Los delirios/demonios de la ciencia (I)

(Las reflexiones que siguen están hechas a propósito de la figura del matemático húngaro Neumann János Lajos, también conocido en EE UU como Johnny von Neumann, que fue uno de los principales fautores de la bomba atómica. Sin entrar en la valoración y el juicio sobre esta persona, lo que nos interesa es analizar el ‘páthos’ de la ciencia, los delirios o demonios que acechan al conocimiento científico y, en último término, la condición humana, ya que lo que anida en el alma de los científicos, anida también en el alma de cada hombre)

(Testimonio de Richard Feynman sobre la estancia de Neumann en Los Álamos)

Durante todo este tiempo fuimos la envidia de Los Álamos, porque todos querían su opinión. Su tiempo valía oro, y casi no hubo un departamento que no se beneficiara de su intelecto. Cuando llegaba la noticia de que nos iba a visitar, todos preparaban sus pizarras con los problemas más difíciles en que estaban trabajando, y él iba de sala en sala, resolviéndolos uno a uno, casi sin esfuerzo. Me parece que esa facilidad de pensamiento también tenía su lado oscuro. Una falta de ponderación que nunca vi en otros hombres de ese calibre. Recuerdo una vez que salimos a dar un paseo juntos por el desierto y me dio un consejo que todavía me atormenta: “¿Sabes que no tienes por qué ser responsable del mundo en el que estás?”. Me lo dijo sonriendo, lleno de confianza. Y no era el único que se comportaba así. En Los Álamos reinaba un ambiente de optimismo irracional que no se correspondía con lo que estábamos haciendo. Tampoco es que yo haya sido inmune. Hasta el día de hoy, recuerdo mi trabajo allí como los años más excitantes de mi vida, incluso a pesar de la muerte de mi esposa y de todo lo que estaba pasando en Europa. Es difícil admitirlo, pero en ese momento, mientras construíamos el arma más letal de la historia de la humanidad, no podíamos dejar de hacer tonterías. No parábamos de contar chistes.

(La pretensión: encapsular el ser del hombre y sus conflictos en unas reglas claramente definidas)

A él siempre le habían fascinado los juegos de todo tipo, y soñaba con encapsular los múltiples conflictos y enfrentamientos que surgen en las interacciones humanas dentro de un conjunto de reglas definidas. Estábamos intentando atrapar, con ecuaciones matemáticas, la manera en que las personas toman decisiones. Queríamos capturar el mecanismo inescrutable de a motivación humana con una red de ecuaciones que no solo cubriera el caos salvaje de la vida social, sino también los múltiples juegos secretos que cada uno desarrolla en su reino interior. El alcance de nuestro trabajo prácticamente no tenía límites: se podía aplicar a un nivel muy doméstico –al modo en que una persona negocia un aumento de sueldo, por ejemplo- o a decisiones transcendentales que rigen el curso de una guerra entre las grandes potencias del mundo. Lo que realmente quería (von Neumann) era nada menos que matematizar la motivación humana. Quiso aprehender una parte de nuestra alma con ecuaciones, y creo que, en gran medida, logró establecer las reglas según las cuales los seres humanos tomamos decisiones, sean económicas o no.

(Eugene Wigner: superar los límites humanos)

Al mirar atrás, al pensar en lo que hicimos, la gente asume que todos éramos monstruos o locos. ¿Cómo pudimos traer esos demonios al mundo? ¿Cómo nos atrevimos a jugar con fuerzas tan terribles que podían borrarnos de la faz de la Tierra, o enviarnos de vuelta a un tiempo previo a la razón, cuando el único fuego que conocíamos brotaba de los rayos que dioses iracundos nos lanzaban desde el cielo mientras nosotros temblábamos en las cavernas? Un pequeño y sucio secreteo que casi todos compartimos, pero que prácticamente nadie se atreve a confesar en voz alta, es que lo que nos atrajo de forma irremediable, lo que nos convenció de fabricar esas armas, no fue el deseo de poder, el ansia de fama, dinero o gloria, sino el goce indescriptible de llevar a cabo esa ciencia, una emoción que bordeaba el éxtasis. Fue irresistible. Los niveles de presión y temperatura creados por la reacción en cadena, la colosal liberación de energía, esa física tan extraña y esotérica… no se parecían a nada que hubiésemos presenciado antes. La hidrodinámica de las ondas de choque, o la magnífica luz que casi nos dejó ciegos, eran cosas que ningún ser humano había visto. Estábamos descubriendo algo que ni siquiera Dios había creado. Porque esas condiciones particulares jamás existieron en otro lugar del universo. La fisión es común en el corazón de las estrellas, o dentro de gigantescos motores celestiales, pero nosotros logramos que ocurriera en el interior de una esfera de metal de solo un metro y medio de diámetro, en la cual anida un núcleo aún más diminuto de seis kilogramos de plutonio. Todavía me parece un milagro que lo pudiéramos conseguir. Importa poco lo que digan los demás, yo estuve ahí, y tengo muy claro que lo que nos impulsó no fue la carrera frenética contra los nazis (y luego contra los rusos, y luego contra los chinos, y así, sucesivamente, hasta el fin del mundo); fue la euforia de pensar lo impensable y de conquistar lo imposible, superando todos los límites humanos al quemar el regalo de Prometeo hasta su máxima incandescencia.



Autor: Benjamín LABATUT
Título: Maniac
Editorial: Anagrama, Barcelona, 2023, (pp. 141-142; 159; 161-162; 171; 168-169)