Oh gran Dios, Padre de todas las cosas, cuya luz infinita es para mí tinieblas, cuya inmensidad es para mí como el vacío, me has llamado desde tu mismo seno porque me amas en ti, y yo soy expresión transitoria de tu realidad inagotable y eterna. No podría conocerte, me perdería en estas tinieblas, caería lejos de ti en este vacío, si no me sostuvieras junto a ti en el corazón de tu Hijo unigénito.
Padre, te amo a ti a quien no conozco, y te abrazo a ti a quien no veo, y me abandono a ti a quien he ofendido, porque amas en mí a tu Hijo unigénito. Lo ves en mí, lo abrazas en mí, porque él ha querido identificarse completamente conmigo por medio del amor que lo llevó a la muerte, por mí, en la cruz.
Vengo a ti como Jacob con los vestidos de Esaú, es decir, con los méritos y la sangre preciosa de Jesucristo. Tú, Padre, que has querido parecer ciego en la oscuridad de este gran misterio que es la revelación de tu amor, posa tus manos sobre mi cabeza y bendíceme como a tu único Hijo. Has querido verme solamente en él, y al querer esto has querido verme tal como soy en realidad. Pues el yo pecador no es mi verdadero yo, no es el yo que has querido para mí, solo el que yo he querido para mí. Y ya no quiero este falso yo. Pero ahora, Padre, vengo a ti en el yo de tu propio Hijo, porque es su sagrado corazón el que ha tomado posesión de mí y ha destruido mis pecados y es él quien me presenta ante ti. ¿Y dónde? En el santuario de su propio corazón, que es tu palacio y el templo donde los santos te adoran en el cielo.
Autor: Thomas MERTON
Título: Pensamientos en soledad
Editorial: Sal Terrae, Bilbao, 2023, (pp. 78-79)