Sábado de la Octava de Pascua

18 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)







“Lo que hemos visto y oído” (He 4, 13-21)

La curación del tullido de la puerta Hermosa del Templo de Jerusalén, con el posterior discurso de Pedro, provocó la adhesión a la fe de unos cinco mil hombres (He 4, 4). Eso hizo que el Sanedrín se inquietara y recurriera a las amenazas para prohibir severamente a los apóstoles “predicar y enseñar en el nombre de Jesús”. Pedro y Juan respondieron diciendo que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y que ellos no podían dejar de contar “lo que hemos visto y oído”. Y es que se trata ante todo de eso, de unos hechos, de un acontecimiento llamado Jesús de Nazaret, en quien la fuerza de Dios ha irrumpido e irrumpe en la historia de los hombres generando una humanidad nueva. Ser cristiano es adherir a esos hechos, a ese acontecimiento, a esa Persona, antes que adherir a una doctrina. 

“Primero a María Magdalena” (Mc 16, 9-15)

Siete es el número que en la Biblia significa el infinito, una multitud incontable, una plenitud, un exceso. Y siete habían sido los demonios que Cristo había expulsado de María Magdalena. Así como el médico siente un cariño especial por el enfermo que estaba desahuciado y ha conseguido sanar, así el Señor siente una ternura especial por aquella mujer que estaba prisionera de los demonios –de muchos demonios- y que, por el encuentro con Él, había sido liberada. Y para confirmarle que su liberación no corre peligro, que no ha sido temporal ni pasajera sino definitiva, se le aparece a ella la primera, para que vea que su liberador ha vencido incluso al poder de la muerte. La miseria del hombre provoca la misericordia de Dios, y la superación de esa miseria es la alegría del Resucitado.

Uno de los mayores sacrificios

No es lo mismo un retrato –literario, pictórico, fotográfico, etc.- de un ser amado, que la presencia misma, real, del ser amado. El Señor Jesús nos ha dejado distintas formas de presencia suya en medio de nosotros: sus palabras, su presencia en el prójimo -sobre todo en cuanto pobre y necesitado-, su presencia en los sacramentos como gestos suyos hacia nosotros para nuestra salvación. Pero se ha quedado Él mismo en persona, en medio de nosotros, con su cuerpo y con su alma, con su humanidad y su divinidad, en su presencia eucarística, dando un sorprendente contenido a sus palabras: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Yo estoy. Y ahí está, en el sagrario. En todos nuestros templos se podría poner un cartel que dijera lo que Marta le dijo a María: “El Maestro está ahí y te llama” (Jn 11, 28). No poder acceder con plena libertad a esta forma –la más completa- de su presencia es uno de los mayores sacrificios que nos impone esta situación.