Miércoles de la II Semana de Pascua

22 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo (Hch 5, 17-26)
  • El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó (Sal 33)
  • Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él (Jn 3, 16-21)
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Encarcelar la salvación de Dios (He 5, 17-26)

La prisión, la cárcel, es una de las realidades propias de este mundo. Pero “del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes” (Sal 23, 1), y por tanto no hay realidad de este mundo que escape al poder de Dios. Y como “la noche no interrumpe tu historia con el hombre, la noche es tiempo de salvación”, tal como dice un himno litúrgico, el Señor aprovechó la noche para liberar a los apóstoles, ante el estupor de los sumos sacerdotes, que sabían que la prisión “estaba cerrada con toda seguridad”. El Señor Jesús, que no quiso rogar al Padre para recibir la ayuda de “más de doce legiones de ángeles” (Mt 26, 53) para que le liberaran a él de su pasión, envió un ángel para librar a los apóstoles. Porque lo que estaba en juego a través de ellos no era una obra humana diseñada por ellos, sino la salvación de Dios. Y nadie se burla de Dios (Ga 6, 7).

El criterio del juicio (Jn 3, 16-21)

Lo esencial y definitivo, de cara a la eternidad, de cara a la salvación de Dios, es la actitud que cada hombre tome en relación a Cristo: creer o no creer en él. Porque el criterio divino para juzgar la idoneidad de cada uno de nosotros en relación al reino de los cielos, es el rostro de Jesús de Nazaret, que fue presentado ante el pueblo de Israel por un pagano –Poncio Pilatos- diciendo: “Aquí tenéis al hombre” (Jn 19, 5). La semejanza o desemejanza, la consonancia o la disonancia, con ese rostro coronado de espinas, pero que no deja de ser el rostro bendito del Señor, será el criterio definitivo para saber si nuestras obras –incluso las que han sido buenas- han estado hechas según Dios. Porque Jesús es la luz de Dios venida a este mundo. 

Emergencia sanitaria: La salud ¿es de verdad lo primero?

La salud es un valor muy importante en la vida terrena del hombre, pero no es el valor último de la vida, como tampoco lo es la propia vida. El valor máximo es Dios y lo que Dios, en Cristo, nos ha regalado: una vida nueva, una vida que no tiene fin, que salva, que satisface plenamente y sobrepasa todo deseo y esperanza y que el propio Cristo nos ha traído: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). La gloria de Dios es el hombre vivo, pero el hombre está verdaderamente vivo cuando vive en comunión con Dios (San Ireneo). “Tu amor vale más que la vida” (Sal 62, 4), y por eso ha habido santos que se han dejado su salud, e incluso su propia vida, para testimoniar este amor. ¿Los habrá también ahora en esta emergencia sanitaria, o todos pondremos la salud por encima de todo?