XXII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

3 de septiembre de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • La palabra del Señor me ha servido de oprobio (Jer 20, 7-9)
  • Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío (Sal 62)
  • Presentad vuestros cuerpos como sacrificio vivo (Rom 12, 1-2)
  • Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo (Mt 16, 21-27)
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El evangelio de hoy, queridos hermanos, es la continuación inmediata del evangelio del domingo pasado, por lo que llama mucho la atención que Pedro, que fue declarado “dichoso” por el Señor y constituido “piedra” sobre la que edificar su Iglesia, sea ahora mismo llamado Satanás y conminado a alejarse de él. ¿Qué ha ocurrido en tan breve espacio de tiempo?

Ha ocurrido que el Señor ha revelado que tiene que realizar su misión como Mesías a través del sufrimiento, la muerte y su posterior resurrección, y esto –el sufrimiento y la muerte- ha descolocado totalmente a Pedro, que probablemente esperaba de Jesús que pusiera fin a toda necesidad y sufrimiento humano y no precisamente que fuera él mismo sometido al sufrimiento y a la muerte. La reacción de Pedro es como la de aquellos que piensan que un Dios que no me libra del dolor no me sirve para nada. Por eso Pedro intenta disuadir a Jesús de seguir ese camino.

Lo primero que nos enseña este episodio es que Jesús reconoce una necesidad, –tenía que- dice por dos veces el evangelio, que se impone a su libertad y que su libertad acoge y asume porque él no ha venido a hacer su voluntad sino la del Padre del cielo, que le ha mandado que entregue su vida en rescate por muchos (Mt 20, 28). El Señor tiene que ofrecer su cuerpo como una “hostia viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12, 1), tal como Pablo recomienda hacer a los cristianos. El camino de la gloria pasa por el sufrimiento y la muerte. Esto forma parte de la originalidad cristiana.

El Señor le recuerda a Pedro cuál es su lugar como discípulo: ir detrás del Maestro y no pretender darle lecciones al Maestro sobre cómo tiene que hacer las cosas. “Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Los hombres tienden a pensar que la única vida que tienen es esta vida terrena en la que estamos y que “guardarla”, conservarla, es el valor fundamental y primero, como también lo es el evitar todo lo posible el dolor y el sufrimiento. Dios, en cambio, ha decidido instaurar su Reino a través del sufrimiento y el dolor del único Inocente –que es su Hijo Jesucristo- el cual va a ofrecer libremente su vida, por amor a los hombres, para la salvación de todos. Para Dios nuestra vida terrena no es el valor supremo y último: el valor supremo es su Reino, en el que la felicidad de los hombres que participen de él será completa, sin llanto, ni muerte, ni dolor.

Ahora el Señor expone la ley fundamental de la salvación: amarle a Él más que a la propia vida y estar dispuesto a perder la vida por Él, a donarla junto con la vida de Cristo, para la salvación del mundo. Todo lo cual comporta, obviamente, un “negarse a sí mismo”, un “cargar con su cruz” y un “seguirle” a Él. Cuando en la celebración de la Eucaristía el sacerdote, al final de la plegaria eucarística dice: “por Cristo, con él y en él”, está expresando esta ley fundamental de la vida cristiana: donar la propia vida, unida a la de Cristo, para la salvación de los hombres.

Todo lo cual significa que para el tiempo que hemos de transcurrir sobre la tierra, Jesús no nos promete una vida fácil y tranquila, libre de sufrimientos y necesidades, en la cual se vean cumplidos nuestros deseos humanos. Jesús lo que nos promete es que Él estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20), lo cual, por cierto, es el bien supremo, porque “estar con Cristo es con mucho lo mejor” (Flp 1, 23), y que podremos abordar todo lo que nos toque afrontar, contando con su compañía. En este tiempo de pandemia es importante tener muy en cuenta esto: no tenemos garantizada ninguna inmunidad; tenemos garantizada una compañía, la de Cristo que camina a nuestro lado y que, cuando cargamos con nuestra cruz, se pone Él también debajo de ella y nos ayuda a llevarla. Él es nuestro cirineo.