Dietrich Bonhoeffer

Dietrich Bonhoeffer fue el concienzudo teólogo protestante que ahorcaron los nazis por su participación en el complot que intentó matar a Hitler. Desde hace no mucho se sabe sin embargo que no debió ser un ahorcamiento al uso, al uso de los bárbaros, sino que sus torturadores en realidad prolongaron su agonía durante horas y más horas colgándolo, como carne en canal, de un gancho; cuando pensaban que estaba para expirar lo descolgaban, le daban digamos un respiro y luego le volvían a colgar hasta que lo veían otra vez en las últimas y entonces lo descolaban de nuevo y de nuevo vuelta a colgar así poco a poco hasta el fin.

En la Navidad de 1942, poco antes de su brutal asesinato, Bonhoeffer logró sacar un pequeño escrito de prisión que fue tenido luego a buen recaudo durante años bajo las tejas de la casa paterna. Es como una especie de testamento y en sus pocas páginas, con esa enjundia del lenguaje de los momentos álgidos y las conductas más íntegras, habla del coraje cívico y de quién es en verdad el que se mantiene firme, de la confianza o la sensación de no tener suelo bajo los pies; también se interroga sobre la necedad humana y el sentimiento de desprecio a los hombres.

Desde su fe en Dios, habla de un “dique” contra el “caos” y, más específicamente, del “lugar del dique” en el que cada uno de nosotros hemos sido apostados para vigilar que no interrumpa por ahí la “marea del caos”. Si capitulamos, dice, si permitimos que la insolencia se acerque demasiado e irrumpa por el lugar que se nos ha asignado, entonces nos hacemos “culpables respecto a la totalidad”. Un dique de contención, esa es la imagen, un muro frente a la insolencia de la barbarie en el que algo o alguien o bien Alguien nos asigna a cada uno un puesto de combate y vigilancia, un deber y una responsabilidad “respecto a la totalidad” que nos atañe a cada uno en exclusiva, y en relación con el cual una claudicación por nuestra parte puede acarrear culpa. Culpa, deber, dique, totalidad: son palabras mayores, palabras de un hombre que a mayores, es decir, en los hechos más drásticos, se mantuvo firme ante una de las mayores claudicaciones humanas de la historia. Pero las mayores claudicaciones empiezan siempre por claudicaciones menudas, por cada una de las pequeñas claudicaciones y abandonos de cada uno en su lugar.

A continuación, en ese escrito que se salvó por los pelos de las garras de sus verdugos y carceleros, Bonhoeffer propone su noción de cualidad humana. Cualidad humana frente a la insolencia de los tiempos. En una página señera aboga por una “nueva nobleza”, por “el valor de restablecer una auténtico sentido de las distancias humanas” para defendernos de la barbarie que todo lo atropella con insolencia. Es una nobleza que “nace y se mantiene” mediante sacrificios, mediante el valor y mediante “un claro conocimiento de lo que uno se debe a sí mismo y a los demás”. El respeto que debemos y que nos debemos, el sentido de las distancias. Se trataría, escribe, de intentar “recuperar las vivencias de cualidad ya soterradas y un orden basado en la cualidad”, en una cualidad entendida como el mayor enemigo del proceso de masificación y aplebeyamiento de todas las capas sociales que incluye, entre otras cosas, el culto a la personalidad, a la imagen tal vez habría que decir hoy, o a la posición y el compadreo para obtener favores. Cualidad humana sobre todo como “mirada libre” y como “alegría de una vida oculta”, base del “valor para la vida pública” y para saber y conseguir soportar.

Pero Bonhoeffer desciende además a la minucia de las recetas prácticas, ahí van: la vivencia de la cualidad, en el plano cultural, significa el regreso de la risa al silencio del ocio, “de la distracción a la concentración; de la sensación a la meditación”, “del esnobismo a la modestia” y “de la desmesura a la mesura”; significa abiertamente el “retorno al libro” –él dice el retorno de la radio y del periódico al libro; aún no sabía lo que había de venir con las televisiones o las redes sociales-. Volver, pues, volver de las distracciones y las prisas y las sensaciones y más sensaciones, de los esnobismos y desmesuras y de los aparatos y más aparatos de propaganda, a una mirada libre y a la alegría de una vida oculta hecha de distancia y silencio, de concentración y meditación, de modestia, de mesura en todos los sentidos y –también en todos los sentidos- de valor. “Las cantidades”, concluye, “se disputan el espacio; las cualidades se complementan mutuamente”.



Autor: J. A. GONZÁLEZ SAINZ
Título: La vida pequeña. El arte de la fuga
Editorial: Anagrama, Barcelona, 2021, (pp. 151-153)