Una vida antes que una moral

 

1. Lo que no es el cristianismo.

Imaginemos un hombre que cumple perfectamente bien todos los mandamientos de Dios y de su Iglesia, un hombre que es justo y bueno, que busca la paz y trabaja por ella, que lucha contra la injusticia y quiere un mundo de hermanos, pero que hace todo esto sin creer que Jesucristo es Dios y sin estar bautizado... Pues bien, ese hombre no sería cristiano. No se es, en efecto, cristiano por cumplir todos los mandamientos, sino por creer que Jesucristo es Dios y por vincularse orgánicamente a Él mediante el bautismo; de este modo recibimos su Espíritu, y participamos así de su Vida. El cristiano es una vida mucho más y mucho antes que una moral. ¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado? Quiero saber de vosotros una sola cosa: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? ¿Tan insensatos sois? Comenzando por espíritu, ¿termináis ahora en carne? ¿Habéis pasado en vano por tales experiencias? ¡Pues bien en vano sería! El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación? (Gálatas 3,1-5). Lo que, en efecto, nos hace cristianos es la fe en la predicación, en el anuncio de que tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Juan 3,16) y la adhesión vital a este acontecimiento que opera en nosotros el bautismo.

Las continuas disputas de Jesús con los fariseos tienen siempre, como telón de fondo esta cuestión. Pues los fariseos habían reducido la relación con Dios al cumplimiento de los preceptos de la Ley, haciendo de esa observancia un título que les daba derecho, ante Dios, a recibir la recompensa eterna. De este modo el don gratuito de Dios por el que Él había elegido a su pueblo -No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene (Deuteronomio 7,7-8)- quedaba anulado por una relación concebida en términos de estricta justicia: “nosotros cumplimos sus mandatos y Dios nos recompensa debidamente”, venían a pensar los fariseos. Y de este modo la Ley, más que expresión de la Alianza, se convertía en su fundamento y su soporte: los mandamientos ya no eran la expresión de un amor (humano) agradecido al Amor (divino) con que hemos sido amados, sino el estricto cumplimiento de un pacto. Pero el Señor dice quiero misericordia y no sacrificios, es decir, quiero un corazón humilde y agradecido y no un corazón satisfecho de sí mismo y complacido en su propia perfección.

2. Una vida antes que una moral.

Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”. Él entonces, le dijo: “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud”. Jesús fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme”. Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes (Marcos 10,17-22). Este texto permite comprender la originalidad cristiana: En el cristianismo, desde luego, hay que cumplir los mandamientos de Dios -“Ya sabes los mandamientos”-. Pero la experiencia cristiana va más allá: se inicia cuando uno es sensible a la mirada de amor de Jesucristo, cuando se sabe percibir en ella su seducción y se consiente en ella. Entonces uno empieza a enamorarse de Jesucristo y a querer estar con Él porque para mí la vida es Cristo (Filipenses 1,21), como dice San Pablo.

De hecho el Señor se presentó a sí mismo no como un maestro de moral, no como el que ha venido a instaurar un nuevo código de conducta, sino como el que ha venido a traer una vida: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Juan 10,10). El que beba del agua que yo le dé, no tendrá jamás sed, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna (Juan 4,14). Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo (Juan 17,1-3). Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí, no tendrá nunca sed (Juan 6,35).

3. Un nuevo nacimiento.

Una nueva vida es mucho más que el cumplimiento de unos cuantos preceptos. Una nueva vida significa un nuevo “principio vital” que anime todo mi ser y que le dé otra forma, otro “aire”, otro “estilo”. Y eso comporta un cambio total de mi persona, no un simple “parche”, un simple “remiendo”. Así lo dijo el Señor: Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado, porque la pieza tira del manto –lo nuevo de lo viejo– y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos (Marcos 2,21-22). El ser cristiano supone un cambio tan grande que, propiamente hablando, se trata de un nuevo nacimiento: En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Le dice Nicodemo: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?” Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3,3-5).

Este nuevo nacimiento “de agua y de Espíritu”, que recibimos por el bautismo y la confirmación, crea en nosotros una nueva vida, y por lo tanto una nueva espontaneidad, es decir, una nueva sensibilidad, una nueva manera de reaccionar ante los acontecimientos de la vida. De tal manera que vivimos el cristianismo NO como una pesada carga que llevamos encima sin apenas poder con ella –venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré; cargad con mi yugo, porque mi yugo es suave y mi carga ligera– SINO como el despliegue de una vida que llevamos dentro de nosotros: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él (Juan 7,37-39).

El don del Espíritu Santo, en efecto, interioriza en nosotros la presencia de Cristo, de tal manera que el seguimiento de Jesús deja de ser el esfuerzo por adoptar una doctrina y una moral que “otro” me impone y pasa a ser el don fecundo de una vida que está en nosotros como una fuente de agua que brota para vida eterna (Juan 4,14), y que nos confiere unos ojos nuevos para ver (fe), un nuevo anhelo y una nueva certeza en el corazón (esperanza), y una nueva sensibilidad para vivir las cosas y reaccionar ante ellas (caridad). Porque el Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús y la mirada, el corazón y la sensibilidad que Él nos comunica, son la mirada, el corazón y la sensibilidad de Cristo.

El acontecimiento pascual, Cristo muerto y resucitado por nosotros, se hace nuestro por el don del ESPÍRITU SANTO.


SIN ÉL,

- Dios está lejos

- el Evangelio es una letra muerta

- la Iglesia es una simple organización

- la autoridad es una forma de dominio

- la misión se identifica con la propaganda

- el culto es una simple evocación

- el obrar cristiano es una moral de esclavo


CON ÉL,

- Cristo Resucitado se hace presente

- el Evangelio se convierte en potencia de vida

- la Iglesia es expresión de la vida trinitaria

- la autoridad se hace servicio liberador

- la misión se convierte en Pentecostés

- la liturgia es memorial y anticipación

- el obrar humano es deificado

- el cosmos es elevado y gime en el parto del Reino.


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