Martes de la IV Semana de Pascua

5 de mayo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Se pusieron a hablar a los griegos, anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús (Hch 11, 19-26)
  • Alabad al Señor todas las naciones (Sal 86)
  • Yo y el Padre somos uno (Jn 10, 22-30)
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Bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe (He 11, 19-26)

Del apóstol Bernabé la Sagrada Escritura nos dice que era “un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe”. Tres rasgos fundamentales de una experiencia cristiana integral: la bondad, la recepción del Espíritu Santo y la fe. La bondad significa la rectitud moral y además una mirada llena de comprensión y misericordia sobre los hombres. El estar lleno del Espíritu Santo significa que el poder y la fuerza de Dios están actuando en uno y, a través de él, en los demás, y que uno es consciente de que todo eso es obra de Dios y no suya. Y la fe significa que no se es dueño de la propia vida, que no se dispone de ella según el propio criterio, sino que uno se deja conducir por Dios, guiar por el Espíritu Santo. Cuando una persona reúne estos tres rasgos sabe ver la acción de Dios y se alegra de ella y hace que “una multitud considerable” adhiera al Señor.

“Nadie las arrebatará de mi mano” (Jn 10, 22-30)

“Lo que mi Padre me ha dado es más grande que todas las cosas”, dice el Señor. Una sola persona es más que todas las cosas, como vio claramente san Juan de la Cruz cuando afirmó que “un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, solo Dios es digno de él”. Lo que el Padre le ha dado a Cristo son sus ovejas y “nadie las arrebatará de mi mano”, dice el Señor, porque Él y el Padre son uno, y “nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre”. Ser cristiano es vivir esta pertenencia amorosa al Señor, por la que uno puede y quiere decirle “soy tuyo, Señor”. Y eso es fuente de una inmensa paz en medio de las situaciones más complicadas y difíciles que se puedan atravesar, porque uno sabe que su existencia está en la mano poderosa de Dios.

Emergencia sanitaria: Pertenecer a Dios es ser libre

El hombre actual no quiere pertenecer a nadie porque entiende que pertenecer a otro es una forma de esclavitud. Y eso, de algún modo, suele ser así cuando se trata de pertenecer a otro hombre, porque es casi seguro que será utilizado para satisfacer las carencias, las necesidades o lo deseos del otro. Pero Dios no tiene carencias, ni necesidades, ni deseos. Dios es perfectamente pleno y feliz, y no necesita ningún don nuestro para realizar su propio ser. “Pertenecer a Dios”, “ser suyo” es una actitud que está hecha de una conciencia y de una opción. De la conciencia de que todo mi ser es un don suyo, es una pura gracia, y de que como mi ser es obra suya, “yo soy Tú que me haces”. Y de una opción de mi corazón, de un acto de mi libertad por el cual yo quiero ser suyo, quiero ajustar todo mi ser a la verdad de que soy obra suya, apartando de mí todo cuanto desmienta esa verdad, que es la más honda de mi ser. Y como la relación con Él no es la relación con alguien que espera algo de mí para completar su propio ser, sino la relación viva con el Dador de todo don, con Aquel cuyo existir consiste en dar el ser al otro, en afirmarlo en el ser, y el ser del hombre –como el de los ángeles- comporta la libertad, pertenecer a Él es ser libre.