Viernes de la Octava de Pascua

17 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • No hay salvación en ningún otro (Hch 4, 1-12)
  • La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular (Sal 117)
  • Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado (Jn 21, 1-14)
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El cristianismo no es un humanismo (He 4, 1-12)

Buda, Confucio, Lao Tse, los que escribieron los Veda y tantos y tantos otros han sido grandes hombres espirituales en la historia de la humanidad, hombres llenos de sabiduría espiritual, cuyas enseñanzas ayudan a desarrollar la propia humanidad, encaminándola hacia su plenitud humana, plenitud siempre tan lejana, que fácilmente el hombre la llama salvación. Pero cuando Pedro habla de salvación no está pensando en era plenitud, sino en algo distinto, en la resurrección de los muertos, cosas que ninguno de los grandes hombres citados ha concebido jamás. El cristianismo no es un humanismo, un camino de perfección de lo humano, sino la acogida de un don divino que viene de más allá del hombre y de cuanto el hombre pueda imaginar, como un regalo del cielo que se nos da en Cristo y solo en Él: “bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos”.

Simón Pedro estaba desnudo (Jn 21, 1-14)

Simón y sus compañeros habían salido a pescar porque pensaban que con la muerte de Cristo todo había terminado y que, en consecuencia, convenía volver a lo que sabían hacer antes de conocer a Jesús, a lo que siempre habían hecho antes de encontrarse con Él. Estaban actuando como si Cristo no hubiera resucitado. Y cuando el hombre vive como si Cristo no hubiera vencido a la muerte, el hombre queda desnudo de su dignidad más alta, que es la de llevar el sello de Dios, la de poseer la esperanza de la gloria (Col 1, 27), la de saberse hijo de Dios (Rm 8, 16) y coheredero de Cristo (Rm 8, 17) por pura gracia. Entonces lo único que puede hacer es gestionar, del mejor modo que pueda y sepa, su relación con el mundo y con los demás, en el caso de Pedro y de sus amigos, pescando. Pero cuando suena la buena noticia –“es el Señor”- entonces Pedro recupera su túnica, es decir, recupera su dignidad más alta, su esperanza y se echa al agua. Podemos echarnos al agua si sabemos que en la orilla nos espera el Señor.

Ellos nos llevan a nosotros

En estos días en que no podemos reunirnos en el templo para celebrar los sagrados misterios, en que no podemos hacer procesiones, ni organizar peregrinaciones, ni recibir los sacramentos con normalidad. En estos días en que es difícil encontrar un sacerdote para confesarse y acceder al templo es una aventura arriesgada, pienso en los cristianos perseguidos durante largos años, que han tenido y tienen que vivir su fe con unas restricciones como las que ahora padecemos nosotros y en unas condiciones mucho más duras que incluyen la cárcel o los trabajos forzados, cuando no la tortura y las vejaciones de todo tipo. Y me doy cuenta de que somos unos privilegiados, tal vez porque nuestra flojera espiritual es tan grande que no podríamos ser fieles en unas condiciones tan duras como las de ellos. Y pienso que son ellos quienes nos llevan a nosotros, prolongando el misterio de la pasión de Cristo: “Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba” (Is 53, 4)