Martes de la Octava de Pascua

14 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús (Hch 2, 36-41)
  • La misericordia del Señor llena la tierra (Sal 32)
  • He visto al Señor y ha dicho esto (Jn 20, 11-18)
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“Al oír esto se les traspasó el corazón” (He 2, 36-41)

Lo que hizo que se les traspasara el corazón fue comprender de momento la increíble ceguera en la que habían estado y actuado gritando “¡crucifícale!”, pidiendo a Pilatos la muerte de Jesús. La percepción de la disonancia tan profunda entre su actuar humano y la voluntad de Dios, hace que su corazón se quiebre y que, con toda humildad, pregunten a Pedro y a los demás apóstoles lo que tienen que hacer. Y entonces empieza para ellos una vida nueva, un nuevo inicio. Porque todo empieza con el corazón traspasado. Si el corazón no está traspasado por la conciencia de la tremenda inadecuación que hay entre mis pensamientos y los de Dios, entonces no hay conversión y no puede haber bautismo con el perdón de los pecados y el don de una vida nueva. Pero cuando el corazón se quiebra ante Dios, entonces todo es posible. “Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor” (Sal 50, 19).

“Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 11-18)

Tanto los ángeles como el mismo Señor preguntan a María Magdalena por el motivo de su llanto, que no es otro que la ausencia del cuerpo del amado de su corazón; porque todo lo que tenga que ver con Él, es precioso para María. Ella no puede resignarse a que desaparezca algo suyo –y menos todavía su cuerpo- como si fuera algo que no tiene importancia: “dime donde lo has puesto y yo lo recogeré”. Y entonces Él pronunció su nombre –“¡María!”- y ella comprendió enseguida que era Él, porque nadie jamás había pronunciado su nombre con tanta pureza, con ese desprendimiento total de quien no quiere nada de ella, salvo que ella sea. Que eso es el Amor.

Emergencia sanitaria: Veni Creator Spiritus

Se está abordando esta crisis sanitaria con una mirada puramente horizontal, con la preocupación por la salud y por la vida entendida de manera puramente biológica. Pero el hombre es más que un ser vivo, y la salud del hombre no es la de un primate más; requiere cosas que no están en el mercado: la Verdad, la Bondad, la Belleza, la relación con el Misterio, la Transcendencia. De lo contrario no hay hombre, sino un producto un poco más sofisticado de la evolución, el mono desnudo. Cuando Dios creó al hombre le dio algo de su “aliento” (Gn 2, 7). Ese aliento es el Espíritu Santo y sin Él no hay ser, no hay curación, no hay hombre. Veni Creator Spiritus.