Qué ocurre cuando oramos

La oración es un acontecimiento

Los caminos de la oración son múltiples y a menudo cada uno tiene el suyo particular. Lo que importa es que, cualquiera que sea ese camino, un día desemboque en ese acontecimiento que ocurre cuando la oración brota de sus profundidades. Porque lo esencial, en este asunto de la oración, no es lo que yo haga, sino lo que a mí me suceda, más exactamente, que me suceda ese acontecimiento que llamamos oración.

El acontecimiento de la oración se parece en primer lugar a algo que nos sorprende de improviso, de modo que se produce en nosotros como algo inesperado. Pero lo que nos sorprende no es extraño a nosotros, no es algo que viene del exterior, sino más bien del interior. Para ser más precisos, no nos sorprende algo sino más bien alguien. Alguien que estaba desde hacía mucho tiempo con nosotros y que, repentinamente, se revela, se muestra y, por decirlo de algún modo, pone su mano sobre nosotros. Y eso que me sucede de improviso es nuestra parte de eternidad que se anuncia.

El acontecimiento de la oración puede ser descrito también como una toma de conciencia. Orar es tomar conciencia de algo que ha permanecido durante mucho tiempo escondido en mí. En la vida del cristiano ocurre que, a menudo, durante un periodo muy largo, la oración permanece latente, inconsciente. El acontecimiento de la oración ocurre cuando esta oración latente aparece, se hace manifiesta a la conciencia.

Otra imagen que nos puede ayudar a comprender lo que ocurre cuando oramos es la de la fuente, la del manantial. Un manantial puede permanecer durante mucho tiempo sellado u obstruido, de modo que se ignora su existencia. Pero cuando se quita lo que lo cubría, el agua brota espontáneamente, sin tardar. El agua de una fuente es un agua viva, que posee una potencia interior; de ella habló Jesús cuando dijo que del seno del creyente “correrán ríos de agua viva” (Jn 7, 38). El agua lleva, horada, propulsa, empuja hacia adelante: todo puede ocurrir cuando un dique cede y el agua se derrama con fuerza. Así ocurre con la oración. El acontecimiento de la oración puede ser comparado a una perforación repentina, a algo que se rompe bruscamente y da lugar a una fuerza vehemente y, al mismo tiempo, tan extraordinariamente tierna como la eclosión de una flor.

Una última imagen nos puede ayudar: la de un nacimiento, la de traer al mundo una nueva vida. El acontecimiento de la oración se asemeja a la salida a la luz de una vida secreta, escondida, de la que nuestra alma estaba encinta, que ha ido madurando profundamente dentro de nosotros y que, por fin, sale a la luz.

El lugar de Dios en nosotros

Orar es, pues, experimentar nuestra realidad más profunda, más verdadera; tomar conciencia y tocar con el dedo un espacio en nosotros en el que, de una forma invisible que escapa a nuestra conciencia, nuestro ser desemboca en Dios, se derrama en Él.

Los Padres de la Iglesia griegos hablan de un “lugar de Dios” en nosotros. Para ellos, en cada hombre hay un lugar, un recinto, un espacio reservado en el que Dios nos toca. Según las épocas y las tradiciones, bizantinas o latinas, se hablará de “espíritu”, de “corazón”, de “fondo” o de “núcleo” del ser, de la “profundidad” o el “abismo” del alma… Los espirituales franceses del siglo XVII hablarán de la “cumbre” o la “cima” del Espíritu. Pero todos quieren decir la misma cosa: Dios, en cada momento y en alguna parte, nos toca.

El murmullo del Espíritu, sus gemidos, como dice san Pablo (Rm 8, 26), oran constantemente en cada uno de nosotros, mucho antes de que, en el nivel consciente de nuestro ser, nos pongamos a orar explícitamente. Dicho de otra manera: yo estoy siempre en estado de oración, aunque no esté orando de un modo concreto.

El Espíritu Santo nos empuja, nos exhorta invisiblemente y a menudo sin que nosotros lo sintamos. Él está llamado a convertirse para cada uno de nosotros en una especie de instinto interior que nos empuja en tal momento preciso, a actuar de una determinada manera. Es lo que san Juan llama la “unción interior”, este dulce impulso del Espíritu Santo, despertado en nosotros por la oración, que basta para decirnos lo que tenemos que hacer: “En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis (…) Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de Él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas –y es verdadera y no mentirosa- según os enseñó, permaneced en él” (1Jn 2, 20.26-27).



Autor: André LOUF
Título: L’homme intérieur. Au coeur de l’expérience spirituelle chrétienne
Editorial: Salvator, Paris, 2021, (pp.45-49 ; 57-58)