La fragilidad moral del hombre

Dos tipos de experiencias

Desde el punto de vista antropológico podemos constatar dos tipos de experiencia, polarmente opuestos entre sí, uno de los cuales acrecienta el ser del hombre, mientras que el otro lo paraliza y lo destruye. Son dos formas opuestas de comportamiento: una que nos construye como personas y otra que nos destruye; una que nos lleva a la felicidad y otra que nos hunde en la desesperación; una inspirada en una actitud de generosidad y otra impulsada por una actitud de egoísmo. A las primeras las denominamos experiencias de éxtasis, mientras que a las segundas las denominamos experiencias de vértig.La oposición entre ambos tipos de experiencia puede ser expresada mediante los siguientes binomios:

a) facilidad-esfuerzo: Las experiencias de vértigo surgen de una actitud de entreguismo a una fuerza o a un poder, que les promete al hombre una rápida gratificación del tipo que sea. En cambio las experiencias de éxtasis exigen de entrada un fuerte esfuerzo para liberarnos de la tendencia gravitacional que sentimos hacia el dominio de las realidades y de los acontecimientos y, en consecuencia, hacia la reducción de los mismos a meros medios para el logro de los propios fines. Esto supone una auténtica “noche” purificadora en la que hay que olvidar los propios intereses egoístas.

b) sadomasoquismo-respeto: El proceso de vértigo acaba disolviendo la personalidad del hombre porque es reduccionista. El que se deja fascinar se reduce a sí mismo a objeto fascinado y reduce la realidad valiosa que le atrae a puro objeto fascinante. Cuando se trata de realidades personales, esta doble reducción presenta un carácter masoquista y sádico, respectivamente. La meta del masoquismo y del sadismo no consiste en hacer sufrir a una persona –la propia o la ajena, respectivamente- a través de actos de extrema crueldad, sino en tratarla de tal forma que se la reduce a mero objeto, objeto escarnecido o exaltado, atormentado o acariciado, abyecto o admirable. Toda forma de vértigo, por halagadora que resulte al principio, lleva siempre en su base una tendencia reduccionista.

En cambio el éxtasis arranca de la actitud respetuosa o “reverente” hacia los seres, por la que se deja a cada realidad ser lo que es y actuar de forma que en todo momento esté desarrollando las posibilidades que alberga. Lo cual vale especialmente de las personas que no son una realidad hecha ya del todo, bloqueada en sí misma, sino una realidad indefinidamente abierta, dotada de unas determinadas potencias y posibilidades.

c) resentimiento-agradecimiento: Las experiencias de vértigo suelen engendrar resentimiento hacia todas aquellas realidades que, siendo valiosas, no se dejan reducir fácilmente ni a la posesión ni a la fusión. El resentimiento suele expresarse en el esfuerzo por negar el carácter valioso de dichas realidades mediante el esquema reduccionista de pensamiento (“esto no es sino aquello…”). En cambio las experiencias de éxtasis generan unas actitudes de sobrecogimiento y admiración por la luminosidad esplendorosa que en ellas se engendra y se patentiza. Pues el espacio lúdico en el que se entreveran ámbitos es fuente de luz, de luminosidad, mientras que las experiencias de vértigo son experiencias de “asfixia lúdica” (es decir, en las que no se puede hacer otra “jugada” que la que el propio vértigo impone…) y por tanto se caracterizan por su “oscuridad”, por su incapacidad para generar la más mínima luminosidad.

d) desazón-inquietud: El éxtasis provoca en el hombre una in-quietud, es decir, una interna tensión hacia aquello que hace posible su cabal despliegue como persona. En cambio el vértigo produce una desazón, es decir, una agitación nerviosa que brota de la conciencia de que uno está girando sobre su propio eje sin avanzar. La inquietud es de naturaleza ascendente (el atleta antes de la prueba), mientras que la desazón es de naturaleza descendente (el drogadicto comprando droga).

e) exaltación-exultación, goce-gozo: El vértigo produce exaltación; el éxtasis exultación. El vértigo proporciona goce y el éxtasis es fuente de gozo. El vértigo goza el objeto fascinador mientras que el éxtasis goza con él, siente la alegría y el entusiasmo que se despiertan al entrar en juego con la realidad apelante.

f) monológico-dialógico: El éxtasis es un acontecimiento dialógico, abierto, co-creador, que abre al hombre a formas auténticas de encuentro. El vértigo en cambio es monológico, pues en él sólo resuena una única voz, la voz del “instinto”, del egoísmo, del ego del propio yo. 

g) pasión-melancolía: El éxtasis aviva en el hombre la melancolía, que es un sentimiento profundo de añoranza por las realidades valiosas. En cambio el vértigo sólo despierta en el hombre la pasión, que es deseo de la embriaguez del instante de goce.

h) valores que arrastran-valores que apelan: Los valores que polarizan el vértigo son valores que arrastran, es decir, valores que “vienen de abajo”, de la parte inferior del ser humano, de la componente corporal por la que el hombre está cercano al mundo animal. En cambio las experiencias de éxtasis están suscitadas por valores que apelan a la libertad del hombre, no que la arrastran sino que la solicitan delicada aunque insistentemente. Para vivir las experiencias de éxtasis hace falta un cambio de mentalidad, un giro hacia un nuevo estilo de pensar, más sutil y agudo, menos apegado a la vertiente sensorial de las experiencias y más capaz de penetrar en lo profundo que en ellas se revela. A estos valores se tiende mediante un deseo que no viene dado por la naturaleza humana como un don, sino como una espléndida luz que el hombre debe cultivar.

