XIV Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

3 de julio de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz (Is 66, 10-14c)
  • Aclamad al Señor, tierra entera (Sal 65)
  • Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús (Gál 6, 14-18)
  • Descansará sobre ellos vuestra paz (Lc 10, 1-12. 17-20)
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El envío de los 72 discípulos para anunciar que “el Reino de Dios está cerca” es como una especie de “ensayo general” de lo que va a ser la misión evangelizadora de la Iglesia, de los cristianos a lo largo del tiempo hasta la segunda venida del Señor. El número 72 tiene un carácter simbólico porque en Gn 10, 2-31 se enuncian todos los pueblos de la tierra y resultan ser 72. De modo que esta cifra está sugiriendo la universalidad de la misión, está preparando el envío al “mundo entero” (Mt 26, 13), a “todas las gentes” (Mt 28, 19).

Llama la atención el hecho de que la primera tarea que el Señor les encomienda es la oración, el orar la dueño de la mies que envíe obreros a su mies. De modo que lo primero, lo más urgente, es avivar en nosotros la conciencia de que el Reino de Dios viene de Dios, de que el Reino de los cielos viene del cielo, y de que, por tanto, lo primero es Dios, es mirar a Él, es dirigirse a Él, es suplicarle, invocarle, rogarle, alabarle, bendecidle y darle gracias a Él. No somos unos “humanistas” que pretenden construir un mundo nuevo, sino creyentes que quieren que Dios reine en medio de los hombres, que venga Su Reino.

Les mandó a dónde pensaba ir él. Porque la Buena Noticia es que a venir Él, Cristo, el Señor. La Buena Noticia no son los discípulos, es Él. También a nosotros el Señor nos ha puesto en los más diferentes lugares  de la tierra para que demos la Buena Noticia de que va a venir Él, de que Él se interesa por este lugar, por estos hombres que aquí viven, luchan y sufren, hombres a los que Él quiere salvar, introducir en su Reino. Lo importante no somos nosotros, es Él. Nosotros estamos para decir que Él está, que Él viene y que, con Él, llega el Reino de Dios.

Nuestro estar en medio de los hombres es como un estar como corderos en medio de lobos. Pero el Señor nos pide que no busquemos la seguridad (“no llevéis talega, ni alforja, ni sandalias”), que no hagamos romances (“no os detengáis a saludar a nadie por el camino”), es decir, que no caigamos en la vana palabrería, ni tampoco en la curiosidad superficial, en el fisgoneo (“no andéis cambiando de casa”).

En cambio el Señor quiere que la paz nos acompañe, que seamos hombres y mujeres de paz y que nuestra misión se desarrolle en la paz. Por eso manda saludar diciendo “paz a esta casa”. La paz en la Biblia equivale a la salvación. Por lo tanto la oferta de paz es la oferta de la salvación. San Pablo dirá de Cristo que “él es nuestra paz” (Ef 2, 14) porque él es nuestra salvación.

El gesto de sacudir el polvo de los pies en los pueblos donde sean rechazados es una manera de proclamar que el fundamento de la unidad, de la comunión y del verdadero encuentro humano, es Dios y que si Dios y su Reino son rechazados, si no suscitan el más mínimo interés en un grupo humano, entonces la comunión, el verdadero encuentro, es imposible: si rechazas a Dios no vamos a poder hacer nada juntos. De todos modos el Reino de Dios está cerca, pero para quienes lo rechazan o no muestran ningún interés por él, ese Reino será juicio, un juicio más severo que el de Sodoma y Gomorra, las ciudades que fueron destruidas por Dios mediante una lluvia de fuego.

Los 72 regresan junto a Jesús contentos porque han vivido la misión como un combate contra Satanás y han salido vencedores. El Señor les dice que eso es así, que es verdad, que Él ha visto a Satanás caer del cielo como un rayo. La misión, el anuncio del Evangelio, es decir, de Jesucristo, no es un reparto de flores y caramelos sino un verdadero combate contra las fuerzas que tienen esclavizados a los hombres, lejos de Dios; la misión es un verdadero combate contra los demonios. Dar testimonio de Cristo en medio de los hombres no es una fiesta, un evento lúdico, sino el “buen combate de la fe” (1Tm 6, 12).

Y finalmente el Señor les dice: no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. Una manera de decirnos que lo más importante que hay en nuestra vida es el amor que Dios nos tiene, la elección que Él ha hecho de cada uno de nosotros, el hecho de que nos “inscrito en el cielo”, es decir, de que nos considera “cosa suya”, de que de cada uno de nosotros Él ha dicho: “eres mío”.