La belleza



1. Dios es la Belleza.

La Belleza, en singular y con mayúscula, es Dios y sólo Él, es la Santísima Trinidad. La creación y el hombre en particular son bellos a causa de su semejanza con Dios, por ser imagen de Dios (Gn 1), de la raza de Dios (He 17,29). La felicidad del hombre consiste en saciarse de la belleza de Dios: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor toda mi vida, contemplar la belleza del Señor (Sal 26,4). La ascensión espiritual hacia Dios, el crecimiento de la vida cristiana en nosotros, es una ascensión hacia la Belleza y un crecimiento en la Belleza según la palabra del apóstol: Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Co 3,18). Por eso las colecciones de escritos de los Padres del desierto sobre la vida espiritual se denominan “Filocalía”, literalmente, “amor de la belleza”.

En el cristianismo la belleza se concibe en términos de luz -Dios es Luz sin tiniebla alguna (1Jn 1,5)-y los seres son bellos en la medida en que son percibidos en la luz de Dios que los ilumina y, al iluminarlos, los transfigura: todo es bello en la medida en que está orientado hacia Dios, vuelto hacia Él, receptivo a la luz de Su rostro: Soy negra pero hermosa (Ct 1,5); todo, en cambio es feo, cuando se sustrae a la luz de Dios.

La luz de Dios es creadora, ordenadora, configuradora del ser: por ella los seres son, y son lo que son, en su integridad. El Espíritu Santo es la “luz” que nos hace ver las cosas con los ojos de Dios, con la mirada de Jesús: Él es “el conocimiento directo de la belleza” (Dostojevsky); o como dice el salmo: Por tu luz vemos la luz (Sl 36,10).

Escuela de la fe #26: El Anticristo

 


El Anticristo


D. Fernando Colomer Ferrándiz
27 de diciembre de 2024


Enlace para escuchar en ivoox: https://go.ivoox.com/rf/137294889

Sagrada Familia: Jesús, María y José

15 de agosto 

 

29 de diciembre de 2024

(Ciclo C - Año impar)




  • Quien teme al Señor honrará a sus padres. (Eclo 3, 2-6. 12-14)
  • Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos (Sal 127)
  • La vida de familia en el Señor (Col 3, 12-21)
  • Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los maestros (Lc 2, 41-52)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Lo que más me llama la atención de la sagrada Familia es la conciencia tan clara que tienen todos sus miembros de pertenecer a Dios, de ser “de Dios”, de que su dueño y señor es Dios y sólo Dios y de que, si están los tres juntos, es porque Dios, que es su verdadero y único dueño, les ha dicho que lo estén.
JESÚS es plenamente consciente de que Él pertenece al Padre del cielo y por eso se queda en el templo de Jerusalén, que es la casa de su Padre, Dios. Y por eso respondió al requerimiento de su madre diciendo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”

Pero Jesús también entiende que es el Espíritu Santo quien habla por boca de su madre, la Virgen María -“mística esposa del Espíritu Santo”-, y le indica que regrese con sus padres terrenos a Nazaret y que prosiga su formación como hombre en la escuela de María y de José, teniendo a María como madre y a José como padre y obedeciéndolos en todo, para, de ese modo, crecer. Por eso el evangelio dice: “Siguió bajo su autoridad (…) Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia”.

MARÍA es plenamente consciente de que ella es propiedad de Dios, de que pertenece a Dios de manera total y de que Dios puede disponer de ella según su voluntad. Por eso ha pronunciado delante del ángel Gabriel las terribles palabras: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. A partir de ese momento ella se dejará conducir por Dios, que actuará a través de san José. Es José quien lleva siempre la iniciativa y la Virgen María adhiere siempre a lo que decide José. Fue José quien “tomó consigo a su mujer” (Mt 1, 24) y la llevó a su casa, y fue también José quien, a mitad de la noche, “se levantó, tomó al niño y a su madre, y se retiró a Egipto” (Mt 2, 14), como fue también él quien tomó la iniciativa de regresar a Israel.

Natividad del Señor

15 de agosto 

 

25 de diciembre de 2024

(Ciclo C - Año impar)




  • Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios (Is 52, 7-10)
  • Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios (Sal 97)
  • Dios nos ha hablado por el Hijo (Heb 1, 1-6)
  • El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros ( Jn 1, 1-18)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”, hemos proclamado en la segunda lectura de hoy. Un acontecimiento increíble ha sucedido: “Cuando un sosegado silencio lo envolvía todo y la noche se encontraba en la mitad de su carrera”, la Palabra de Dios “saltó del cielo, desde el trono real” y vino a la tierra, morando en medio de nosotros (Sb 18,14). “Dios ha realizado un milagro nunca visto entre los habitantes de la tierra: el que mide el cielo con la palma de su mano, yace en un pesebre de poco más de un palmo; el que en la cavidad de su mano contiene todo el mar, experimenta qué es nacer en una gruta. El cielo está lleno de su gloria y el pesebre está colmado de su esplendor. Moisés anhelaba contemplar la gloria de Dios, pero no fue posible el verla como deseaba. Entonces ningún hombre pensaba poder ver a Dios y quedar con vida. Hoy todos los que le han visto han pasado de la muerte segunda a la vida”, canta San Efrén (+373).

“Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo”, dice el ángel a los pastores. “Nuestro Salvador, amadísimos hermanos, ha nacido hoy; alegrémonos. No puede haber, en efecto, lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa”, afirma nuestro patrono San León Magno (+461).

Frases...

"El regalo de Dios estaba donde parecía no haber nada".



(Dora RIVAS, Raíces en el cielo, Cypress Cultura, Polonia, 202, P. 39)

IV Domingo de Adviento

15 de agosto 

 

22 de diciembre de 2024

(Ciclo C - Año impar)




  • De ti voy a sacar al gobernador de Israel (Miq 5, 1-4a)
  • Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve (Sal 79)
  • He aquí que vengo para hacer tu voluntad (Heb 10, 5-10)
  • ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? (Lc 1, 39-45)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

El evangelio de hoy es de una singular belleza: nos presenta a dos mujeres puras, llenas de belleza espiritual, que se encuentran en el Espíritu Santo y, por ello mismo, son capaces de percibirse en su verdad más profunda, aceptando y agradeciendo, llenas de alegría, la obra de Dios en cada una de ellas. Cuando uno contempla el encuentro de la Virgen María y de su prima santa Isabel, uno desea que todos los encuentros humanos que va a tener en esta vida sean así: encuentros en el Espíritu Santo, llenos de verdad y de alegría, llenos de agradecimiento al Señor.

