27 de octubre de 2024
(Ciclo B - Año par)
- Guiaré entre consuelos a los ciegos y los cojos (Jer 31, 7-9)
- El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
- Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec (Heb 5, 1-6)
- “Rabbuní”, haz que recobre la vista (Mc 10, 46-52)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente. Según nos cuenta san Marcos, Jesús está viajando desde Cesarea de Filipo (Mc 8,27-30) hacia Jerusalén. Durante el camino ha instruido a sus discípulos, en tres ocasiones, sobre su pasión y muerte; pero ellos no han entendido nada. Ahora le queda sólo una jornada de viaje, cuesta arriba, hasta llegar a Jerusalén.
Al borde del camino pidiendo limosna. Bartimeo era un hombre que dependía de los demás para poder caminar, porque era ciego, y también para poder vivir, porque era pobre y no tenía otro recurso que mendigar. El que estuviera “sentado al borde del camino” subraya su extrema marginalidad: él no puede participar de ese gran movimiento en torno a Jesús, sobre quién, sin duda alguna, ha oído hablar y ha sacado sus propias convicciones. Por eso grita: Hijo de David, ten compasión de mí. “Hijo de David” significa “tú eres el Mesías”. La paradoja es que este ciego “ve” la identidad de Jesús como Mesías, a diferencia de la mayoría de la gente. Cuando Jesús llegue a Jerusalén, muchos le aclamarán como Mesías, pero hasta este momento tan sólo Pedro y el ciego Bartimeo lo han reconocido y confesado como tal.
Muchos le regañaban. La gente que rodea a Jesús son una auténtica pesadilla: hace tres domingos no querían dejar que los niños se acercaran a Él; ahora no quieren que Bartimeo lo invoque y le suplique. Esto debe hacernos pensar, porque nosotros somos la gente que rodea a Jesús, su cuerpo, su Iglesia. Que no seamos nunca una barrera entre Cristo y los hombres, sino que seamos verdaderamente el cuerpo de Cristo, es decir, el órgano humano a través del cual Él encuentra a los hombres: no un obstáculo, sino un puente.
Pero él gritaba más. “Yo te invoco porque tú me respondes”, dice el salmo 16 (v. 6). Nosotros también gritamos a Jesús, gritamos a Dios, porque, al igual que el ciego Bartimeo, tenemos puesta toda nuestra esperanza en Él. Nosotros no somos “optimistas”, sino hombres de esperanza. Y nuestra esperanza no nace de ningún “análisis de la realidad”, sino de la certeza de su presencia en medio de nosotros. Cristo está aquí y nosotros clamamos hacia Él, como Bartimeo, porque tenemos fe en su poder y en su bondad.
Jesús se detuvo y mandó llamarlo. El Mesías atiende a aquellos a quienes sus “amigos” quieren hacer callar… “Dios es más grande que nuestro corazón” (1Jn 3,20). Dios no excluye a nadie, porque ama a todos los hombres.
Soltó el manto. El manto en la Biblia simboliza la personalidad, el status social de quien lo lleva, su condición. El manto además es todo lo que un mendigo tiene. Al soltar el manto, Bartimeo hace lo que el joven rico no fue capaz de hacer: dejarlo todo por Cristo. De este modo muestra que está dispuesto a cambiar de status, a cambiar de vida, que no se aferra afanosamente a su condición. Porque a menudo nosotros queremos que el Señor nos cambie pero no estamos dispuestos a cambiar nuestro status, es decir, nuestra manera de ser, nuestro modo de vivir: nos aferramos nerviosamente a “nuestro manto”.
Dio un salto y se acercó a Jesús. Este salto “a ciegas” es un símbolo de la fe. No porque la fe sea algo irracional, carente de fundamentos racionales; al contrario, no hay nada más razonable que creer, que “dar fe” a Dios. Sino porque la fe comporta siempre una opción, un compromiso de mi libertad; y eso nunca es la conclusión de un silogismo, sino algo que pone en juego a toda la persona, y no sólo al entendimiento. Por eso el órgano de la fe es el corazón y no la inteligencia: “Si tus labios confiesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación” (Rm 10, 9).
¿Qué quieres que haga por ti? Puede parecer una cuestión superflua tratándose de un ciego…pero Dios respeta siempre nuestra libertad. Nos ha creado a imagen del que es “la Palabra” y espera siempre nuestras palabras, quiere que le hablemos. No nos trata como a objetos sino como a sujetos. Por eso comenta San Juan Crisóstomo (+407) que Jesús le dice esto a Bartimeo porque Bartimeo ha hecho lo que ha hecho (orar, creer, gritar y saltar a ciegas hacia Jesús), ya que “Dios no salvará en absoluto a los que no trabajan, como si fueran maderos o piedras”.
Anda, tu fe te ha curado. “Anda”: estabas paralizado, inmovilizado por tu ceguera. Ahora camina, ya que has recibido la luz, que es Cristo, que ha iluminado tu corazón antes que tus ojos.
Y lo seguía por el camino. Bartimeo ha cambiado de vida: ya no es un marginado al borde del camino, sino que se ha integrado en el grupo de los que siguen a Jesús, de los discípulos. Ha entrado en la Iglesia.