, en Irak, en Siria, en
Nigeria, en la República Centroafricana, en China y que intentan perdonar y
responder al mal con el bien.
Que el Señor, por la intercesión de la Virgen María, nos conceda esta actitud de acogida y espera confiada, para que seamos constructores de paz.