Miércoles, Santa Catalina de Siena

29 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • La sangre de Jesús nos limpia de todo pecado (1 Jn 1, 5 - 2, 2)
  • Bendice, alma mía, al Señor (Sal 102)
  • Has escondido estas cosas a los sabios, y las has revelado a los pequeños (Mt 11, 25-30)
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Luz, comunión, sangre, verdad (1Jn 1, 5- 2, 2)

“Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna”. Y no hay nada más bello que vivir en la luz. El nombre de la luz es comunión: si caminamos en la luz “estamos en comunión unos con otros”. La comunión solo tiene un enemigo, el pecado, que nos repliega sobre nosotros mismos y nos hace opacos, refractarios a la comunión. Pero la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, “nos limpia de todo pecado”, porque esa sangre ha sido derramada como “propiciación de nuestros pecados” y los del mundo entero. Solo es necesaria una condición: reconocer que hemos pecado –“si decimos que no hemos pecado nos engañamos y la verdad no está en nosotros”- y confesar nuestros pecados ante Él.

Venid a mí (Mt 11, 25-30)

No es raro que la vida produzca en nosotros, de cuando en cuando, un cierto cansancio y, a veces también, un cierto agobio. Con mayor motivo si sufrimos una pandemia y tenemos que vivir confinados. El Señor nos propone como solución ir a Él y tomar su yugo –es decir, su Cruz- sobre nosotros, lo cual sorprende porque un yugo es una carga más que hay que llevar. Pero en esa carga, en su yugo, está Él, y su presencia se traduce en alivio y descanso para nosotros. Como le ocurrió a Simón de Cirene, que fue puesto a la fuerza bajo el yugo de Cristo y después no quería apartarse de él. Porque la compañía de Cristo, hecha de mansedumbre y humildad, alivia de toda carga.

Emergencia sanitaria: El momento de nuestra muerte

La muerte es un misterio de libertad, por parte de Dios, que viene hacia nosotros, y también por parte nuestra, que acogemos a Dios. La muerte es una cita entre dos personas libres. Cuando hemos entendido que el momento de nuestra muerte es una cita, incluso diría una cita amorosa entre Dios y nosotros, nos abrimos al verdadero misterio de la muerte. Es una decisión libre por parte de Dios, aunque obre por causas segundas y, desde la visión humana, sea un cúmulo de circunstancias el que nos lleve, mediante la enfermedad o el accidente, al final de la vida corporal. En realidad Dios gobierna esas causas segundas sin falsearlas. El designio de amor que Él tiene sobre cada uno de nosotros pasa por esas causas segundas; pero el momento de nuestra muerte sigue siendo un misterio de libre decisión divina y de libre respuesta humana. Para una mirada creyente, este carácter imprevisible de la muerte procede del hecho de que ésta es un misterio de libertad y de amor de Dios hacia nosotros. Y es Él quien establece la hora del encuentro definitivo. Como decía San Juan de la Cruz: “Acaba ya si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro”.