¿Quién soy yo?

Identidad personal y conocimiento de sí mismo


San Agustín entiende que, una vez que hemos reconocido cuán oscuros somos para nosotros mismos, de alguna forma advertimos que únicamente en la relación con la infinitud de Dios podemos acceder a alguna comprensión respecto de la clase de seres que somos –moviéndonos a través del tiempo y “llegando a ser” nosotros mismos en el encuentro con otro inextinguible.

San Agustín quiere que veamos nuestras vidas como algo mucho menos inteligible de lo que habitualmente pensamos que son. Se siente fascinado por la forma en que la voluntad o el deseo se adelantan al razonamiento, y por la imposibilidad de hacer acopio de todos los recursos de la mente con objeto de tomar decisiones inequívocas; por el papel desempeñado por la casualidad aparente a la hora de mover la voluntad en dirección a tomar determinaciones importantes; por los celos irracionales de los niños pequeños (etc. etc.).

Ninguna explicación particular de mí mismo que yo pueda elaborar será finalmente e infaliblemente cierta; dicho con otras palabras, desconozco aquello que pudiera ser relevante para comprender la verdad última de mi identidad tal y como Dios la ve.

San Agustín propone la enérgica concepción de que la comprensión amorosa entre los creyentes entraña el reconocimiento común de la incapacidad y la oscuridad respecto de nosotros mismos, y la referencia común a Dios como fundamento y base de la inteligibilidad mutua.

El reconocer mi ignorancia no supone adoptar una suerte de escepticismo, cuanto depositar en las manos de Dios cualquier esperanza de verme a mí mismo en mi totalidad. En razón de ello, cualquier verdad que sea capaz de ver respecto de quién soy, dependerá de mi relación con Dios, relación que no depende de mí ni está bajo mi control. Por tanto, la ironía de admitir que en realidad no es mucho lo que puedo conocer de la verdad que estoy tratando de ver o de contar, está entrelazada con la confianza, discerniente y esperanzada, de que mi historia entera es “recibida” y sostenida por la acción de Dios, testificada y unificada por el indisociable acto divino de amor y de conocimiento.

El yo creyente, para San Agustín, es un yo que acepta confiadamente su propia falta de transparencia para sí mismo, porque tiene fe en una realidad que se dirige a él y que le asiste sin interrupción –y que por consiguiente puede “interrumpir” nuestras propias fantasías respecto de que hemos llegado a una autocomprensión plena. No puede haber ninguna claridad final respecto de quienes somos únicamente mediante la mera introspección.

Mediante la Encarnación, Dios nos vincula al mundo temporal como, invariablemente e ineludiblemente, nuestro punto de partida, y al mismo tiempo nos despoja de la ilusión de que exista un punto dentro de dicho mundo temporal en donde podamos fijar nuestra residencia. Todo punto dentro del orden temporal se convierte en un punto de partida. La peregrinatio, que sería la modalidad básica del discipulado, es la disposición de buen grado a ver todo momento presente como un lugar que el deseo de Dios me obliga a dejar atrás, pero también como el acicate o estímulo necesario para el periplo del deseo, y ya no meramente como algo a negar.



Autor: Rowan WILLIAMS
Título: Sobre San Agustín. Un enfoque renovado y vivificador del pensamiento agustiniano
Editorial: Desclée de Brouwer, Bilbao, 2018, (pp. 23-24; 38; 41-47; 217)