Jueves de la V Semana de Cuaresma

2 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Serás padre de muchedumbre de pueblos (Gén 17, 3-9)
  • El Señor se acuerda de su alianza eternamente (Sal 104)
  • Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día (Jn 8, 51-59)
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La alianza que es don (Gn 17, 3-9)


La palabra “alianza” evoca siempre en nosotros la idea de un pacto, de un contrato, de un compromiso recíproco entre quienes hacen alianza. Por eso llama la atención que Dios se comprometa a darle a Abrán una fecundidad inesperada y tan grande que ya no se llamará Abrán sino Abrahán porque “será padre de muchedumbre de pueblos”, a darle a él y a su descendencia la posesión perpetua de la tierra de Canaán y a ser siempre “su Dios”, es decir, a responderle siempre como tal, a no ocultarle su rostro, a no romper nunca la relación con él y su descendencia. Y surge la pregunta: ¿y qué tiene que poner por su parte Abraham? La desconcertante respuesta es: nada, tan solo “guardar la alianza”, es decir, tener fe en ella, creer siempre en la fidelidad de Dios incluso por encima de nuestras infidelidades a Él: “si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo” (2Tm 2, 13).

“¿Por quién te tienes?” (Jn 8, 51-59)

Jesús afirma que quien guarde su palabra no verá la muerte para siempre. Y esta afirmación parece a los judíos, con toda razón, absolutamente desproporcionada. Porque las palabras del hombre no tienen fuerza ni poder para romper el carácter definitivo de la muerte y convertirla solo en un episodio pasajero. Pero el hombre que pronuncia esas palabras no es un hombre cualquiera, es Dios que se ha hecho hombre, y por lo tanto su pretensión es verdadera: “antes que Abrahán existiera, yo soy”. Los judíos comprenden perfectamente lo que esas palabras significan y por eso quieren apedrear a Jesús, al considerar que está blasfemando. El conflicto está servido. “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69).

Emergencia sanitaria: El ángelus con el templo cerrado y vacío

En este tiempo de cruz y de gracia, a las doce de la mañana, con el templo vacío y cerrado, suenan las campanas recordando el momento único de la historia de la humanidad, en el que Aquel que es el origen, el fundamento y el término de todo, Aquel cuya mirada rige el curso de los astros y el devenir del universo entero, pidió humildemente permiso a una joven mujer en Nazaret, para hacerse hombre en su seno, para tomar de ella nuestra carne y rescatarnos con ella, por su muerte y resurrección, de nuestra condición mortal. Y en el silencio del templo, al adorar este misterio, en la carne de María se presenta ante Él nuestra carne herida por la enfermedad y por el dolor que ella genera. Para que su misericordia nos fortalezca y nos consuele. ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven por María!