La mentalidad evolucionista

El profesor D. M. S. Watson ha escrito que “la evolución es aceptada por los zoólogos no porque hayan observado que se ha producido o (…) porque se haya probado que es cierta basándose en una evidencia lógicamente coherente, sino porque la única alternativa, el creacionismo, es claramente inverosímil” . ¿Es cierto esto? ¿Acaso toda la vasta estructura del naturalismo moderno no depende de la evidencia positiva, sino solamente de un prejuicio metafísico a priori? ¿Acaso se ha concebido no para obtener datos, sino para descartar a Dios? Aunque la evolución en el sentido estrictamente biológico disponga de algunos fundamentos mejores que los que propone el profesor Watson –y no puedo evitar pensar que tiene que ser así-, deberíamos distinguir la evolución en este sentido estricto de lo que podríamos llamar el evolucionismo universal del pensamiento moderno. Con “evolucionismo universal” me refiero a la creencia de que el modelo del desarrollo universal va de lo imperfecto a lo perfecto, de unos orígenes insignificantes a un final grandioso, de lo rudimentario a lo sofisticado; la creencia que lleva a la gente a considerar lógico pensar que la moralidad proviene de unos tabús primitivos, el sentimiento adulto de una inadaptación sexual infantil, el pensamiento del instinto, lo orgánico de lo inorgánico, el cosmos del caos. Quizá este sea el hábito más arraigado en la mente del mundo contemporáneo. A mí me parece totalmente inverosímil, porque hace muy distinto el curso general de la naturaleza de los aspectos de la naturaleza que somos capaces de observar. Recuerden el viejo acertijo de qué fue antes: el huevo o la gallina. La aquiescencia moderna en torno al evolucionismo es una especie de ilusión óptica derivada de centrarse exclusivamente en la aparición de la gallina a partir del huevo. Desde niños nos han enseñado a constatar cómo el roble germina de una bellota y a olvidar que la bellota ha caído de un roble que ya ha germinado. Se nos recuerda constantemente que el ser humano adulto fue un embrión, pero no que la vida del embrión procede de dos seres humanos adultos. Nos encanta constatar que la locomotora de hoy en día desciende de la “Rocket” ; pero no recordamos que la “Rocket” no procede de un motor aún más rudimentario, sino de algo mucho más perfecto y complejo que él: concretamente, del ingenio de un hombre. La evidencia y la naturalidad que mucha gente parece encontrar en la idea de una evolución emergente se presenta como una simple alucinación.



Autor: C. S. LEWIS
Título: El poder de la gloria
Editorial: Rialp, Madrid, 2019, pp. 133-134