La paz del corazón

Ninguna realidad espiritual debería ser más familiar para el cristiano que la paz. Ella fue anunciada desde el nacimiento de Jesús durante la noche de Navidad: “Paz a los hombres que ama el Señor” (Lc 2, 14). Después de su resurrección, Jesús se presenta a sus discípulos con el mismo deseo en sus labios: “La paz con vosotros” (Jn 20, 19), como si quisiera asegurarles el final de todo conflicto, de toda turbación, de toda inquietud. De modo semejante, el apóstol Pablo iniciará todas las cartas escritas directamente por él con el deseo de la gracia y la paz; “gracia y paz” es la traducción que hace Pablo del deseo de los ángeles en la noche de Navidad; al fin y al cabo la gracia de Dios coincide con su Amor.

Durante la última cena Jesús mismo había dicho a sus discípulos: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 27). Y, sin embargo, el mundo ha seguido teniendo conflictos y guerras cada vez más sanguinarias. ¿Es una ilusión la paz que Jesús nos ha dado?

Pero el propio Jesús había anunciado: “habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y Cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones” (Lc 21, 23-24). La paz prometida por Jesús no suprime los conflictos, sino que cambia, para sus discípulos, la manera de vivirlos. Por eso él la llama
“mi” paz y la distingue de la paz tal como la entiende el mundo.

La diferencia estriba, e primer lugar, en que la paz que da Cristo es una realidad interior al discípulo, es una paz que está, ante todo, dentro de él y que sólo, más adelante, podrá eventualmente manifestarse en el exterior. Del mismo modo que el reino de Dios “está dentro de vosotros” (Lc 17, 21), también la paz que da Jesús está en el corazón de los discípulos y es un tesoro escondido que espera ser descubierto. Por lo demás, Jesús nunca anunció una época en la que desaparecieran las guerras, sino más bien habló en el sentido de que, cuanto más se acerque su segunda venida, más aumentarán las guerras y las persecuciones contra sus discípulos, cuya paz brota de la relación personal, íntima, secreta, de cada discípulo con Jesús mismo.

La paz que Jesús da es un don del Espíritu de Jesús, del Espíritu Santo, y el creyente sólo puede suplicarla insistentemente y esperar pacientemente recibirla. Es una paz que puede subsistir en medio de las situaciones más conflictivas.



Autor: André LOUF
Título: L’homme intérieur. Au coeur de l’expérience spirituelle chrétienne, 
Editorial: Salvator, Paris, 2021, (pp. 59-62)