Tenemos una esperanza

“Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1Ts 4, 13).

Yo sé que tengo un Redentor que está vivo en el cielo y que yo resucitaré del seno de la tierra. Yo sé que veré en mi propia carne y con mis propios ojos a Dios mi Salvador. Yo sé que la muerte no es para mí más que un cambio de estado, un tránsito para mi alma y un sueño para mi cuerpo; que me va a despojar para revestirme, que me va a quitar una vida frágil y perecedera para darme una vida que no terminará nunca. Yo sé todo esto; y esta esperanza que Dios ha puesto en mí como un precioso depósito es la que me consuela en mis miserias, la que me fortalece en mis desánimos, la que me da fuerza para cumplir mis deberes, la que me hace invencible en las tentaciones, la que me impide sucumbir a la violencia de las persecuciones. Sin esta esperanza toda mi fuerza me abandonaría en mil ocasiones y yo cedería a las rebeldías de la naturaleza; pero esta esperanza es mi soporte, y por eso la conservo en mi corazón.

Louis Bourdaloue

(Fallecido en 1704, este jesuita fue un orador brillante que predicó en la Corte de Francia, en cinco ocasiones, durante el Adviento y la Cuaresma, entre los años 1672 y 1697)