Pero para que esto ocurra es necesario que ocurra antes algo más oculto y más misterioso, que es la causa de toda esta belleza, de esta efusión del Espíritu Santo. Y de ese misterio escondido nos habla la segunda lectura de hoy, sacada de la Carta a los Hebreos. En ella se nos revela la actitud de Cristo al entrar en el mundo, lo que el Señor dice en su corazón cuando se encarna en el seno de la Virgen María y se hace hombre por nosotros: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.

Los hombres solemos tener siempre la idea de querer contentar a Dios, estar a buenas con Él, “quedar bien” con Él, entregándole algunas cosas, haciéndole, como quien dice, algunos regalos. Esta idea nuestra no es mala, porque darle a Dios nuestras cosas es una manera de reconocer que Él es importante para nosotros. De hecho el Señor, a través de la ley de Moisés, inculcó al pueblo de Israel todo un sistema de “sacrificios, ofrendas, holocaustos y víctimas expiatorias”, con el que, en el fondo, se le ensañaba al pueblo de Israel -y a través de él a toda la humanidad- que en la relación con Dios hay que dar. Dios es Amor, Dios es donación, y “amor con amor se paga”. La respuesta digna al don recibido es el don dado. Por eso los “sacrificios, ofrendas, holocaustos y víctimas expiatorias” tienen un valor educativo: nos sirven para aprender que, en la relación con Dios, hemos de dar.

Transforma Señor













Recibe, Señor, nuestros miedos
y transfórmalos en confianza.

Recibe, Señor, nuestro sufrimiento
y transfórmalo en crecimiento.

Recibe, Señor, nuestro silencio
y transfórmalo en adoración.

Recibe, Señor, nuestras crisis
y transfórmalas en madurez.

Recibe, Señor, nuestro desánimo
y transfórmalo en fe.

Recibe, Señor, nuestra soledad
y transfórmala en contemplación.

Recibe, Señor, nuestra muerte
y transfórmala en resurrección.

III Domingo de Adviento "Gaudete"

15 de agosto 


15 de diciembre de 2024

(Ciclo C - Año impar)




  • El Señor exulta y se alegra contigo (Sof 3, 14-18a)
  • Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel (Salmo: Is 12, 2-6)
  • El Señor está cerca (Flp 4, 4-7)
  • Y nosotros, ¿qué debemos hacer? (Lc 3, 10-18)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

¿Es el Reino de Dios fruto del esfuerzo humano? ¿Puede el hombre implantar el cielo en la tierra? La liturgia de la Palabra de este tercer domingo de Adviento aborda esta cuestión y nos da una respuesta clara y contundente: NO. El Reino de Dios es la presencia salvadora de Dios en medio de nosotros: “El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Sofonías). Y esa presencia, esa venida misericordiosa y salvadora de Dios, no depende de nosotros: nosotros no nos podemos dar a Dios a nosotros mismos, porque Dios no es un producto de nuestras manos. Dios es Dios, es libre y Él viene cuando Él quiere y en el modo y la manera que Él quiere. Y normalmente ese modo y esa manera nos desconciertan.

Cada vez que los hombres han querido implantar el Reino de Dios en la tierra, lo que han hecho es fabricarse un ídolo -al que han llamado dios- e imponerlo a la fuerza a los demás. El resultado ha sido siempre el mismo: un mundo lleno de cadáveres. El siglo XX desgraciadamente lo ha ilustrado muy bien con el nazismo y el comunismo. El ídolo del primero se llamaba “raza aria” y el del segundo “sociedad sin clases”. El resultado: un montón de asesinatos cometidos “por amor” a su idea convertida en ídolo.

El hombre y los animales

La cualidad biológica esencial del hombre, en contraposición a los animales, consiste en una reducción del instinto, es decir, en el “desmontaje” (evidentemente con una historia evolutiva) de casi todas las coordinaciones firmemente montadas de “accionadores”, que hacen que los animales posean modos de moverse innatos y propios de cada especie. Como consecuencia de ello la parte predominante del comportamiento humano no puede ser descrita como “instintiva”, puesto que para ella resulta esencial el uso de símbolos, lo que significa la introducción de un elemento que no tiene nada que ver con la situación concretamente dada, ya que pertenece a la esencia del símbolo la referencia a algo no dado y que no se puede deducir del contexto.

En los animales y en las plantas la naturaleza no da meramente el destino sino que ella sola lo realiza también. Pero al hombre le da solamente su destino, y le deja que lo realice él mismo. Sólo el hombre como persona tiene el privilegio de actuar en el anillo de la necesidad (que los seres meramente naturales no pueden romper) mediante su voluntad y comenzar en sí mismo una serie fresca de fenómenos (ésta es una definición kantiana de la libertad).

Morfológicamente hablando, el hombre, en contraposición a los mamíferos superiores, está determinado por la carencia que, en cada caso, hay que explicar en su sentido biológico exacto como no-adaptación, como no-especialización, como primitivismo. De modo que, del hombre, estamos obligados a decir que es un ser no-evolucionado, esencialmente negativo: le falta el revestimiento de pelo y por tanto la protección natural contra la intemperie; le faltan los órganos naturales de ataque y también una adecuada formación corporal para la huida; el hombre es superado por la mayoría de los animales en la agudeza de los sentidos; tiene una carencia mortalmente peligrosa para su vida, de auténticos instintos y durante toda su época de lactancia y niñez está sometido a una necesidad de protección incomparablemente prolongada. Con otras palabras: dentro de las condiciones naturales, originales y primitivas, hace ya mucho tiempo que se hubiera extinguido, puesto que vive en el suelo en medio de los animales huidizos ligerísimos y las peligrosas fieras depredadoras.

Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María

15 de agosto 

 

8 de diciembre de 2024

(Ciclo C - Año impar)




  • Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer (Gen 3, 9-15. 20)
  • Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas (Sal 97)
  • Que lleguéis al Día de Cristo limpios e irreprochables (Flp 1, 4-6. 8-11)
  • Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1, 26-38)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

La liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María nos retrotrae al inicio de la creación, al paraíso en el que Dios situó al hombre recién creado a imagen y semejanza de Él, creado “en la santidad y en la justicia”. Es el hombre según el querer de Dios, el hombre conforme a su voluntad. El hombre así creado vivía en la inocencia, lo que significa que veía todas las cosas en Dios, que percibía la realidad en la mirada de Dios. Por eso dice la Escritura que “estaban desnudos y no sentían vergüenza”. En efecto, en la desnudez corporal veían el ser personal del otro, “se veían”, porque así es la mirada de Dios: “todo es puro para los puros”.

Sin embargo la serpiente, que es el diablo o Satanás, como precisa el Apocalipsis, consiguió alterar esa mirada, consiguió sacar la mirada de Adán y Eva de la mirada de Dios. Las consecuencias del primer pecado no se hicieron esperar: “vieron que estaban desnudos”. La expresión es patética, porque en realidad lo que significa es “ya no se vieron, ya no fueron capaces de percibir en la desnudez corporal la realidad personal del otro”. Iniciaron así la triste historia de la humanidad sometida a la ley del pecado: introdujeron la mirada objetivadora por la que los hombres somos incapaces de percibirnos en nuestra realidad personal y nos percibimos y tratamos como cosas, como instrumentos y no ya como fines en sí mismos. El deseo ya no fue deseo de comunión con el otro sino deseo de posesión, de dominio: “tu deseo te llevará a tu marido y él te dominará”, dijo el Señor a Eva. Y apareció el miedo de Dios: “me dio miedo porque estaba desnudo y me escondí”: es triste que el hombre se esconda de Aquel que es su Creador, su Padre y Amigo. El murmullo de los pasos de Dios en el paraíso debía producir en el hombre alegría y gozo por la presencia del Señor; sin embargo ahora, bajo la ley del pecado, produce miedo. Todo se ha alterado, las cosas ya no son lo que son, las cosas se hallan “como descoloridas” y han perdido su belleza primera, dirá San Anselmo. El hombre ha perdido el paraíso.

La lentitud de Dios

Si (Dios) es lento en (responder) a tus peticiones, si pides y no obtienes con facilidad lo pedido, no te indignes por ello, pues tú no eres más sabio que Dios.

Porque si de hecho sigues permaneciendo en la misma condición de antes (sin que la oración te cambie), esto se debe s tus comportamientos, que no son concordes con tu petición; o se debe a los caminos de tu corazón, que están separados del objeto de tu plegaria; o a tu edad interior, que es la de un niño, en comparación con la grandeza de las cosas (que pides).

No es bueno que lleguen a nuestras manos cosas grandes con facilidad, para que no (suceda que) pensemos que el don de Dios es poca cosa a causa de la rapidez con que lo obtenemos.

Todo aquello que se obtiene con facilidad, se pierde también fácilmente. Todo aquello que se obtiene con fatiga, se guarda con cuidado.


(San Isaac el Sirio – Siglo VII)


Frases...

"La esperanza y los grillos se parecen: cantan durante la oscuridad".



Jesús MONTIEL, Lo que no se ve, PRE-TEXTOS, Valencia, 2021, (p. 14)

I Domingo de Adviento

15 de agosto 


1 de diciembre de 2024

(Ciclo C - Año impar)




  • Suscitaré a David un vástago legítimo (Jer 33, 14-16)
  • A ti, Señor, levanto mi alma (Sal 24)
  • Que el Señor afiance vuestros corazones, para cuando venga Cristo (1 Tes 3, 12 - 4, 2)
  • Se acerca vuestra liberación (Lc 21, 25-28. 34-36)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Cada vez que celebramos la Eucaristía, cuando Cristo, el Señor, se acaba de hacer presente entre nosotros, exclamamos llenos de agradecimiento y de alegría: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”. Y después del Padrenuestro el sacerdote realiza una oración que termina diciendo: “Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Señor Jesucristo”.

Estas palabras nos recuerdan el contenido de nuestra esperanza. La Iglesia, al final y al principio del año litúrgico aviva en nosotros la conciencia de esta esperanza, tal como lo hacen las lecturas del día de hoy. El tiempo de Adviento posee un doble carácter. Por un lado es un tiempo de preparación a la Navidad, en el que recordamos que Dios cumplió sus promesas al enviar a su Hijo “nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos” de Dios (Ga 4,4-5), y por otro lado es el tiempo en el que nos preparamos para la única promesa que el Señor todavía no ha cumplido: “la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo”. El denominador común de estos dos aspectos es la esperanza: esperanza ya realizada en el caso de Navidad y esperanza todavía por realizar en el caso de la Parusía o segunda venida de Cristo.

El sacerdocio ministerial



1. La Iglesia, obra de Cristo, fruto de una obediencia.

La figura de Cristo quedaría completamente falseada si la priváramos de la referencia fundamental que la constituye: su relación con el Padre. Jesús es, ante todo, el enviado del Padre y todo lo que dice y hace proviene se su obediencia amorosa al Padre del cielo. Hasta tal punto de que su “alimento” no es otro que “cumplir la voluntad del Padre”, llegando a una identificación tan grande que le permite afirmar el que me ha visto a mi, ha visto al Padre (Jn 14,9), el que me ve a mí ve a aquel que me ha enviado (Jn 12,45), e incluso: Yo y el Padre somos uno (Jn 10,30). Por eso Cristo no es sólo hermano-con-nosotros sino también padre-para-nosotros, Cabeza y Pastor.

La Iglesia brota del costado de Jesús atravesado por la lanza del soldado, es decir, mana no de una iniciativa personal suya, sino de su muerte aceptada en obediencia de amor a su Padre del cielo: Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre (Jn 12,27-28). Por eso la Iglesia es fraternidad instituida, recibida, acogida, confesada y no libremente consensuada: la Iglesia no nace del libre acuerdo de un grupo de gente que se reúne espontáneamente en torno a Jesús, sino de la obediencia de Jesús al Padre y de la obediencia de los apóstoles a la llamada de Jesús.

