Jueves de la IV Semana de Pascua

7 de mayo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Dios sacó de la descendencia de David un salvador: Jesús (Hch 13, 13-25)
  • Cantaré eternamente tus misericordias, Señor (Sal 88)
  • El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí (Jn 13, 16-20)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Dios es fiel y no tiene prisa (He 13, 13-25)

Pablo hace en la sinagoga de Antioquía de Pisidia un discurso en el que, a grandes rasgos, muestra como Dios no ha abandonado nunca a su pueblo desde “nuestros padres” hasta Juan el Bautista, que señaló a Jesús como el que realiza cumplidamente las promesas de Dios. En esa rápida panorámica se ven claramente dos cosas: la fidelidad de Dios, que no se ha olvidado nunca de que Israel es su pueblo y de que a través de él va a ofrecer su salvación a todos los hombres, y que Dios no tiene prisa –“mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna” (Sal 89, 4)- y sabe esperar para realizar su obra. Que no dudemos nunca de la fidelidad de Dios y que aprendamos a esperar.

La fuerza en la debilidad (Jn 13, 16-20)

“Yo soy” es el nombre que Dios se dio a sí mismo en la revelación a Moisés (Ex 3, 14). Es impresionante ver que el Señor vincula el conocimiento de su divinidad con la traición de Judas. Justo en el momento en que va a ser traicionado y entregado al suplicio de la pasión y a la muerte, dice el Señor que entonces creerán que él es Dios. Dios revela su ser en la debilidad de lo humano con lo que desconcierta nuestra manera espontanea de pensar la omnipotencia y la gloria divina. Sin embargo un pagano, el centurión que controlaba la ejecución de Jesús, supo ver en esa debilidad a gloria de Dios: “Al ver el centurión que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39).

Emergencia sanitaria: El temor de Dios y el miedo al coronavirus

Uno de los rasgos fundamentales de la experiencia cristiana es el temor de Dios. Al emplear la palabra temor debemos precisar cuidadosamente que “temor” no equivale a “miedo”. Más bien hay que afirmar que el temor de Dios nos libra de todos los miedos y nos capacita para obrar sabiamente: “Plenitud de la sabiduría es temer al Señor” (Eco 1,15). El temor de Dios no es el miedo connatural a nuestra condición, explica san Hilario, sino que radica en el amor y en el amor halla su perfección. En efecto, el “temor” es la expresión negativa del “amor”: “temo” según lo que amo. Si el amor de mi corazón es Dios, lo que más “temo” es ofender o perder a Dios, precisamente porque es lo que más amo. El “temor de Dios” establece el inicio de una jerarquía de valores, exactamente de la jerarquía en la cual el primer puesto lo ocupa Dios y no la salud. Que el temor de Dios nos libre del miedo al coronavirus.