III Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

21 de enero de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Los ninivitas habían abandonado el mal camino (Jon 3, 1-5. 10)
  • Señor, enséñame tus caminos (Sal 24)
  • La representación de este mundo se termina (1 Cor 7, 29-31)
  • Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 14-20)
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El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que inicia su ministerio anunciando la Buena Noticia, diciendo que “se ha cumplido el plazo” y ya “está cerca el Reino de Dios”, es decir, que Dios, por fin, ha empezado a construir su Reino, a introducirlo en la historia. Jesús dice que está sucediendo algo y nos pide, en consecuencia, dos cosas: que creamos de verdad que eso (la introducción de su Reino en la historia humana) está sucediendo, y que nos convirtamos, es decir, que reajustemos nuestra vida, que cambiemos la orientación de nuestra vida, en función de este acontecimiento.

Lo que está sucediendo es objeto de fe, hay que “creerlo”, porque no es algo evidente que se imponga por sí mismo a los ojos de todos. Porque Dios está introduciendo su Reino en la historia humana, pero al modo de un germen, de una semilla muy pequeña (“grano de mostaza”), de una levadura. Por eso Jesús nos pide que “creamos” esta Buena Noticia.

Nos pide también la “conversión” que consiste, ante todo, en lo que nos ha recordado la segunda lectura de hoy: en una relativización de las estructuras de este mundo. Puesto que, si es verdad que Dios ha empezado a introducir su Reino en la historia humana, entonces todo debe ser subordinado a este acontecimiento extraordinario y, por lo tanto, ya no hay que absolutizar las realidades mundanas. En consecuencia “que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran … porque la apariencia de este mundo se termina”. Es decir, “este mundo”, este orden de cosas (las formas culturales, las leyes sociales, políticas, económicas etc.), que nos parece tan sólido y consistente, es en realidad provisional y sus días están contados. Por tanto sería un error absolutizar las estructuras de este mundo que está caducando ante el Reino de Dios.

Y es en el contexto de este anuncio y de esta predicación de Jesús, como el Señor llama a sus primeros discípulos. San Marcos es como un pintor que dibuja un boceto, que construye un esquema esencial: narra las cosas según su esencia, sin adornarlas demasiado ni entrar en excesivos detalles. Y sin embargo, en su esquematismo, san Marcos nos dice muchas cosas.

Nos dice, en primer lugar, que la iniciativa de la llamada viene siempre de Dios, de Jesús, que es Él quien llama: nadie puede arrogarse por sí mismo el título de discípulo de Jesús, de cristiano, si no es previamente llamado por Cristo.

En segundo lugar nos recuerda que la llamada de Jesús posee una fuerza transformadora, creadora de un hombre nuevo, si es acogida con fe, si es obedecida: “os haré pescadores de hombres”.

En tercer lugar nos recuerda que la llamada de Dios exige una ruptura, un abandono, de realidades muy importantes, como son la profesión y la familia: “dejaron las redes (…) dejaron a su padre Zebedeo con los jornaleros”. Es cierto que Dios no pide a todos estas rupturas; pero es igualmente cierto que todos tenemos que estar dispuestos a hacerlas si el Señor nos las pidiera. Familia y profesión son también realidades que pertenecen a este mundo que pasa y que tienen que ser relativizadas ante Dios y su Reino.

En cuarto lugar nos enseña que el primer contenido de la llamada es pedirles que se vayan con Él, que vivan con Él. Por eso Marcos dice: “lo siguieron (…) se marcharon con Él”. Más adelante lo expresa de una manera más contundente: “Llamó a los que Él quiso (…) para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14). Lo primero a lo que llama el Señor es a “estar con Él”; después ya irán a predicar. Por eso la vida cristiana se describe como un “seguimiento” de Jesús; es Él quien marca el camino, pero no nos dice de antemano cómo va a ser ese camino; lo único que nos dice es “ven conmigo”. El seguimiento no es un contrato laboral en el que se especifican los deberes y los derechos de cada uno, es una historia de amor en la que lo único de verdad importante es estar juntos, estar con Él. El cristianismo es, ante todo, amistad con Cristo, intimidad con Cristo. Por eso es tan importante la oración silenciosa, el saber “quemar tiempo” ante el Señor.

En quinto y último lugar la llamada del Señor nos introduce en la comunidad de todos aquellos a los que Él también ha llamado y están con Él. Y así uno, por seguir a Jesús, se encuentra con una serie de gente con la que, tal vez, de otro modo, nunca se habría encontrado. Y esa gente se convierte poco a poco para él en una gente muy especial, porque es la gente que está dispuesta a vivir y a morir por Cristo. Esa gente se llama Iglesia, y es la nueva familia, creada por Jesús, como semilla y anticipo de su Reino. Que el Señor nos conceda un corazón lleno de agradecimiento por habernos llamado, por poder estar juntos, con Él. Que así sea.