Belleza y bondad

Aquellos que están habitados por las cualidades que acabamos de mencionar  consiguen conservar su nobleza y dignidad en la adversidad. Sus figuras brillan con una extraña belleza que nos conmociona y nos confunde, irradian una luz que procede de la belleza del alma. Todos los santos, anónimos o conocidos, se cuentan entre los tipos más bellos de la humanidad. Se trata de una belleza conmovedora, consoladora, que no declina. Entre los más conocidos, limitándome al cristianismo, pienso en un Francisco de Asís, en un Vicente de Paúl, en un Carlos de Foucauld, en las tres Teresas, la gran Teresa, la pequeña Teresa y la madre Teresa. Entre ellos muchos tienen el rostro curtido surcado de arrugas causadas por el sol exterior y la llama interior, y, al mismo tiempo, de ellos emana una dulzura luminosa porque poseen un lazo íntimo con la transcendencia. Se sabe que la transcendencia en cuestión, a los ojos de estos santos, no es una entidad vaga e impersonal. Se trata del Dios vivo y único, fuente de lo verdadero, lo bueno y lo bello. Lo que estos santos adoran no es en modo alguno un estar delante de, sino un rostro, una presencia. Un rostro cuyo contorno no pueden identificar, ya que es muy cierto que dicho rostro contiene una gran parte de aura invisible. Presencia a la vez íntima y distante: íntima porque se encuentra en el fundamento de todos los seres; distante, porque es promesa en sí misma, exigencia en sí misma. Doble modo cuya necesidad comprenden todos los santos prendados de pasión mística, ya que saben que la proximidad excesiva a esta presencia divina los consumiría. No olvidan que los apóstoles se postraron en el momento de la Transfiguración de Cristo. Mientras tanto, permanecen arrodillados, dejándose inundar por la fuente de lo bueno y lo bello. Entonces se vislumbra a través de ellos una belleza que ya no es la del galán o del top-model; es una belleza, como hemos dicho, infinitamente más conmovedora y duradera, la belleza del alma que esparce sin contar los dones beneficiosos de la bondad. ¿Por qué todos los enamorados son bellos? El motivo nos parece evidente: al amar, ven sus capacidades para la bondad y la belleza exaltadas por la presencia del otro. Entonces, ¿por qué limitarnos únicamente a los enamorados? ¿Por qué no ampliar afirmando alto y claro: cualquier rostro humano, cuando está habitado por la bondad, es bello?



Autor: François CHENG

Título: Mirar y pensar la belleza

Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2020, (pp. 43-45)