i) fascinación-comunión: La lógica del vértigo está dominada por la fascinación cuyo arquetipo mítico es Narciso. “Narciso se enamora de su propia imagen, que ve reflejada en las aguas de una fuente, y se deja fascinar por tal enamoramiento. Fascinado quiere poseer la realidad seductora que lo posee. Arrastrado por su voluntad de dominio se lanza al agua y es llevado por la corriente. Al buscarse a sí mismo, Narciso queda ahogado por la seducción que ejerce sobre él su propia figura. Este anegamiento de Narciso en las aguas que lo atraen mediante el señuelo de su encantadora y arrebatadora figura es la “imagen” simbólica de la asfixia lúdica”. En las experiencias de comunión, en cambio, el yo no se deja seducir por la realidad valiosa que tiene frente a sí, sino que intenta “hacer juego” con ella, sin pretender ni dominarla ni fusionarse con ella. A la comunión le es esencial el querer que la realidad valiosa diferente del yo siga siendo ella misma, al igual que el propio yo. Se trata tan sólo de instaurar un campo de juego, que permita al yo y a la realidad valiosa entreverarse y fundar un nuevo ámbito, fruto precisamente de la comunión entre ambas realidades.

La fragilidad humana

Con la misma intensidad con que debe afirmarse que las experiencias de vértigo y de éxtasis son polarmente distintas, ha de subrayarse la posibilidad de que en el interior del hombre coexista la inclinación hacia unas y otras porque hay en él diversas tendencias básicas o centros de iniciativa: la soberbia, la concupiscencia, el hedonismo y el amor. Este último busca y provoca las experiencias de éxtasis, mientras que los primeros buscan las de vértigo. Hay horas bajas en que no sentimos la menor vocación hacia lo heroico, ni siquiera hacia lo creativo, por sencillo que sea, y nos abandonamos a la grata sensación de ser llevados de la inercia. Esta actitud de dejadez abre las puertas a las experiencias de vértigo.

Si el hombre no está en una lúcida y tensa vigilancia espiritual, fácilmente se confunde porque el lenguaje oculta muchas veces la oposición verdaderamente dilemática que existe entre ambos tipos de experiencia, mediante el empleo de términos que parecen sinónimos, aunque en realidad no lo son en absoluto. Así por ejemplo: arrastre-atracción, fascinación-admiración, exaltación-exultación, goce-gozo, entrega desmadrada-entrega entusiasta, unidad fusional-unidad de integración.

En este sentido, por ejemplo, la imaginación desempeña un papel muy importante en ambos tipos de experiencia; pero en las experiencias de vértigo la imaginación es la facultad de lo irreal, mientras que en las de éxtasis es la facultad de lo ambital y como tal está a la base de la vida creativa. El vértigo confunde lo saturado con lo pleno. En las experiencias de vértigo se alcanza una saturación pero ninguna plenitud. Tampoco hay que confundir contemplación con difuminación fusional: contemplar no equivale a dejarse mecer, con los ojos del espíritu entornados, por una realidad que se entrevé valiosa. Contemplar es instaurar una relación activo-receptiva de participación en una realidad que ofrece campos de posibilidades de juego de diverso orden: intelectual, afectivo, práctico etc. También debe subrayarse que la entrega al vértigo no implica la pérdida de la lucidez mental sino de la creatividad y, consiguientemente, de la comprensión cabal de los valores. Obras literarias valiosas han sabido presentarnos a personas poco o nada creadoras pero extraordinariamente lúcidas, a veces pasionalmente racionales, que hacían del ejercicio de pensar, razonar y controlar una tarea esencial de su vida. Finalmente notemos que acoger la amargura provocada por el vértigo con espíritu de triunfo es lo propio del “hombre del absurdo”. Tomarla, en cambio, como señal amiga que nos descubre el fracaso sufrido y el error cometido, es la actitud que define al “hombre del éxtasis”, es decir, al hombre creador.

La fragilidad espiritual del ser humano se pone de relieve en la facilidad con la que incurre en todas estas confusiones que acabamos de señalar, confundiendo lo que le acrecienta con lo que le paraliza y destruye. Este hecho nos obliga a considerar la realidad del hombre, tal como existe de hecho, como marcada por una debilidad del espíritu humano para gobernar y controlar el conjunto del ser del hombre (alma y cuerpo). La fe cristiana afirma que “al principio no fue así”, puesto que Dios creó al hombre “en la santidad y la justicia”, es decir, en la comunión con Él, en su amistad, en el trato confiado y amoroso con Él. El ser del hombre era, de este modo, plenamente armónico y estaba perfectamente unificado: la santidad de su espíritu irradiaba sobre su alma y sobre su cuerpo y le confería una sabiduría elevada y profunda. Pero como toda la autoridad del espíritu del hombre sobre su alma y su cuerpo era una autoridad delegada por Dios, al rebelarse el hombre contra Dios (pecado original), perdió toda esa autoridad porque él mismo dejó de ser delegado de Dios. 




(Extraído de A. LÓPEZ QUINTÁS, Vértigo y éxtasis. Bases para una vida creativa, Asociación para el Progreso de las Ciencias Humanas, Madrid, 1987)