XXV Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

 24 de septiembre de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Mis planes no son vuestros planes (Is 55, 6-9)
  • Cerca está el Señor de los que lo invocan (Sal 144)
  • Para mí la vida es Cristo (Flp 1, 20c-24. 27a)
  • ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? (Mt 20, 1-16)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

- Muchas y muy importantes son, hermanos, las verdades que el Señor nos recuerda con esta parábola. En primer lugar nos recuerda que Dios no es un empresario del que cabe esperar que proceda con justicia y equidad. Cuando un empresario es justo y equitativo, da a cada uno de sus obreros según sus merecimientos, según el rendimiento de su trabajo. Si Dios fuera un empresario la queja de los trabajadores de la primera hora estaría completamente justificada. Pero Dios es un padre que tan sólo quiere que sus hijos se esfuercen por estar con Él, por vivir en su casa, por ayudarle en su tarea, por trabajar en su viña. Entonces el Padre da a cada uno lo que un padre da a todos sus hijos: su abrazo de amor, su Espíritu Santo. ¿Qué otra cosa puede dar un padre?

- Nos recuerda también, en segundo lugar, que Dios es libre. Si los hombres somos libres -y lo somos-, si queremos, con toda razón, que los demás respeten nuestra libertad, también nosotros tenemos que respetar la libertad de Dios. ¿O es que Dios no es libre? Todos consideramos que tenemos pleno derecho a disponer de lo que es nuestro según nuestro libre arbitrio, según nuestro leal saber y entender. Pues también Dios puede disponer de lo suyo según su libertad, que nunca es caprichosa ni injusta. “Lo suyo” son sus dones: Dios puede dar a este hermano unos dones que no me ha dado a mí. Y no debo protestar por ello. “Lo suyo” son también las misiones, las tareas, que Él encarga a los hombres, es decir, los diferentes “trabajos” que hay que hacer en su viña: a unos predicar, a otros gobernar, a otros sufrir en silencio ofreciendo su dolor por la salvación del mundo, a otros testimoniar el amor de Dios en la recíproca entrega y mutua fidelidad conyugal, a otros el renunciar al mundo, retirándose de él, para orar por la salvación de todos, etc., etc. Y yo no debo envidiar el don y la misión que mi hermano ha recibido, sino vivir la mía con amor, como enseña san Francisco de Sales.

- La parábola nos recuerda también que lo que Dios espera de nosotros es que trabajemos en su viña. “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?” Para Dios lo importante es que “trabajemos”, que “hagamos algo” por encontrarle, por servirle, por agradarle. Dios no nos pide el éxito, ni la eficacia: nos pide la laboriosidad, el intento, el esfuerzo, la buena voluntad que se hace operativa, que se traduce en algo, aunque sean pequeños, muy pequeños, gestos de aproximación hacia Él. Porque Dios es Padre, y el padre quiere ver a su hijo, aunque sea a trompicones y cayendo mil veces, caminando hacia Él. No hacer nada porque no va a ser perfecto lo que haga, porque no va a conseguir el objetivo deseado, es fruto del orgullo, que es lo único que nos puede excluir del Reino de los cielos. No actuemos movidos por el orgullo sino por la confianza filial. Trabajan en la viña del Señor quienes buscan la gloria de Dios y no su propia gloria, quienes procuran vivir el amor de Dios y ganar almas para Dios, quienes hacen cuanto está de su parte para llevar consigo a otros a la viña, afirma san Gregorio Magno.

- Es también san Gregorio Magno quien nos explica que podemos entender las diferentes horas del día como las diferentes edades en la vida del hombre: la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez y la ancianidad. La conclusión es obvia: lo importante es incorporarse al trabajo en la viña del Señor, aunque sea a la hora undécima, como lo hizo el buen ladrón que se incorporó a la viña poco antes de expirar y recibió antes que san Pedro y los demás Apóstoles el denario de la vida eterna él, que había sido el último en incorporarse a la viña por la confesión de la inocencia de Dios y el abandono confiado en su misericordia.

- Finalmente la parábola nos recuerda que trabajar en la viña del Señor no es una carga y una fatiga, no es un mérito, sino una gracia, un honor inmerecido: es la gracia y el honor de vivir en la Verdad, de respirar el aire puro del Espíritu Santo, de tener como compañeros de trabajo a los santos ángeles. Lo que se recibe como “salario” por trabajar en la viña del Señor es siempre inmerecido, excede siempre, con mucho, lo “debido” en estricta justicia. Porque lo que se recibe es la vida eterna, es la ciudadanía de la Jerusalén celestial, la pertenencia a la “asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo”.