III Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

3 de marzo de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • La ley se dio por medio de Moisés (Jn 1, 17) (Ex 20, 1-17)
  • Señor, tú tienes palabras de vida eterna (Sal 18)
  • Predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los hombres; pero para los llamados es sabiduría de Dios (1 Cor 1, 22-25)
  • Destruid este templo, y en tres días lo levantaré (Jn 2, 13-25)
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El evangelio de hoy posee un cierto carácter turbador porque nos presenta al Señor actuando bajo un ángulo que no es el de la amabilidad y la dulzura sino el de la exigencia y el rigor. Los cuatro evangelistas nos narran este episodio y nos lo presentan como la primera acción de Jesús en Jerusalén, como si el Señor, la primera vez que sube, durante su ministerio, a la ciudad santa, hubiera tenido una urgencia que le preocupara y que quería cumplimentar cuanto antes. ¿Qué es, pues, lo que está en juego en toda esta cuestión para que Jesús actúe de esta manera?

Lo que está en juego se llama PUREZA. Y pureza significa nitidez, que se vea claramente lo que cada cosa es, que se perciba claramente que el Templo es sólo el lugar de la presencia de Dios, la casa de su Padre, y no un lugar de comercio, y no un mercado. La clave de toda esta cuestión es la palabra “sólo”. El rostro del Padre del cielo es tan bello que Jesús quiere que, en el Templo, resplandezca sólo su luz.
La enigmática respuesta de Jesús -“destruid este templo y en tres días lo reedificaré”- significa: “Yo soy el verdadero Templo, el lugar auténtico de la presencia de Dios y por eso poseo autoridad para determinar qué condiciones debe de tener este Templo que es imagen de mí”. Con esta palabra Jesús nos desvela y nos introduce en el misterio del templo. Este misterio se articula en cuatro afirmaciones fundamentales.

(1) La primera de ellas es que el cuerpo físico de Cristo es el verdadero templo porque, como dirá san Pablo, “en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 2,9). Por eso los cristianos no tendrán inconveniente en abandonar Jerusalén: porque allí donde se celebra la Eucaristía está el verdadero templo ya que Cristo se hace corporalmente presente en ella.

(2) Pero el cuerpo de Cristo es también “la Iglesia que es su Cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todo”, como escribe san Pablo (Ef 1,22-23). El cuerpo glorioso de Cristo resucitado es la fuente del cuerpo eclesial, al cual comunica su propia vida y en el cual se extiende y se prolonga a lo largo de la historia humana.

(3) Viviendo en la Iglesia y recibiendo en ella la vida divina, el cuerpo del cristiano se convierte también en templo, en lugar de la presencia de Dios: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios es sagrado, y vosotros sois ese templo” (1Co 3, 16-17).

(4) Finalmente los cristianos construimos templos con piedras o ladrillos o maderas, lugares destinados al encuentro con Dios mediante la celebración de la divina liturgia y la oración personal.

El evangelio de hoy nos recuerda que Cristo nos exige vivir el misterio del templo, en todas sus manifestaciones, con PUREZA.

(1) Recibir el cuerpo eucarístico de Cristo con pureza, significa recibirlo en gracia de Dios, tal como la Iglesia nos enseña, confesándonos antes si lo necesitamos.

(2) Vivir la Iglesia con pureza significa no utilizarla nunca para nada que no sea la adoración y la alabanza divina. No buscar, por ejemplo, que la Iglesia cante la gloria de mis difuntos sino la gloria de Dios…

(3) Vivir el propio cuerpo con pureza significa no convertirlo en un mercado de sensaciones sino en transparencia del amor de Dios. Y esto es la castidad: un misterio de amor, del Amor con el que Dios nos ama, enteros, alma y cuerpo. “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. (1Co 6, 19-20).

(4) Vivir los templos que construimos con pureza significa venir a ellos a orar, a encontrarse con Dios, y no a cultivar las relaciones humanas. Y ello exige el silencio.

Que el Señor nos conceda vivir con PUREZA el misterio del templo, en todas sus dimensiones. Para que Él sea glorificado en nosotros. Amén.