Jueves de la III Semana de Pascua

30 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)







Lo esencial del cristianismo (He 8, 26-40)

Lo esencial del cristianismo es Cristo, es su entrega sacrificial por nosotros -por la salvación del mundo- en la cruz, su resurrección, su ascensión al cielo y la efusión del Espíritu Santo. Y que si uno cree todo esto en su corazón y lo confiesa con sus labios, recibe la salvación de Dios (cf. Rm 10, 9). Todo esto se puede explicar en muy poco tiempo, en un trecho del camino, mientras se está viajando, sobre todo si el viajero está leyendo los poemas del servidor sufriente de Isaías. Así lo hizo Felipe con el eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía. Y el eunuco creyó y fue bautizado al instante. Ya habría después tiempo para la catequesis, para profundizar en el significado del kerigma. Lo esencial del cristianismo es la fe en Cristo, la relación personal, única e insustituible, de cada uno con Él, adhiriendo a lo que Él ha hecho por nosotros y entregándole el propio corazón.

“Mi carne por la vida del mundo” (Jn 6, 44-51)

Todo el que es de Dios, todo el que escucha a Dios y aprende, acaba llegando a Cristo, porque Cristo es la Palabra que Dios ha dado al mundo, el don de Dios para la salvación de los hombres. El cristianismo es esencialmente “carnal”, de la carne de Cristo, que es el pan que Dios nos ha dado para tener vida eterna. Esta “carnalidad” del cristianismo hace imprescindible el encuentro real con el Señor, tan real como para poder decir “lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida” (1Jn 1, 1). Y para que ese encuentro real con Él sea posible, el Señor nos ha dejado los sacramentos, que son los lugares donde Él nos encuentra, nos toca, nos sana, nos perdona, nos comunica su vida. No hay cristianismo virtual, no se pueden recibir los sacramentos por teléfono o por internet. Hay que tocar y comer la carne del Señor.

Emergencia sanitaria: El papel salvífico del sufrimiento

“Sufrir –escribía san Juan Pablo II desde su cama en el hospital después del atentado- significa hacerse particularmente receptivos, especialmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo”. En efecto, la cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano, tanto físico como moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimido en raíz desde que el Hijo de Dios lo ha tomado sobre sí. ¿Cuál es la prueba más segura de que la bebida que alguien te ofrece no está envenenada? Es si él bebe delante de ti de la misma copa. Así lo ha hecho Dios: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta las heces. Así ha mostrado que éste no está envenenado, sino que hay una perla en el fondo de él, nos ha recordado el P. Cantalamessa este Viernes Santo. Esa perla es el Amor.