2. El sacramento del orden.

Todos los cristianos somos sacerdotes por el bautismo. El sacerdocio bautismal -también llamado sacerdocio real- nos capacita y nos obliga a ofrecer nuestros cuerpos -es decir, nuestra vida- como una víctima viva, santa, agradable a Dios. Ese es nuestro culto espiritual (Rm 12, 1), nuestro sacerdocio santo por el que ofrecemos sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo (1Pe 2, 5). De este modo todos los cristianos están llamados a trabajar en la transfiguración cristiana del mundo, para ofrecerlo a Dios como una alabanza de gloria que cante sus maravillas.

Pero además de este sacerdocio común de los bautizados existe el sacerdocio ministerial o jerárquico por el que Cristo se hace presente, se visibiliza como cabeza en medio de su Cuerpo que es la Iglesia. El sacramento del orden ha sido instituido por Cristo para recordar esta dimensión esencial de la Iglesia: que ella no es su propio origen, que no es fruto de un acuerdo entre amigos, sino de una obediencia. El sacerdocio ministerial hace presente a Cristo como cabeza de la Iglesia y a ésta como obra del Padre en Cristo: es el sacramento (= signo sensible y eficaz) de la paternidad de Dios representada en Jesús; la memoria viviente de que la Iglesia no se pertenece a sí misma sino que pertenece a Otro, al Padre del cielo, de que no es un “pueblo” cualquiera sino el pueblo “de” Dios.

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

15 de agosto 


24 de noviembre de 2024

(Ciclo B - Año par)




  • Su poder es un poder eterno (Dan 7, 13-14)
  • El Señor reina, vestido de majestad (Sal 92)
  • El príncipe de los reyes de la tierra nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios (Ap 1, 5-8)
  • Tú lo dices: soy rey (Jn 18, 33b-37)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Cuando el Señor multiplicó los panes y los peces, la multitud entusiasmada quiso hacerlo rey; y entonces Jesús “huyó de nuevo al monte, él solo” (Jn 6,15). Sin embargo ahora, ante Poncio Pilato, cuando va a ser azotado, coronado de espinas y crucificado, el Señor entiende que se halla en el contexto adecuado para proclamar su realeza: “Tú lo dices: Soy Rey”.

La realeza de Cristo es proclamada en este contexto porque así se puede percibir con claridad su verdadera naturaleza. “Mi reino no es de este mundo”. Lo reinos de este mundo están fundamentados en la lógica del poder, cuya arma es la violencia ejercida por medio de los ejércitos: ejércitos de militares, ejércitos de los medios de comunicación, ejércitos de las finanzas. En cambio el reino de Cristo no se fundamenta en la lógica del poder sino en la lógica de la verdad, cuya arma es el testimonio: “Yo para esto he nacido y he venido al mundo: para ser testigo de la verdad”.

Petición de silencio

Tómame, Señor,
en la riqueza divina de tu Silencio,
plenitud capaz de colmar por completo mi alma.

Haz callar en mí todo lo que no eres Tú,
lo que no es tu Presencia
completamente pura,
totalmente solitaria,
enteramente apacible.

Impón silencio a mis deseos,
a mis caprichos,
a mis sueños de evasión,
a la violencia de mis pasiones.

Acalla con tu Silencio,
la voz de mis reivindicaciones
y de mis quejas.

Impregna de tu Silencio
mi naturaleza demasiado impaciente para hablar,
demasiado llevada a la acción exterior y ruidosa.

Impón incluso silencio a mi oración,
para que sea un impulso hacia Ti.

Haz descender tu Silencio
hasta el fondo de mi ser
y haz remontar ese silencio hacia Ti
en homenaje de Amor.


José Fernández Moratiel

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

17 de noviembre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Entonces se salvará tu pueblo (Dan 12, 1-3)
  • Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti (Sal 15)
  • Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados. (Heb 10, 11-14. 18)
  • Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos (Mc 13, 24-32)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

En el evangelio de hoy encontramos, queridos hermanos, tres afirmaciones a propósito del final de la historia humana y tres recomendaciones sobre la manera de vivir el tiempo presente.

La primera afirmación sobre el fin del mundo es que el mundo, efectivamente, tendrá un final. Todo esto significa que el mundo, en su condición actual, no es la última obra de Dios, puesto que Dios no ha agotado su poder creador con la creación de este mundo en el que estamos, sino que Él llevará más allá el mundo actual, mediante una nueva creación, tal como leemos en el Apocalipsis: “Mira que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5); y también: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva -porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron” (Ap 21,1). La creación la hizo Dios por su Palabra y por eso recuerda Jesús que “el cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”. Y sus palabras tienen poder para crear un mundo nuevo.

El futuro de los libros

Hace tiempo que los catastrofistas nos lo advierten con los peores augurios: los libros son una especie en peligro de extinción y en algún momento del futuro próximo desaparecerán devorados por la competencia de otras formas más perezosas de ocio y la expansión caníbal de internet.

Este pronóstico concuerda con nuestras sensaciones como habitantes del tercer milenio. Todo avanza cada día más rápido. Las últimas tecnologías ya están arrinconando a las triunfadoras novedades de anteayer. Los plazos de la obsolescencia se acortan cada vez más. El armario debe renovarse con las tendencias de la temporada, el móvil más reciente sustituye al antiguo; nuestros equipos nos piden constantemente actualizar programas y aplicaciones. Las cosas engullen a las cosas precedentes. Si no permanecemos alerta, tensos y al acecho, el mundo nos tomará la delantera.

