III Domingo de Pascua

15 de agosto 

14 de abril de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos (Hch 3, 13-15. 17-19)
  • Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro (Sal 4)
  • Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero (1 Jn 2, 1-5a)
  • Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día (Lc 24, 35-48)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

En el Evangelio que acabamos de escuchar vemos cómo los discípulos no acaban de creer que Cristo ha resucitado, a pesar de que lo tienen delante de ellos y pueden verlo y tocarlo. Sin embargo ellos piensan más bien que es un fantasma, un producto mental pero sin consistencia carnal, corporal. Por eso Jesús les muestra las manos y los pies, les invita a que le toquen (“palpadme”); pero no basta. Entonces el Señor les pide algo de comer y come un trozo de pez asado delante de ellos; pero tampoco basta. Los discípulos permanecen en silencio, no acaban de creerlo, no le confiesan como al Señor resucitado.

Entonces Jesús les explica que su crucifixión y resurrección es el cumplimiento “de todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí”. San Lucas nos entrega a continuación la clave de la situación: “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Cristo resucitado ha abierto el entendimiento de su Iglesia, para que ella comprenda las Escrituras y, de ese modo, comprenda quién es Él, porque para conocer quién es Jesús es imprescindible reconocer en él la realización del designio salvador de Dios. Dicho de otra manera, es imprescindible el conocimiento y la comprensión profunda del Antiguo Testamento. De lo contrario no se puede saber quién es Jesús. Porque Jesús no es una especie de meteorito caído del cielo, sino Aquél que da cumplimiento a todo lo anunciado en el Antiguo Testamento. Esta gracia de iluminación del entendimiento para comprender la Sagrada Escritura la ha recibido la Iglesia y no el individuo aislado. Por eso hay que leer la Sagrada Escritura siempre con los ojos de la Iglesia, que es la Esposa del Señor, iluminada y esclarecida por Él: sólo quien lee las Escrituras con los ojos de la Esposa la lee correctamente. Y entonces entiende quién es Jesús.

Mientras no se recibe esta gracia “no se comprende” y se actúa por ignorancia, que fue como actuó el pueblo de Israel al entregar a Jesús a Pilato, cuando éste ya había decidido soltarlo, tal como afirma Pedro en la primera lectura de hoy. La “ignorancia” impide ver que Jesús es el Mesías, Aquel por quien el Padre del cielo va a operar la salvación del mundo. Entonces se piensa que es un “exaltado” más de los muchos que hay en la historia y que puede ser tranquilamente canjeado por cualquier cosa, por Barrabás, por ejemplo. Es una monstruosidad, pero fue realizada “por ignorancia”. San Pedro nos dice que Dios se sirvió de esta ignorancia para realizar su designio de salvación, según el cual “el Mesías tenía que padecer”. Así se realiza el plan de Dios y se ofrece a todo el mundo el perdón de los pecados, tal como afirma San Juan en la segunda lectura.

Para acogerse a ese perdón, a esa “absolución general” que Dios ha dado al mundo entero en la muerte y resurrección de Jesucristo, es necesaria la conversión, es decir, la voluntad y la determinación de vivir “según sus mandamientos”. Hace falta renunciar a la mentira que sería decir “yo le conozco”, es decir, yo confieso que Jesús es el Salvador del mundo pero yo vivo como si no lo conociera, como si sus palabras no indicaran un camino diferente al que indica el mundo. No. Hay que intentar vivir como Él nos ha dicho que hemos de vivir -en su amor: “amaos como yo os he amado”- y no resignarse a la mentira de proclamarle Mesías y Salvador y vivir como viven quienes no le conocen.