Sábado, San Atanasio

2 de mayo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Se iba construyendo la Iglesia, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo (Hch 9, 31-42)
  • ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? (Sal 115)
  • ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 60-69)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Actuar en nombre de Otro (He 9, 31-42)

“Quiero, queda limpio”, respondió Jesús al leproso que le había interpelado: “Si quieres puedes limpiarme” (Mt 8, 2-3). “Muchacha, a ti te digo: levántate” (Mc 5, 41). El Señor Jesús curaba en nombre propio, curaba por su propia fuerza y poder, porque Él es “el Santo de Dios” (Jn 6, 69). Pedro, en cambio, cura en nombre de Otro, en nombre de Jesucristo. Por eso le dice a Eneas, que estaba paralítico desde hacía ocho años: “Jesucristo te da la salud”. No te la doy yo, sino el Señor Jesús, el Resucitado, “el que vive” (Ap 1, 18), es Él quien te cura. Y por eso Pedro ante el cadáver de Tabita busca la soledad para la oración: tiene que suplicar lo que por sí mismo no tiene. El cristiano es siempre un pobre hombre, pero tiene la grandeza de actuar en nombre de Otro, en nombre de Cristo.

La carnalidad del cristianismo (Jn 6, 60-69)

Al terminar Jesús el largo discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, en el que se presentó a sí mismo como el pan de vida bajado del cielo y afirmó la absoluta necesidad de comer su carne y beber su sangre, muchos se escandalizaron y se apartaron de él. Porque “este modo de hablar es duro”: no podían concebir que la dinámica del Amor divino llegara al extremo de que el Hijo de Dios se hiciera alimento para nosotros, a pesar de que, desde hacía siglos, ya se había escrito “que me bese con los besos de su boca” (Ct 1, 2). Y el Señor experimentó ahí la tristeza de que muchos lo abandonaran, y lanzó a los restantes la pregunta: “¿también vosotros queréis marcharos?”. Entonces Simón Pedro dijo unas palabras preciosas, que cada uno de nosotros se apropia cada día, para decirle al Señor que no hay ninguna propuesta política, ni cultural, ni económica, ni social, ni ecológica que se pueda comparar con Él: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

Emergencia sanitaria: No hay mal que por bien no venga

El P. Cantalamessa, en su homilía del Viernes Santo, relató una preciosa anécdota para ilustrar porqué Dios permite acontecimientos dolorosos: “Mientras pintaba al fresco la catedral de San Pablo en Londres, el pintor James Thornhill, en un cierto momento, se sobrecogió con tanto entusiasmo por su fresco que, retrocediendo para verlo mejor, no se daba cuenta de que se iba a precipitar al vacío desde los andamios. Un asistente, horrorizado, comprendió que un grito de llamada sólo habría acelerado el desastre. Sin pensarlo dos veces, mojó un pincel en el color y lo arrojó en medio del fresco. El maestro, estupefacto, dio un salto hacia adelante. Su obra estaba comprometida, pero él estaba a salvo”. El peor mal que nos acecha es el orgullo espiritual, el engreimiento de creer que somos los mejores, que hemos alcanzado el grado más elevado de desarrollo humano y que tenemos en nuestras manos, gracias a la ciencia y a la técnica, el poder resolver todos los problemas. Quizás la pandemia que padecemos sea esa mancha disonante en la percepción que tenemos de nosotros mismos. Para que no caigamos en el abismo.