Hablando de su segunda venida, de la Parusía, dijo el Señor: “Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuando será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuando viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!” (Mc 13,33-37).
“Velar”, “vigilar”, es algo que se hace normalmente de noche, cuando ha terminado el día y sus actividades, cuando se está cansado y ya no hay nada que hacer. Quien vela no hace nada, salvo recordarse a sí mismo que, cuando todo ha terminado, en realidad aún no ha terminado todo, porque falta algo y algo ciertamente tan importante que me quita el sueño, que me impide dormir. No puedo decir “ya está” y echarme a dormir, porque en realidad “no está”, algo me falta. Así velan la madre que tiene un hijo en la guerra, los amantes que están forzosamente separados, el prisionero alejado de su familia etc. Para velar hay que estar existencialmente insatisfecho, porque en mí hay un deseo que es esencial para mí y que todavía no se ha realizado. Por eso para velar hay que tener un Deseo distinto de todos los deseos que puedo saciar y que de hecho sacio en la cotidianidad de mi vida. Hay que tener el Deseo de Dios. Si en mí está vivo el Deseo de Dios, entonces velaré, entonces no me conformaré con la satisfacción de los demás deseos (materiales, psicológicos, culturales).
¿Pero qué es velar?, se pregunta san John Henry Newman. Y responde diciendo: Creo que lo podemos definir a partir de estas consideraciones: ¿sabéis lo que se siente en la vida ordinaria cuando se espera a un amigo y tarda? ¿Sabéis lo que es estar con una compañía desagradable y desear que el tiempo pase y que suene la hora de reencontrar la libertad? ¿Sabéis lo que es encontrarse en la angustia de una cosa que puede o no producirse, o en la incertidumbre de un acontecimiento importante que hace que vuestro corazón palpite más deprisa cada vez que pensáis en ello? ¿Sabéis lo que es tener un amigo lejos, en el extranjero, esperar sus noticias y preguntarse cada día qué estará haciendo y si le van las cosas bien? ¿Sabéis lo que es vivir apegado a alguien a quien miráis a los ojos y en cuya alma podéis leer, cuyos cambios vosotros percibís y a cuyos deseos os podéis anticipar, alguien con quien intercambiáis las sonrisas y con quien compartís La tristeza, sufriendo cuando está contrariado y alegrándoos cuando tiene éxito? Velar en la espera de Cristo es un sentimiento análogo a estos en la medida en que los sentimientos de este mundo nos pueden dar una imagen de los del otro mundo.
Vela en la espera de Cristo, aquel que tiene un corazón sensible y acogedor, despierto, pronto, intuitivo, que está al acecho, ardiente en el deseo de buscarle y de honrarle, que lo espera en todo lo que ocurre y que no sería sorprendido ni trastornado si se encontrara de golpe ante el hecho repentino de su venida.
Eso es velar: estar desprendido del presente y vivir en lo invisible; vivir en el pensamiento de Cristo tal como vino una vez y tal como volverá a venir de nuevo; desear su segunda venida acordándose de la primera con amor y reconocimiento .
La oración hecha durante la noche tiene un gran poder, mayor que la que se hace durante el día, afirma con rotundidad san Isaac el Sirio. Es por eso que todos los santos han tenido la costumbre de orar de noche, combatiendo el amodorramiento del cuerpo y la dulzura del sueño, sobreponiéndose a su naturaleza corporal. El mismo profeta decía: “Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas” mientras suspiraba desde lo hondo de su corazón con una plegaria apasionada. Y en otra parte dice: “Me levanto a medianoche a darte gracias por tus justos juicios” (Sal 118, 62). Por cada una de las peticiones que los santos querían dirigir a Dios con fuerza, se armaban con la oración durante la noche y así recibían lo que pedían.