Viernes, San José Obrero

1 de mayo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a los pueblos (Hch 9, 1-20)
  • Id al mundo entero y proclamad el Evangelio (Sal 116)
  • Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6, 52-59)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

El señorío del hombre (Gn 1, 26 – 2, 3)

Dios creó al hombre a su imagen, y como Dios es el Señor, creó al hombre también señor, entregándoles la tierra y el universo entero en propiedad para que ejerciera su señorío, en el nombre del único Señor. De ahí la orden de “someter” la tierra y de “dominar” a todos los animales tanto del mar, como del cielo o de la tierra. San Pablo expresó magníficamente el lugar del hombre en el mundo al decir: “Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios” (1Co 3, 22-23). El trabajo manifiesta el ser del hombre según el plan de Dios, su señorío sobre el universo y su dominio sobre él, poniéndolo a su servicio y, al mismo tiempo, incluyéndolo en su propio destino espiritual para que participe “en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 21).

El hijo del carpintero (Mt 13, 54-58)

Cada hombre es un ser único, irrepetible, distinto de su padre y de su madre, de su familia, del lugar donde ha nacido y donde se ha criado. Es siempre in error creer que por conocer a la familia de un hombre le conocemos a él y que ya no nos puede sorprender. Y si esto vale de todo hombre, con muchísima más razón vale de Jesús, que aunque nace en el seno de la familia de José y de María, procede directamente de Dios. Pero la comodidad y la suficiencia de los hombres pueden bloquear la percepción de la unicidad de Jesús, de su misterio personal, y por lo tanto impedir la fe en Él. La frase del Señor: “solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta” manifiesta esta triste realidad. Aunque no todos debieron de estar en esa actitud, porque también allí hizo algunos milagros. Y los milagros suponen siempre la fe.

Emergencia sanitaria: Prepararse para la muerte

Los cristianos sabemos que la muerte es una cita entre dos personas libres: Dios y cada uno de nosotros, y que quien pone el día y la hora de esa cita es el Señor. No hay que intentar conocer el día de nuestra muerte, calcular lo que nos queda de vida. Tenemos que estar preparados para una cita con Dios, lo cual es totalmente distinto; y eso se hace día a día, acogiendo la gracia que el Señor nos da en ese día, viviendo el momento presente, que es el único lugar donde encontramos a Dios. Dios nos puede dar esa cita de repente, casi sin avisarnos, o preparándonos progresivamente a través de una lenta enfermedad. Pero la esencia de la cuestión es siempre la misma: que, en la muerte, es Él quien viene a cada uno de nosotros y le comunica que su papel, en esta inmensa obra de teatro que es la historia humana, ha terminado, y que ahora lo que toca es irse con Él. “Vente conmigo”, nos dirá Cristo cuando Él determine. Y no hay propuesta mejor: “Estar con Cristo es, con mucho, lo mejor” (Flp 1, 23).