Los mass media y las redes sociales, con su vértigo instantáneo, alimentan estas percepciones. Nos empujan a admirar todas las innovaciones que llegan corriendo como surfistas en la cresta de la ola, sostenidas por la velocidad. Pero los historiadores y antropólogos nos recuerdan que, en las aguas profundas, los cambios son lentos. Víctor Lapuente Giné ha escrito que la sociedad contemporánea padece un claro sesgo futurista. Cuando comparamos algo viejo y algo nuevo –como un libro y una tableta, o una monja sentada junto a un adolescente que chatea en el metro-, creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad, sucede lo contrario. Cuantos más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Es más probable que en el siglo XXII haya monjas y libros que WhatsApp y tabletas. En el futuro habrá sillas y mesas, pero quizá no pantallas de plasma o teléfonos móviles. Seguiremos celebrando con fiestas el solsticio de invierno cuando ya hayamos dejado de tostarnos con rayos UVA. Un invento tan antediluviano como el dinero tiene muchas más posibilidades de sobrevivir al cine 3D, a los drones y a los coches eléctricos. Muchas tendencias que nos parecen incuestionables –desde el consumismo desenfrenado hasta las redes sociales- remitirán. Y viejas tradiciones que nos han acompañado desde tiempo inmemorial –de la música a la búsqueda de la espiritualidad- no se irán nunca. Al visitar las naciones socioeconómicamente más avanzadas del mundo, en realidad sorprende su amor por los arcaísmos –de la monarquía al protocolo y los ritos sociales, pasando por la arquitectura neoclásica o los vetustos tranvías-.

Frases...

“El tamaño de la inteligencia de un hombre siempre puede medirse por su alegría”


C. S. LEWIS, El peso de la gloria, Rialp, Madrid, 2017

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

9 de noviembre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • La viuda preparó con su harina una pequeña torta y se la llevó a Elías (1 Re 17, 10-16)
  • Alaba, alma mía, al Señor (Sal 145)
  • Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos (Heb 9, 24-28)
  • Esta viuda pobre ha echado más que nadie (Mc 12, 38-44)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

La liturgia de la Palabra de hoy nos presenta la figura de dos viudas. La viuda, junto con el huérfano y el extranjero encarnan, en la Biblia, la figura del pobre, del desamparado, de aquel cuya situación personal y social es tan frágil que no puede contar de manera segura con ninguna ayuda humana; de ahí que sean unas personas que están presentes de manera especial en el corazón de Dios, que se complace en ser su valedor, su refugio, su amparo; si gritan a Él, el Señor escucha sus súplicas (Sal 33, 7); si confían en Él y se abandonan a Él pertenecen al grupo de los anawim, de los humildes, de los pobres de espíritu.

Las dos viudas de la liturgia de hoy nos dan un ejemplo de lo que es amar. Amar es afirmar a otro y ellas nos enseñan que para afirmar a otro no hace falta estar afirmado uno mismo, sino que, desde la propia debilidad, desde la propia pobreza, siempre se puede amar, siempre se puede dar. Nosotros tendemos a pensar que para dar, primero tengo que tener (que ser más); y sin embargo ellas nos enseñan que esto no es cierto, que la caridad bien entendida empieza por el otro, y que para amar -para dar- lo único que hace falta es hacerlo. Lo cual es muy consolador, porque significa que siempre podremos amar: si somos pobres, si estamos enfermos, si perdemos nuestras facultades sensibles, si ya no valemos nada, siempre podremos amar. Entre otras cosas porque cuando no puedo hacer nada por los demás puedo consentir en que los demás hagan cosas por mí y eso es una forma muy importante de amar: dejar que los otros me amen, dejar que los otros se ocupen de mí, cuando yo no puedo hacerlo. Porque lo más importante para amar es la humildad.

Job y la Alegría

¡Oh, Alegría! Bien sabes tú que, si estoy sufriendo tanto,
es por tu causa,
porque nunca he renegado de ti.
 
¡Oh, Alegría! Bien sabes tú que, si grito tan fuerte,
es por tu causa,
porque aún escucho tu llamada.
 
Y bien lo sabes, ¡oh, Alegría!, que, si me encabrito ante el horror,
es por tu causa,
porque no he olvidado tu sonrisa.

Sin tu cercanía, el mal me parecería absolutamente normal
y la muerte no resultaría amarga.

Pero tú estás conmigo,
aunque tu ausencia me acompañe por todas partes.

Tú estás conmigo,
aunque tu silencio se eleve por encima de sus voces.

Esposa mía, arrebatada repentinamente a mis ojos,
pero dibujada siempre bajo mis párpados.

Mi niña desparecida: cualquier realidad se convierte en un velo
que me la recuerda y me la esconde.

¡Oh, Alegría! Mi punzante aguijón, mi celosa pasión,
amante mía que cercena todas mis satisfacciones
como si fueran concubinas falsas y embrutecedoras.

(…)

Aquí y ahora,
de pie,
aun al borde del precipicio,
en este preciso instante de horrible oscilación,
en esta enorme arcada sobre el columpio del terror,
¡Oh, Alegría!,
yo te espero.



(Palabras de Job en la obra de Fabrice HADJADJ, Job o la tortura de los amigos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2015, pp. 69 y 71)








XXXI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 


3 de noviembre de 2024

(Ciclo B - Año par)




  • Escucha Israel: Amarás al Señor con todo tu corazón (Dt 6, 2-6)
  • Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Sal 17)
  • Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa (Heb 7, 23-28)
  • Amarás al Señor, tu Dios. Amarás a tu prójimo (Mc 12, 28b-34)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
¿Qué mandamiento es el primero de todos? Esta pregunta era habitual hacerla a los notables maestros judíos para que se pronunciaran sobre el sentido de los 613 preceptos de La Ley. Al responderla, cada maestro expresaba lo que él creía que era el principio interno de coherencia de toda la Ley, el espíritu con el que había que observar todos los preceptos.

La respuesta de Jesús indica que este espíritu es el amor. “Amor”, en los labios de Jesús, significa el Amor que Dios es: puesto que “Dios es Amor” (1Jn 4,8), la Ley que de Él dimana y que constituye para el hombre el camino (Torah) de su crecimiento personal, no puede ser otra más que el Amor. “Si el hombre creyese haber hecho algo bueno pero sin caridad, se equivoca por completo”, afirma San Agustín (+ 430). Lo que da valor a todos nuestros actos es únicamente la caridad, el Amor que es Dios, que viene de Dios, que Dios pone en nuestros corazones con el Espíritu Santo (Rm 5,5). Sin caridad, fuera de la caridad, al margen de la caridad, no hay nada, absolutamente nada (ni “entregar el propio cuerpo a las llamas” (cf. 1Co 13), que pueda tener valor ante Dios.

