V Domingo de Pascua

15 de agosto  

7 de mayo de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo (Hch 6, 1-7)
  • Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Sal 32)
  • Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real (1 Pe 2, 4-9)
  • Yo soy el camino y la verdad y la vida (Jn 14, 1-12)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf


Queridos hermanos:

Si contemplamos el panorama espiritual de la humanidad, a lo largo de su historia, vemos que el hombre siempre ha estado habitado por el deseo de una plenitud de verdad, de bien y de belleza, por una plenitud de sentido y felicidad que el hombre denomina “Dios”, y que no encuentra en ninguna de las realidades de esta vida. Por eso el hombre ha buscado siempre a Dios. Podemos considerar a la humanidad como un inmenso laboratorio en el que los hombres, agrupados según sus culturas, sus talantes peculiares, sus mentalidades distintas, van buscando el camino para encontrar esa plenitud llamada Dios y poder ser saciados por ella, poder ver colmada la propia pobreza con la riqueza de la Divinidad. Así han surgido las diferentes religiones.

Al considerar las diferentes religiones observamos que todos sus iniciadores o fundadores han hablado de la misma manera, aunque hayan dicho cosas distintas. Todos ellos han expuesto el camino que ellos honestamente han encontrado para llegar a la Fuente, para poder saciar la sed que hay en el corazón humano, sed de Verdad y de Vida. Todos ellos han dicho: yo os muestro el Camino que he encontrado para llegar a la Verdad y a la Vida.

Todos, excepto uno: Jesús de Nazaret. Jesús no ha dicho: “yo os muestro el camino que os conducirá a la verdad y a la vida”, sino que ha afirmado que Él mismo es el Camino, y la Verdad y la Vida, es decir, que Él es el camino y el término del camino y que, por lo tanto, quien le encuentra a Él, quien está con Él, ha alcanzado ya, de algún modo, la meta, porque “quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (…) porque “yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. El cristianismo, hermanos, consiste en creer esto.

Creer esto hoy en día no es fácil, porque va a contracorriente de la mentalidad general. Los hombres del siglo XXI piensan que el misterio de Dios es como la cumbre de una montaña hacia la que se puede subir por múltiples caminos, todos ellos igualmente válidos, con tal de llegar a la cumbre. Y les parece pretenciosa e intolerante la afirmación que hace Cristo en el evangelio de hoy: “nadie va al Padre sino por mí”. Y sin embargo es la verdad. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). No hay otra vía de salvación, otro camino de acceso al Padre, tal como dijo san Pedro ante el Sanedrín: “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12).

Y es que el cristianismo, queridos hermanos, no es una religión más, porque no es el fruto de la búsqueda que el hombre ha hecho de Dios, sino, al contrario, es el fruto de la búsqueda que Dios, en su misericordia, ha hecho del hombre. Porque “no ha sido la oveja perdida la que ha buscado al pastor, sino el buen pastor quien ha buscado a la oveja perdida” (Nicolás Cabasilas). De ahí el carácter desconcertante que tiene el cristianismo cuando proclama que, en un hombre, Jesús de Nazaret, “habita corporalmente la plenitud de la Divinidad” (Col 2, 9) y que, por lo tanto, encontrar a este hombre, estar con él, vivir en él, es el objetivo de la vida humana, de tal manera que quien lo encuentra no ha encontrado tan sólo el camino, sino que también ha llegado a la meta.

Nosotros, por la gracia de Dios, lo hemos encontrado. Permanezcamos en él. Aceptemos con humildad y agradecimiento el camino que Dios ha elegido libremente para venir a nosotros: el de la encarnación, el de la Palabra hecha carne. Aceptemos que esa carne, la carne del Señor, la humanidad de Cristo, es el lugar donde se nos da a conocer el Padre, y donde se nos revelan los misterios más profundos de la divinidad. “Creed en Dios, creed también en mí” nos dice el Señor humildemente en el evangelio de hoy. Creed que en mí, en esta humanidad, que yo he tomado de la virgen María, vuestra hermana, una humanidad semejante en todo a la vuestra, está la plenitud de la revelación, que en ella encontráis al Padre y quedan colmados todos los deseos de vuestro corazón.

Que el Señor nos conceda la inmensa gracia de no salirnos nunca de la humanidad de Cristo, de no querer encontrar a Dios fuera de ella o al margen de ella. Y para ello que nos conceda permanecer siempre en su Iglesia, que es el lugar donde Cristo está presente y donde, por medio de los sacramentos, podemos “tocar” su humanidad, que es la fuente de la gracia, del don del Espíritu Santo, por el que somos hechos hijos de Dios, por el que somos implantados en el Camino, en la Verdad y en la Vida. Que así sea.