Las extrañas profundidades del corazón

(El texto muestra las reflexiones de Yevguenia Nikoláyevna cuando está viviendo un encuentro amoroso con un brillante coronel del ejército soviético, Nóvikov, que es su nuevo amor, al que ella se entrega de corazón. Pero precisamente en lo más bello de esa entrega le viene a la mente la situación de su antiguo marido, Nikolái Grigorevich Krímov, del que ella se acaba de divorciar, un comunista convencido, de los de la primera hora, compañero de Lenin y de Trotski, que actualmente ejerce de comisario político en el ejército que está defendiendo Stalingrado. Y descubre en lo más profundo de sí misma la voluntad decidida de seguir amándolo, si cae en desgracia)

A Yevguenia le asaltó la imagen de la cabeza despeinada de Krímov. Dios, ¿era posible que se hubieran separado para siempre? Y precisamente en aquellos minutos de felicidad la idea de no volver a verle jamás le pareció insoportable.

Por un instante tuvo la impresión de que iba a reconciliar el tiempo presente, las palabras del hombre que ahora la besaba, con el tiempo pasado; que estaba a punto de comprender el curso secreto de su vida, que vería aquello que nunca le había sido dado ver: las profundidades de su propio corazón, allí donde se decide el destino.

Yevguenia hubiera querido hablarle de la piedad que sentía hacia Krímov, al que había abandonado; ahora él no tenía a nadie a quien escribir, ni casa a la que acudir, sólo le quedaba la melancolía, una melancolía sin esperanza, y la soledad. Increíble… Le parecía revivir su ruptura con Krímov. En el fondo siempre había creído que todo se arreglaría, que podría volver al pasado. Y aquello la tranquilizaba. Pero ahora que se sentía avasallada por una fuerza nueva, volvía la inquietud, el tormento. ¿De veras aquello era para siempre? ¿Es posible que fuera irreparable? Pobre, pobre Nikolái Grigorevich. ¿Qué había hecho para merecer tanto sufrimiento?

-¿Qué va a ser de nosotros? –preguntó.

-Te convertirás en Yevguenia Nikoláyevna Nóvikova –respondió él.

Ella se echó a reír, mirándole fijamente.

-Pero tú eres un extraño, un perfecto extraño para mí. ¿Quién eres en realidad?

-Eso no lo sé. Pero tú eres Nóvikovna, Yevguenia Nikoláyevna.

En ese momento Yevguenia dejó de contemplar su vida desde aquella atalaya. Le sirvió agua caliente en una taza y preguntó:

-¿Un poco más de pan?

Luego de repente añadió:

-Si le pasa algo a Krímov, si le mutilan o lo meten en la cárcel, volveré con él. Tenlo en cuenta.

-¿Por qué iban a meterlo en la cárcel? –preguntó él con aire sombrío.

-Nunca se sabe. Es un viejo miembro del Komitern, Trotsky le conocía y una vez, leyendo uno de sus artículos, exclamó: “¡Es puro mármol!”.

Por alguna razón quería que Nóvikov comprendiera que Krímov era un hombre inteligente y lleno de talento, que le tenía cariño, más aún, que le amaba. No es que quisiera ponerle celoso deliberadamente, pero estaba haciendo todo lo posible para despertar sus celos. Incluso le había contado a él, y sólo a él, lo que Krímov le había dicho a ella, y sólo a ella: las palabras de Trotsky. “Si esta historia hubiera llegado a oídos de cualquier otro, probablemente Krímov no hubiera sobrevivido al terror del 37”. Su sentimiento hacia Nóvikov le exigía una confianza plena y por ese motivo le confiaba el destino de un hombre al que había ofendido.

Nóvikov no pensaba ni en el futuro ni en el pasado. Era feliz. No le espantaba ni siquiera la idea de que en pocos minutos se separarían. Estaba sentado a su lado, la miraba… Yevguenia Nikoláyevna Nóvikova… Era feliz. Poco importaba que fuera joven, bella, inteligente. La amaba de verdad. Al principio no se atrevía a soñar en que se convertiría en su mujer. Luego lo soñó muchos años. Pero ahora, como antes, reaccionaba a sus sonrisas y palabras irónicas con temor y humildad. Sin embargo, se daba cuenta de que había nacido algo nuevo.

Se estaba preparando para partir y ella le seguía con la mirada.

-Ha llegado la hora de que te unas a tus valientes compañeros y para mí de lanzarme a las olas que rompen.

Mientras Nóvikov se despedía, comprendió que ella no era tan fuerte, que una mujer es siempre una mujer, aunque Dios la haya dotado de un espíritu lúcido y burlón.

-Quería decirte tantas cosas, pero no he dicho nada –decía ella.

Pero no era cierto. Durante el encuentro, había comenzado a perfilarse lo más importante, aquello que decide el destino de las personas. Él la amaba de verdad.


Autor: Vasili GROSSMAN

Título: Vida y destino

Editorial: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007, (pp. 416-419)



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