Viernes de la V Semana de Cuaresma

3 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)







Pedir dando gracias (Jr 20, 10-13)

Jeremías está viviendo una de las peores experiencias que podemos vivir los hombres, la de la traición, el amargo descubrimiento de que aquellos que considerábamos nuestros amigos, están llenos de resentimiento hacia nosotros, y acechan nuestro traspiés para someternos y vengarse de nosotros. Y en esa situación, Jeremías se encomienda al Señor con tanta confianza que, en la misma oración de súplica, alaba y da gracias al Señor por la liberación que está suplicando, ¡tan seguro está de ella!. Así ora el cristiano. “Presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de acción de gracias” (Flp 4, 6). Y de ese modo la paz de Dios custodiará nuestros corazones en Cristo Jesús.

Pertenecer a Otro (Jn 10, 31-42)

En el conflicto entre Jesús y las autoridades judías, estas últimas ponen todo el énfasis en la persona de Jesús que, siendo un hombre, “se hace Dios”, mientras que a Jesús no le importa tanto su propia relevancia cuanto el que resplandezca la gloria, es decir, la belleza, de Otro, del Padre del cielo. Por eso dice “aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre”. Porque Jesús hace sus obras “por encargo de mi Padre”. A Jesús no le importa su propia persona sino que, a través de su vida y de sus obras, se trasparente el rostro bendito del Padre del cielo, se perciba su belleza, se vea que “Dios es Amor” (1Jn 4, 8). Jesús no se pertenece a sí mismo sino al Padre y se entregará a la muerte para manifestar el rostro del Padre, que es Amor.

Orar por los cristianos perseguidos

Las restricciones a la libertad de movimientos que sufrimos estos días, el discurrir de la vida entre las paredes de nuestra casa, sin poder salir de ella, puede ayudarnos a orar por los cristianos que son perseguidos a causa de su fe y que son encarcelados en pequeñas celdas en las que se pueden dar muy pocos pasos y son privados del contacto con sus familiares y amigos. En esa fosa creada por la soledad y el aislamiento, acompañada a menudo de vejaciones y malos tratos, de violencia cruel, ellos gritan al Señor: “Desde lo hondo a ti grito, Señor, Señor escucha mi voz, ¡estén tus oídos atentos al clamor mi súplica!” (Sal 129, 1-2). Unamos nuestra voz a la suya pidiendo la liberación para todos.