VI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

11 de febrero de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • El leproso vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento (Lev 13, 1-2. 44-46)
  • Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación (Sal 31)
  • Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo (1 Cor 10, 31 - 11, 1)
  • La lepra se le quitó, y quedó limpio (Mc 1, 40-45)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Uno de los mayores peligros espirituales que acechan al hombre es el de la confusión, el de no diferenciar y no distinguir claramente la verdad de la mentira, el bien del mal. Contra ese peligro se yerguen, en el Antiguo Testamento, las leyes de pureza e impureza, cuyo mensaje central es claro: no todo es lo mismo ni da lo mismo, y no podemos abordar la relación con Dios de cualquier modo. Con estas leyes Dios va educando a su pueblo, y a la humanidad entera a través de él, para que dé un testimonio correcto de la Verdad y del Bien que proceden de Dios y que nos obligan a distinguir entre lo que construye y lo que destruye, lo que clarifica y lo que confunde, lo que realiza al hombre y lo que le destroza.

En este contexto se inscribe la primera lectura de hoy, donde se nos explica que la lepra es fuente de impureza y que, en consecuencia, un leproso no puede participar en el culto divino, como tampoco en la convivencia humana: por eso tiene que vivir “solo”, “fuera del campamento”, proclamando a voz en grito que es impuro. El leproso es un “intocable” porque, simbólicamente hablando, es como una encarnación del mal y su aislamiento es una manera de enseñarnos que “no hay que tocar al mal” porque quien toca el mal, quien juega con él, se contamina. Pero ese aislamiento es “mientras le dure la lepra”, porque Dios puede curar también de la lepra y por eso el libro del Levítico prevé también lo que hay que hacer en caso de curación (Lv 14, 1-32).

El evangelio de hoy se inscribe en este régimen de pureza e impureza y posee un carácter doblemente paradójico, por parte del leproso y por parte de Jesús. El leproso del evangelio de hoy realiza un gesto sorprendente: se acerca a Jesús (cosa que tenía prohibida) y se arrodilla delante de él. Este gesto expresa una gran confianza en la bondad y en el poder de Jesús; y una gran humildad. El leproso suplica su curación con mucha fe (“puedes limpiarme”) y con mucha humildad (“si quieres”: no estás obligado a hacerlo).

Y Jesús hace un gesto desconcertante: extiende su mano y toca al leproso, es decir, toca al intocable. “Extender la mano” en la Biblia expresa la intervención salvadora de Dios (“extiendes tú la mano y tu derecha me salva”, dice el salmo 138,7). Y el leproso queda curado. Si sólo Dios podía curar de la lepra, esto significa que en Jesús actúa el poder de Dios.

La curación de los leprosos figuraba entre los signos de los tiempos mesiánicos. Por lo tanto, con este milagro Jesús está diciendo que los tiempos mesiánicos han llegado con Él, que su mano es la mano de Dios que, al tocar lo impuro lo vuelve puro, que su palabra tiene la misma eficacia de la palabra de Dios, que dice una cosa y la hace, como se vio en la creación del mundo. Hermanos: cada uno de nosotros tiene su lepra, porque tiene su pecado. La lepra del cuerpo era un símbolo de la verdadera lepra del hombre, que no es la enfermedad corporal sino la complicidad personal con el mal que hay en cada uno de nosotros. La Buena Noticia que nos da hoy la Iglesia es que hay uno, Cristo Jesús, que posee el poder de Dios para curarnos de esa lepra, para perdonar nuestros pecados e ir arrancando de nuestro corazón su complicidad con el mal, haciendo de nosotros unos hombres nuevos. Pero para ello es necesario que cada uno de nosotros se ponga de rodillas ante Él y le suplique con toda humildad y confianza “si quieres, puedes curarme”. Entonces Él, que es omnipotente y misericordioso, nos tocará y nos sanará.

El lugar donde Cristo Jesús “nos toca” son los sacramentos. Y sólo hay cristianismo cuando hay sacramentos. Porque el cristianismo no es, en primer lugar, una doctrina moral o metafísica, sino un encuentro personal con Cristo, en el que Él pone su mano sobre nosotros y nos dice: “quiero, queda limpio”, de modo que va haciendo de nosotros un hombre nuevo.
Que el Señor nos conceda una inmensa fe en su poder y en su bondad, y la humildad necesaria para dejarnos alcanzar por Él.