Frases...

A veces me veo demasiado reflejado en los demás. Eso me llena de inquietud, y entonces siento un enorme deseo de creer en los santos y en las virtudes heroicas.




Autor: Graham GREENE
Título: El final del affaire
Editorial: Libros del Asteroide, Barcelona, 2019, (P.20)

Todos los santos

15 de agosto 

1 de noviembre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas (Ap 7, 2-4. 9-14)
  • Esta es la generación que busca tu rostro, Señor (Sal 23)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-3)
  • Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 1-12a)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Sólo Dios es santo (“porque sólo Tú eres santo”). Sin embargo, los primeros cristianos se denominaban a sí mismos “los santos", y lo hacían con toda naturalidad, hablando como de pasada, revelando así una autoconciencia, una manera de definirse, que era común a todos ellos. Así vemos, por ejemplo, que Ananías le dice al Señor: "Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén" (Hch 9,13). Pablo, cuando pide dinero para los cristianos pobres de Jerusalén, afirma estar haciendo una colecta "para los santos" (1Co 16,1-2), "en bien de los santos" (2Co 8,4). Cuando recomienda a Estéfanas lo elogia diciendo que "se ha puesto al servicio de los santos" (1Co 16,15). Pedro, después de resucitar a la joven Tabita, "llamó a los santos y a las viudas" y se la presentó viva (Hch 9,32-41).

La razón de este sorprendente hecho no radica en que ellos se consideraran unos hombres perfectos, libres de defectos y pecados, sino sencillamente en el hecho objetivo de que todos ellos participaban, gracias al bautismo, la eucaristía y los demás sacramentos, de la vida del “único Santo", que es Cristo. Llamarse "santos" no era, pues, para ellos, un modo de autoglorificarse, sino de reconocer la realidad del don recibido, de dar gloria a Dios por ello y de mostrarse agradecidos con Él. Y desde la conciencia de este hecho se iban “purificando a sí mismos” (2ª lectura) para poder formar parte, un día, de esa “muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas” que, “con voz potente”, aclaman y adoran a Dios en el cielo (1ª lectura).

La confirmación

1. Los sacramentos.

Un sacramento es un signo sensible y eficaz de la acción de Dios en nosotros. El sacramento es un signo, es decir, algo que remite a una realidad distinta de sí mismo, algo que significa una realidad invisible. Es un signo sensible, es decir, posee una “fisicidad”, una “materialidad”, en base a la cual puede ser percibido corporalmente. Es un signo eficaz porque produce aquello mismo que significa. Así por ejemplo en el bautismo el agua significa la limpieza, la muerte y la vida, es un elemento material, visible, perceptible y el bautismo produce lo que significa: lava de los pecados, hace morir al hombre viejo y hace nacer el hombre nuevo.

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la acción de Dios en nosotros. Ningún sacramento nos da una “cosa”, sino una “acción”, es decir, un “gesto”, que tiene que ser percibido y acogido por nosotros. Ocurre que Dios es un ser personal y que nosotros también lo somos. El mundo de las personas es diferente del mundo de las cosas. El mundo de las cosas está regido por la causalidad mecánica, por las leyes naturales que rigen el devenir del universo; en él la eficacia es una cuestión de “fuerza”. El mundo de las personas, en cambio, está regido por la libertad. Los sacramentos nos entregan los diferentes gestos que la libertad de Dios lanza hacia la libertad del hombre. Esos gestos son portadores de una gran fuerza, de un poderoso dinamismo de transfiguración. Pero como estamos en el mundo de las personas y no en el de las cosas, para que ese dinamismo se despliegue en toda su eficacia, es imprescindible que el hombre sea receptivo hacia esos gestos y los acoja.

Escuela de la fe #24: Extranjeros y Peregrinos

 


Extranjeros y Peregrinos


D. Fernando Colomer Ferrándiz
25 de octubre de 2024


Enlace para escuchar en ivoox: https://go.ivoox.com/rf/135256207

XXX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

27 de octubre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Guiaré entre consuelos a los ciegos y los cojos (Jer 31, 7-9)
  • El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
  • Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec (Heb 5, 1-6)
  • “Rabbuní”, haz que recobre la vista (Mc 10, 46-52)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente. Según nos cuenta san Marcos, Jesús está viajando desde Cesarea de Filipo (Mc 8,27-30) hacia Jerusalén. Durante el camino ha instruido a sus discípulos, en tres ocasiones, sobre su pasión y muerte; pero ellos no han entendido nada. Ahora le queda sólo una jornada de viaje, cuesta arriba, hasta llegar a Jerusalén.

Al borde del camino pidiendo limosna. Bartimeo era un hombre que dependía de los demás para poder caminar, porque era ciego, y también para poder vivir, porque era pobre y no tenía otro recurso que mendigar. El que estuviera “sentado al borde del camino” subraya su extrema marginalidad: él no puede participar de ese gran movimiento en torno a Jesús, sobre quién, sin duda alguna, ha oído hablar y ha sacado sus propias convicciones. Por eso grita: Hijo de David, ten compasión de mí. “Hijo de David” significa “tú eres el Mesías”. La paradoja es que este ciego “ve” la identidad de Jesús como Mesías, a diferencia de la mayoría de la gente. Cuando Jesús llegue a Jerusalén, muchos le aclamarán como Mesías, pero hasta este momento tan sólo Pedro y el ciego Bartimeo lo han reconocido y confesado como tal.

Oración al Padre

Oh gran Dios, Padre de todas las cosas, cuya luz infinita es para mí tinieblas, cuya inmensidad es para mí como el vacío, me has llamado desde tu mismo seno porque me amas en ti, y yo soy expresión transitoria de tu realidad inagotable y eterna. No podría conocerte, me perdería en estas tinieblas, caería lejos de ti en este vacío, si no me sostuvieras junto a ti en el corazón de tu Hijo unigénito.

Padre, te amo a ti a quien no conozco, y te abrazo a ti a quien no veo, y me abandono a ti a quien he ofendido, porque amas en mí a tu Hijo unigénito. Lo ves en mí, lo abrazas en mí, porque él ha querido identificarse completamente conmigo por medio del amor que lo llevó a la muerte, por mí, en la cruz.

