IV Domingo de Pascua

15 de agosto  

21 de abril de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • No hay salvación en ningún otro (Hch 4, 8-12)
  • La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular (Sal 117)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-2)
  • El buen pastor da su vida por las ovejas (Jn 10, 11-18)
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La Buena Noticia que nos da la liturgia de este domingo es que hay salvación para el hombre. “Salvación” no significa una especie de “jubilación aceptable”, es decir, una buena renta, una buena salud, no tener enemigos y estar con los que quiero. “Salvación” significa mucho más, significa un nuevo nivel de la existencia, un nuevo nivel del ser, que san Pedro expresa hablando de que estamos llamados a ser “partícipes de la naturaleza divina” (2P 1, 4).

Son palabras mayores. Ninguno de nosotros es Dios y entre Dios y cada uno de nosotros hay un abismo infranqueable. Sin embargo “salvación” significa que Dios quiere “deificarnos”, hacernos “dioses por participación” en su única y propia naturaleza divina. Así es como podemos ser llamados “hijos de Dios, pues ¡lo somos!” dice san Juan en la segunda lectura de hoy, aunque aún no se ha manifestado lo que llegaremos a ser: “seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”.

Ser “hijo de Dios” significa parecerse a Dios, ya que los hijos se parecen siempre a los padres (aunque a veces los padres piensen y digan que no). Dios es humilde, es generoso y magnánimo, es casto y puro y se complace en perdonar. Él quiere “salvarnos”, es decir, hacer de nosotros seres parecidos a Él: hombres y mujeres humildes, generosos y magnánimos, castos, puros y llenos de misericordia.

A esta salvación nos conduce el Señor como un “buen pastor”. El buen pastor ama a las ovejas y se preocupa de ellas, de su crecimiento y bienestar, no porque así recibe un salario de dinero, sino porque las ama y quiere que las ovejas sean, que crezcan, que alcancen su propia plenitud. Uno no se hace sacerdote “para ganar un sueldo”, sino para dar su vida por las ovejas como hace Cristo, el sumo y eterno sacerdote, y para compartir el gozo y la alegría de Cristo, que consiste en que sus ovejas sean, crezcan y lleguen a su plenitud, que consiste en llegar a ser “partícipes de la naturaleza divina”.

El sacerdocio ministerial posee una gran belleza: la de hacer presente a Cristo para que los hombres lo puedan encontrar y abrazarse a Él, que es el único que salva, como dice san Pedro en la primera lectura de hoy: “bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. Jesús es la piedra que desecharon los arquitectos (es decir, los constructores de la sociedad, los que “planifican” como tiene que ser este mundo, los que hacen ingeniería social etc. etc.) y que se ha convertido en “piedra angular” (la piedra que termina el edificio, que lo remata, que lo ordena por completo); “ningún otro puede salvar” sigue diciendo Pedro.

¿Por qué “ningún otro puede salvar”? La respuesta nos la da Jesús al decir: “Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla”. ¿Hay alguien que pueda decir esto sin mentir? Estas palabras significan que Jesús es Dios: sólo Dios puede disponer de la vida con esta soberanía y libertad. Y por eso sólo Él puede salvar, Él que está libre de la necesidad de morir y que ha muerto libremente por nuestra salvación.

Demos gracias a Dios por habernos dado a su propio Hijo como buen pastor para nosotros, y abracémonos fuertemente a Él. Que nada ni nadie nos separe de Él, fuera del cual no hay salvación.