Las buenas palabras

Las buenas palabras son, en este mundo, como una música del cielo. Poseen un poder que parece superar a la naturaleza. Es como si la voz de un ángel se hubiera extraviado sobre nuestra tierra y sus acentos inmortales hirieran suavemente los corazones, depositando en ellos algo de la naturaleza de los ángeles.

Las buenas palabras pueden enderezar los asuntos más embrollados, porque, en realidad, un corazón inaccesible al perdón es un monstruo bastante raro. Casi todo el mundo se cansa de las disputas, incluso de las más justas. Incluso aquellas en las que todos los errores están del mismo lado, que son las más difíciles de arreglar, con el tiempo ceden ante las palabras conciliadoras.

Toda disputa tiene probablemente su origen en un malentendido y sólo subsiste por el silencio que perpetua ese error. Cuando un malentendido ha vivido más de un mes, se le puede considerar en general como incurable mediante explicaciones que no hacen sino multiplicar los malentendidos. Entonces las buenas palabras, cuyos frutos no veremos más que a base de perseverancia, son nuestra única esperanza, pero son una esperanza cierta. Porque ellas no explicarán nada, sino que harán algo mejor: harán inútil toda explicación y de ese modo evitarán que se reabran las antiguas llagas. En estas circunstancias, las buenas palabras poseen una fuerza medicinal. Y también productiva, porque, entre otras cosas, dan felicidad.

Frederick William Faber