Miércoles de la IV Semana de Pascua

6 de mayo de 2020
(Ciclo A - Año par)







Dijo el Espíritu Santo (He 12, 24-13, 5a)

Ser cristiano es pertenecer a Otro, pertenecer a Dios. El bautismo comporta una desapropiación del propio ser, que deja de ser “mío” para ser propiedad de Cristo. Es lo que expresa la bella imagen del injerto: rama de un olivo silvestre, he sido injertado en el olivo que es Cristo, cuya savia circula ahora por mis venas y me comunica la vida misma de Cristo, que es la vida misma de Dios. Esa vida es el Espíritu Santo, y por eso es Él quien dispone de los cristianos –“apartadme a Bernabé y a Saulo”- y quien organiza la evangelización. El sello de todo lo auténticamente cristiano es siempre que no es algo que yo he proyectado, sino algo que me ha sido dado, impuesto, mandado por Otro, por el Espíritu Santo.

Jesús gritó (Jn 12, 44-50)

El que el Señor dijera estas cosas gritando subraya la importancia de lo dicho. Y lo dicho es que Él no obra por su cuenta sino que es el enviado del Padre. Y es así, como enviado del Padre, como Jesucristo es luz: ilumina nuestra existencia y nuestro mundo para que veamos que el origen y el término de todo es un amor paternal, es la alegría porque el otro –es decir, el universo y el hombre- sea y sea en plenitud. Porque eso es la paternidad. “Y sé que su mandato es vida eterna”: la afirmación de nuestro ser que el Padre hace, ha tenido un inicio –el momento de nuestra creación- pero no tendrá fin jamás, seguiremos existiendo siempre. Por eso la vida que Él nos da es para siempre, es vida eterna.

Emergencia sanitaria: Recuperar el sentido del tacto

Ahora no podemos tocarnos y el no poder hacerlo compromete nuestra humanidad mucho más de lo que quizá algunos imaginan. Porque, como ya dijera Aristóteles, por la finura del tacto el hombre es, con mucho, superior a los animales, cosa que no ocurre con otros sentidos como la vista o el oído. Porque el tacto tiene una peculiaridad: que cuando yo toco, yo mismo soy tocado y, a diferencia de la vista y del oído, me compromete con eso mismo que percibo. Ver una araña venenosa dentro de una vitrina no es lo mismo que acariciarla con el índice. Muchos prefieren seguir ignorando la suavidad de su pelo. Saben que, con el tacto, se corre más riesgo, por cuanto una sensibilidad más fina hace posible un dolor más grande. De modo que tener el tacto más fino es sentirse y sentir el mundo más radicalmente que todos los demás animales, y poder gozarse mucho más profundamente que ellos de la simple presencia de las cosas. Si la vista y el oído procuran más el goce del conocer, el tacto nos da el goce del ser, que es su fundamento. Para salvar la humanidad del hombre, para impedir que el voyeurismo se convierta en la actitud ante la realidad, tendremos que recuperar el tacto.