Vengo a ti como Jacob con los vestidos de Esaú, es decir, con los méritos y la sangre preciosa de Jesucristo. Tú, Padre, que has querido parecer ciego en la oscuridad de este gran misterio que es la revelación de tu amor, posa tus manos sobre mi cabeza y bendíceme como a tu único Hijo. Has querido verme solamente en él, y al querer esto has querido verme tal como soy en realidad. Pues el yo pecador no es mi verdadero yo, no es el yo que has querido para mí, solo el que yo he querido para mí. Y ya no quiero este falso yo. Pero ahora, Padre, vengo a ti en el yo de tu propio Hijo, porque es su sagrado corazón el que ha tomado posesión de mí y ha destruido mis pecados y es él quien me presenta ante ti. ¿Y dónde? En el santuario de su propio corazón, que es tu palacio y el templo donde los santos te adoran en el cielo.



Autor: Thomas MERTON
Título: Pensamientos en soledad
Editorial: Sal Terrae, Bilbao, 2023, (pp. 78-79)







Próximo viernes

Estás invitado a la primera "Escuela de la fe" de este curso 2024/2025 
impartida por D. Fernando Colomer en el templo, 
tras la Eucaristía de las 20:00 h
(una charla de 30 minutos).


 

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

20 de octubre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Al entregar su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años (Is 53, 10-11)
  • Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Sal 32)
  • Comparezcamos confiados ante el trono de la gracia (Heb 4, 14-16)
  • El Hijo del hombre ha venido a dar su vida en rescate por muchos (Mc 10, 35-45)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. El Señor no rechaza de entrada esta petición, pues Él ha venido precisamente para que nosotros, los hombres, podamos compartir su gloria. Lo que el Señor rechaza es la pretensión “excesiva” de ocupar los primeros puestos, pero no el deseo de “compartir su gloria”. Como buen pedagogo, Jesús aprovecha este deseo para recordarles la condición ineludible para poder compartir su gloria: compartir antes el cáliz que Él ha de beber y ser bautizado en el bautismo con el que Él se va a bautizar. “Beber el mismo cáliz” significa compartir el mismo destino, que, a menudo, es un destino difícil, de sufrimiento, como será el de Jesús que, en el huerto de los olivos, orará diciendo: “aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36); “ser bautizado con el mismo bautismo” significa pasar por la misma experiencia de muerte por la que Él va a pasar.

También cada uno de nosotros queremos compartir la gloria de Cristo y el Señor quiere que, en efecto, así sea. Pero para ello hemos de estar dispuestos a compartir también el camino de Cristo, su destino, su bautismo, su muerte. M. Teresa de Calcuta era muy consciente de ello y por eso iniciaba todos los días su jornada, antes del alba, haciendo el vía crucis. Cuando traéis a vuestros hijos o nietos para que sean bautizados, el primer gesto que el sacerdote realiza sobre ellos es la señal de la cruz, como para garantizarles que el destino de Cristo -la Cruz- estará presente en su vida: “Si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2Tm 2,11).

Los delirios/demonios de la ciencia (I)

(Las reflexiones que siguen están hechas a propósito de la figura del matemático húngaro Neumann János Lajos, también conocido en EE UU como Johnny von Neumann, que fue uno de los principales fautores de la bomba atómica. Sin entrar en la valoración y el juicio sobre esta persona, lo que nos interesa es analizar el ‘páthos’ de la ciencia, los delirios o demonios que acechan al conocimiento científico y, en último término, la condición humana, ya que lo que anida en el alma de los científicos, anida también en el alma de cada hombre)

(Testimonio de Richard Feynman sobre la estancia de Neumann en Los Álamos)

Durante todo este tiempo fuimos la envidia de Los Álamos, porque todos querían su opinión. Su tiempo valía oro, y casi no hubo un departamento que no se beneficiara de su intelecto. Cuando llegaba la noticia de que nos iba a visitar, todos preparaban sus pizarras con los problemas más difíciles en que estaban trabajando, y él iba de sala en sala, resolviéndolos uno a uno, casi sin esfuerzo. Me parece que esa facilidad de pensamiento también tenía su lado oscuro. Una falta de ponderación que nunca vi en otros hombres de ese calibre. Recuerdo una vez que salimos a dar un paseo juntos por el desierto y me dio un consejo que todavía me atormenta: “¿Sabes que no tienes por qué ser responsable del mundo en el que estás?”. Me lo dijo sonriendo, lleno de confianza. Y no era el único que se comportaba así. En Los Álamos reinaba un ambiente de optimismo irracional que no se correspondía con lo que estábamos haciendo. Tampoco es que yo haya sido inmune. Hasta el día de hoy, recuerdo mi trabajo allí como los años más excitantes de mi vida, incluso a pesar de la muerte de mi esposa y de todo lo que estaba pasando en Europa. Es difícil admitirlo, pero en ese momento, mientras construíamos el arma más letal de la historia de la humanidad, no podíamos dejar de hacer tonterías. No parábamos de contar chistes.

Frases...

Una inteligencia sin bondad es como un traje de seda vestido por un cadáver.



Autor: Christian BOBIN
Título: Resucitar
Editorial: Encuentro, Madrid, 2019, (P. 31)

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

13 de octubre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Al lado de la sabiduría en nada tuve la riqueza (Sab 7, 7-11)
  • Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres (Sal 89)
  • La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón (Heb 4, 12-13)
  • Vende lo que tienes y sígueme  (Mc 10, 17-30)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

- Una jerarquía de valores.

En la primera lectura de hoy la Palabra de Dios nos entrega una jerarquía de valores diciéndonos que la sabiduría vale más que las riquezas, la salud y la belleza. “Vale más” significa que “debe ser preferida a…”

- las riquezas que son lo que nos permite subvenir a las necesidades de la vida, lo que nos permite no ser esclavos de ellas,

- la salud que es ese estado de bienestar psicofísico que me permite en cierto modo olvidarme de que tengo y soy un cuerpo, porque mi cuerpo se comporta como un instrumento completamente dócil a mi voluntad (la enfermedad, en cambio, me recuerda que mi cuerpo “va a la suya” y que no está precisamente disponible como y cuando yo quiero),

- la belleza que es esa armonía global de todo mi ser que me da la sensación de estar “logrado”, “conseguido”, de ser un todo, un conjunto, que merece la pena.

