6 de marzo de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Profesión de fe del pueblo elegido (Dt 26, 4-10)
- Quédate conmigo, Señor, en la tribulación (Sal 90)
- Profesión de fe del que cree en Cristo (Rom 10, 8-13)
- El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado (Lc 4, 1-13)
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“El Espíritu lo fue llevando por el
desierto, mientras era tentado por el diablo”. Estas palabras del evangelio de
hoy nos describen la situación en la que vive siempre el cristiano: impulsado
por el Espíritu Santo hacia el desierto, es decir, hacia la dificultad, es, al
mismo tiempo, tentado por el diablo. El Espíritu Santo nos anima a entrar en el
desierto, es decir, a afrontar la dificultad de una vida centrada en Dios (el
desierto es, en efecto, el lugar donde el hombre se siente perdido y abandonado
y descubre que sólo tiene a Dios); y el diablo aprovecha esta dificultad para
tentarnos. Nosotros fácilmente sucumbimos a la tentación; sin embargo Cristo
supo mantener la justa relación con Dios en medio de la tentación. Contemplemos
a Cristo siendo tentado, para aprender de él la manera de no sucumbir a la
tentación.
Las dos primeras tentaciones se refieren a la jerarquía de valores que debe presidir nuestra vida, exactamente a su vértice, al valor primero, al que debe ser atendido en primer lugar. La primera tentación a la que fue sometido Jesús consiste en afirmar que “lo primero es vivir”, es decir, que la vida, la subsistencia biológica, es el valor supremo y que, en consecuencia, todo debe ser sometido a ella: con tal de obtener pan, de seguir vivos, hay que hacer lo que sea. La versión popular de esta tentación consiste en decir: “la salud por encima de todo”.
¿Qué piensa Jesús al respecto? El
Señor piensa que no, que por encima de
todo está Dios y sólo Dios, y que la vida del hombre no está sólo hecha de
biología, de subsistencia física, sino, ante todo, de relación con Dios; que el
hombre no es sólo el animal más complejo de la creación sino que es mucho más:
es el ser creado para ser “amigo de Dios”, para entrar en comunión con Él. Por
eso la jerarquía de valores que Jesús nos propone no dice que “lo primero es la
salud”, sino que lo primero es “buscar el reino de Dios” y que todas las demás
cosas, incluida la salud, se nos darán “por añadidura”. Pues para que el hombre
sea hombre -y no un animal de engorde- lo primero que necesita es a Dios.
La segunda tentación a la que fue
sometido el Señor dice así: “lo primero
es triunfar”. Si no triunfas en la vida, ¿para qué quieres vivir? ¿Para
estar ahí vegetando, subsistiendo miserablemente, sin tener ninguna relevancia
social? No. La vida es para triunfar, para afirmarse, para obtener relevancia,
para no quedarse ahí parado, para ascender, para superarse, para obtener “el
poder y la gloria”. El poder significa aquí el dominio sobre las
personas: el que los demás me reconozcan, me consideren, me teman; el que mis
deseos sean aceptados y satisfechos por los demás. La gloria es la
hinchazón del ego que se deriva del poder, es la vanidad, poderosa señora a
cuyos encantos fácilmente sucumbimos todos.
El evangelio de hoy dice sin ambages
que el poder y la gloria así entendidos son demoníacos, y que el precio
que se paga para obtenerlos es doblar la rodilla ante el diablo (“vender su
alma al diablo”). Al demonio le encanta disponer de las personas como si fueran
cosas, arrastrarlas, venderlas, entregarlas, como si se tratara de objetos sin
valor, pues él odia a los hombres, ya que les tiene envidia (Sb 2,24). Cuando
nosotros cedemos a nuestras pasiones nos hacemos esclavos del diablo y él nos arrastra como un cascarón de nuez en
la corriente del río, y nos “separa” de Dios, de los demás y de nosotros
mismos, de nuestro verdadero ser. Dios, en cambio, nunca dispone de las
personas como cosas, sino que llama siempre a nuestra puerta y respeta nuestra
libertad: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre
la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). El Señor
llamaba a los hombres, no los arrastraba.
La respuesta de Jesús es contundente y
dice así: sólo doblo la rodilla ante Dios, es decir, “mi alma, mi
corazón, es de Dios y sólo de Él”.
La tercera tentación es la tentación
“científica”: pretende verificar si la “hipótesis Dios” funciona, y para ello
diseña un “experimento” que permita comprobarlo. Se trata de imponer a Dios un modo de manifestarse
para verificar, de esa manera, que Él cumple efectivamente su palabra. Es la
tentación que nosotros podemos tener cuando le pedimos a Dios algo que deseamos
mucho: pensar que, si de verdad Él nos ama, si de verdad es nuestro Padre, nos
lo tiene que dar en el modo, el tiempo y la manera que nosotros queremos.
Jesús, en cambio, afirma que no hay que imponer a Dios ningún modo para que Él se manifieste, sino dejarlo libre para que manifieste su amor como Él quiera. Es una cuestión de confianza: “Buscad al Señor con corazón sincero, pues se deja encontrar por los que no exigen pruebas y se manifiesta a los que no desconfían de él” (Sb 1,1-2).