Epifanía del Señor

15 de agosto 

6 de enero de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • La gloria del Señor amanece sobre ti (Is 60, 1-6)
  • Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra (Sal 71)
  • Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa (Ef 3, 2-3a. 5-6)
  • Venimos a adorar al Rey (Mt 2, 1-12)
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El evangelio de hoy, queridos hermanos, nos presenta tres tipos de hombres que adoptan actitudes diferentes ante Jesús: los magos, que le buscan con tesón y quieren rendirle homenaje, los escribas, que conocen el lugar de su nacimiento, pero no se interesan por él y Herodes que se siente amenazado por él en su poder y quiere por ello eliminarlo. Estos tres tipos de hombres los encontraremos también durante la vida pública de Jesús y a lo largo de la historia de la Iglesia, en el tiempo del anuncio del Evangelio a todos los hombres: siempre habrá quien se interese por Jesús para darle su corazón, quien se interese por Él como una curiosidad intelectual, como un elemento de la cultura humana, y quien vea en Él a su peor enemigo. Estos últimos normalmente no dicen nada contra Él sino contra su cuerpo, que es la Iglesia, el lugar de la prolongación de su presencia en la historia. Pero aquí hay que recordar las palabras del Señor a Saulo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Hch 9,4).

Los magos eran astrónomos. Especialmente en el ambiente de Mesopotamia, la astronomía y la astrología contaban con una antigua tradición y gozaban de gran prestigio. Se consideraba que los acontecimientos del firmamento y los del mundo de los hombres tenían mucha relación, y que quien entendía los fenómenos del firmamento entendía también la historia humana, pudiendo dar consejos y orientaciones sobre ella. Los magos estaban al corriente de la esperanza mesiánica de los judíos, porque desde los tiempos del exilio había muchos judíos en Mesopotamia y ellos se encargaron de dar a conocer la religión y la esperanza del pueblo de Israel. En este contexto los magos observaron algún fenómeno en el firmamento que ellos interpretaron como el anuncio del nacimiento del Mesías. Y sintieron el impulso de ponerse en camino para ir a buscar al Mesías de los judíos, que ellos entendieron que era también el salvador de ellos. Sintieron ese impulso interior y conocían la dirección en la que debían buscar; pero no sabían nada más. Y se pusieron en marcha.

Los magos, queridos hermanos, son un ejemplo de fe. Por eso los recordamos hoy y los celebramos en la liturgia. Ellos, sin saberlo, repitieron el gesto de Abraham, salieron de su tierra y de la casa de sus padres, para encaminarse hacia la tierra en la que buscaban al Señor. Ellos asumieron el riesgo de un viaje impreciso con tal de buscar el rostro del Señor. Fueron fieles al anhelo profundo de su corazón. En ellos se cumplieron las palabras del salmo 26: “Dice de ti mi corazón: ‘Busca mi rostro’. Tu rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro” (Sal 26,8). El anhelo profundo del corazón del hombre es el deseo de Dios, la búsqueda de su rostro. Y una de las desgracias más profundas de nuestro tiempo es el olvido de este anhelo: “Está en curso, incluso en el seno de la Iglesia, un interés exclusivo del hombre por las realidades temporales, que ya no es una elección legítima, sino apostasía y caída total de la fe”, escribió Karl Rahner hace ya bastantes años. La fe es el movimiento por el cual el hombre se pone en marcha para satisfacer el anhelo más profundo de su propio corazón. Y, en este sentido, los magos son un modelo de humanidad.

Cuando por fin encuentran al niño se postran ante Él. En Oriente postrarse ante alguien es reconocerle como señor lleno de poder, ante el que uno se sabe dependiente, como ante un rey o un dios. Cuando Cristo camine sobre las aguas en medio de la tormenta, “los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: ‘Verdaderamente eres Hijo de Dios’” (Mt 14,33). Cuando María Magdalena y la otra María, en el domingo de resurrección, encuentren al Señor se echarán a sus pies y lo adorarán (Mt 28,9). Al postrarse ante Él y adorarlo, los magos le reconocen también como su Señor, como el Rey y el Pastor de los pueblos gentiles, es decir, de los paganos.

En las representaciones antiguas de este evangelio de hoy se suelen representar a los magos mediante un joven, un hombre adulto y un anciano; también se suele hacer que uno sea asiático, otro europeo y otro africano. Aunque estos rasgos no correspondan literalmente al evangelio, sin embargo sí corresponden a su espíritu. Con ellos se quiere decir que todas las edades de la vida y los hombres de todas las razas y culturas llegan a la meta cuando llegan a Jesús, cuando le reconocen como su Rey y Señor. Pues Él ha venido para todos los hombres, para jóvenes y viejos, para sabios e iletrados, para hombres de todos los colores, de todos los continentes y de todas las culturas.

Cada domingo, en la Eucaristía, nosotros significamos esto. Porque a nadie le pedimos para participar en ella otra cosa que la fe en Cristo como nuestro Dios y Señor. Y no es la edad, ni la raza, ni la cultura, ni ningún otro rasgo humano el que determina la participación en la Eucaristía, sino tan sólo el reconocimiento de que Él es nuestro Dios y Señor.