Velar



Hablando de su segunda venida, de la Parusía, dijo el Señor: “Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuando será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuando viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!” (Mc 13,33-37).

“Velar”, “vigilar”, es algo que se hace normalmente de noche, cuando ha terminado el día y sus actividades, cuando se está cansado y ya no hay nada que hacer. Quien vela no hace nada, salvo recordarse a sí mismo que, cuando todo ha terminado, en realidad aún no ha terminado todo, porque falta algo y algo ciertamente tan importante que me quita el sueño, que me impide dormir. No puedo decir “ya está” y echarme a dormir, porque en realidad “no está”, algo me falta. Así velan la madre que tiene un hijo en la guerra, los amantes que están forzosamente separados, el prisionero alejado de su familia etc. Para velar hay que estar existencialmente insatisfecho, porque en mí hay un deseo que es esencial para mí y que todavía no se ha realizado. Por eso para velar hay que tener un Deseo distinto de todos los deseos que puedo saciar y que de hecho sacio en la cotidianidad de mi vida. Hay que tener el Deseo de Dios. Si en mí está vivo el Deseo de Dios, entonces velaré, entonces no me conformaré con la satisfacción de los demás deseos (materiales, psicológicos, culturales).

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

6 de octubre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Y serán los dos una sola carne (Gen 2, 18-24)
  • Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida (Sal 127)
  • El santificador y los santificados proceden todos del mismo (Heb 2, 9-11)
  • Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre  (Mc 10, 2-16)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

¿Cuándo un hombre y una mujer hacen alianza de amor en el matrimonio, esta alianza, es para siempre o es sólo para un tiempo? La cuestión se la plantean a Jesús “para ponerlo a prueba”. Es una cuestión comprometida porque la praxis común entre los judíos, en tiempos de Jesús, otorgaba de facto al varón -y sólo al varón- el derecho de repudiar a su mujer. Si Jesús criticaba esta praxis perdería simpatizantes. El Señor Jesús, que no está pendiente de su imagen sino de la verdad (Jn 18,37), declara contundentemente que el divorcio es contrario a la voluntad de Dios, que es fruto de la “dureza de corazón”.

“Dureza de corazón” según la Biblia (Dt 10,12-22; Jer 4,4) es lo que surge cuando el hombre se cierra ante la grandeza y la bondad de Dios. El Señor sugiere, por lo tanto, que tenemos que aprender a ver en el marido o en la mujer, ante todo, un don de Dios, un regalo suyo, y no una posesión personal de la que me puedo desprender cuando a mí me apetezca.

Al principio no fue así, dice el Señor. “Al principio”, es decir, cuando el hombre estaba recién salido de las manos del Creador y todavía no había estropeado su ser por el pecado. Entonces el hombre y la mujer se recibían el uno al otro como un don de Dios, como un signo del amor fiel y permanente, eterno, de Dios. Y se amaban el uno al otro gratuitamente, es decir, como ama Dios. Y en su mutuo amor se decían el uno al otro: caminaré contigo y cuidaré de ti; me encontrarás siempre a tu lado dispuesto a ayudarte a ser, porque te amo.

El estudio



1. Estudio y oración: el papel de la atención.

“Lo primero que ocurre cuando uno empieza a alejarse de Dios, es el fastidio por el estudio” (Abelardo). La clave de una concepción cristiana del estudio es que la oración exige atención, exige que toda la atención de la que el alma sea capaz, esté orientada hacia Dios. La calidad de la atención está estrechamente ligada a la calidad de la oración, pues orar es atender a Dios que ora en nosotros. El calor del sentimiento no la puede suplir. Sólo la parte más elevada de la atención entra en contacto con Dios en la oración, pero toda la atención está dirigida a Él. Los ejercicios escolares desarrollan, ciertamente, una parte menos elevada de la atención, pero tienen una eficiencia para acrecentar aquel poder de la atención que será disponible en el momento de la oración.

La atención consiste en dejar nuestro pensamiento disponible, vacío y permeable al objeto, para que éste pueda manifestarse tal como es. La atención nos sitúa en una actitud de receptividad y acogida que es tan importante para el conocimiento como para la oración y la vida de la fe. Pues los bienes más preciosos no pueden buscarse sino esperarse: si el hombre se empeña en buscarlos con su esfuerzo, lo único que encontrará serán falsos bienes, de los que no sabrá, ni siquiera, reconocer su falsedad.

XXVI Domingo en Tiempo Ordinario

15 de agosto 

29 de septiembre de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • ¿Estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo profetizara! (Num 11, 25-29)
  • Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón (Sal 18)
  • Vuestra riqueza está podrida (Sant 5, 1-6)
  • El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te induce a pecar, córtatela.  (Mc 9, 38-43. 45. 47-48)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

- La identidad cristiana. ¿Quién es “de los nuestros”? ¿Quién pertenece de verdad a “nuestro grupo”, es decir, a la Iglesia? Esta cuestión se les plantea a los apóstoles cuando se encuentran con un hombre que no es de su grupo y que, sin embargo, expulsa demonios en nombre de Jesús. La reacción del apóstol san Juan expresa una postura demasiado exigente, “maximalista” (“o todo o nada”). Jesús, en cambio, es de otro parecer. Jesús va directamente a lo esencial y se centra en ello; y lo esencial, cristianamente hablando, es Cristo y la relación con Él. Por eso alguien que expulsa demonios en nombre de Cristo es alguien que tiene las cosas esencialmente claras: sabe distinguir entre el Bien y el mal y sabe que el triunfo del Bien sobre el mal llega a nosotros a través de Jesús, y por eso invoca su nombre. Por eso el Señor Jesús afirma que ése “es de los nuestros” y que san Juan no tiene razón: los santos son santos, pero no son Dios. Sólo Dios es Dios. Y, como dirá más adelante el propio san Juan, “Dios es más grande que nuestro corazón” (1Jn 3,20).