El pasado

(La novela está ambientada en Plovdiv, ciudad al sur de Bulgaria, en el siglo XX, donde conviven gentes de diferentes etnias y religiones: judíos sefardíes, expulsados de Toledo en tiempos de los Reyes Católicos, turcos otomanos, búlgaros, gitanos, armenios etc. El protagonista y narrador es un judío sefardí que evoca su infancia, criado por sus abuelos, el Borrachón y su esposa Mazal, con sus padres desaparecidos y su relación entrañable con la cristiana armenia Araxi Vartanian, compañera de curso e hija de la profesora de francés. La narración cabalga entre dos tiempos: el de la infancia y el tiempo actual, en el que él es un profesor universitario, bizantinólogo, afincado en Israel. Al cabo de muchos años de separación, en el presente actual, se reencuentran en Plovdiv el protagonista, Albert Cohen, familiarmente llamado Berto, y Araxi. Como cabe esperar intentan ponerse al día, pero Araxi tiene sus resistencias…)

Hay cosas que suceden sin nuestra intervención, querido Berto, lo queramos o no. ¿Cómo se le llama a eso…? ¿Destino, karma, providencia divina? Da igual. Da igual, nos hemos reencontrado, como tú mismo has dicho, “en una esquina en plena calle”, todo esto es maravilloso, ¿pero sabes qué es lo que temo ahora? Que no sepamos rebobinar la cinta y parezcamos unos decrépitos actores jubilados recordando enternecidos como actuaron antaño en Tristán e Isolda. Porque, además de los gratos recuerdos de funciones de despedida de los escenarios, celebradas con champán y todo, hay cosas que ocurrieron entre bastidores y que es mejor dejar en paz.

-¿Por ejemplo? –Ella no contesta a mi pregunta. Pregunto con cautela-: ¿Ha ocurrido algo… entre bastidores… de ayer a hoy? ¿Algo con tu marido?

-No. Con mi marido no. Ocurrió mucho antes. Pero prefiero que no toquemos recuerdos prohibidos.

-Ya. ¿Y cuáles son esos recuerdos prohibidos?

-Los que nos amargan la vida. La vida real que vivimos hoy. Porque entre las hojas del pasado no solo hay violetas desecadas, sino también cardos. Odio y cuentas sin saldar. Y preguntas sin respuesta. Ahora, después de la caída del comunismo, se ha puesto de moda hacernos los mártires y regodearnos en el odio. Sobre todo ante los extranjeros. La gente hurga obsesivamente en los recuerdos, buscando con qué alimentar ese odio. Algunos incluso odian sin tener donde hurgar y sin poder encontrar nada hurgando. Pero dejemos el pasado en paz, lo que tenía que pasar, pasó. Lo que fue, fue. La parte más bonita de la historia queda detrás de nosotros, cuando yo me transformaba en mujer y tú, todavía un tonto de remate, devorabas a mi madre con los ojos. Pero en fin, dejémoslo.

Me pierdo en mis pensamientos y aparto un rizo que le cae sobre el rostro. Entre sus cabellos de reflejos cobrizos se esconde un traicionero mechón grisáceo.

-Mi querida Isolda… ¿No me vas a contar lo que ocurrió? ¿O se trata de un acceso tardío de celos de tu propia madre?

Ella saca de su bolsillo un paquete de cigarrillos baratos, me ofrece uno con un gesto mecánico y yo lo rechazo silenciosamente. Enciende el suyo, dispersa el humo con el dorso de la mano y mirando a lo lejos, hacia los azules Ródopes, dice, impasible:

No has entendido nada, mi querido Tristán: no siento celos de nadie. Ni de ella ni de ti. Además, hace mucho que ella ya no está, mientras que tú estás aquí. Aunque sea por muy poco. Fui yo quien te buscó, y no tú a mí, ¿verdad? ¡Y para serte franca, me alegro de que nos hayamos visto! Pero todo relato tiene su intriga. La nuestra no está en el encuentro de ahora, sino en nuestra separación de entonces…

Yo me daba cuenta de que ella temía algún recuerdo concreto, capaz de despertar a aquellos monstruos vagos y borrosos que duermen en cada uno de nosotros y se adueñan de nuestros sueños y pasiones. Estuve hojeando en mi alma el diario no escrito de aquellos días y no descubrí nada, nada que pudiera habernos separado. Bastante más tarde lo comprendí: habíamos estudiado en la misma escuela y caminado por la misma ciudad y bajo el mismo cielo, pero habíamos estado viviendo en mundos diferentes. Y yo había conocido el suyo muy poco.

Ella dijo:

-Entre ahora y entonces median años luz. Espacios cósmicos insuperables. No tratemos de franquearlos.

(Berto y Araxi están visitando una exposición de artistas locales que exponen lienzos sobre su ciudad)

-¿Existió alguna vez un Plovdiv así? –pregunto.

-¿Por qué alguna vez? Hoy aún existe, aquí, en los lienzos –contesta Araxi.

-Quiero decir que tal vez haya existido sólo en la imaginación de los pintores y jamás en la realidad.

-La imaginación no es otra cosa que un agregado de la realidad. El Infierno de Dante, Tannhäuser, La Última Cena… todas estas obras son reencarnaciones de la vida real. Como la Virgen del icono georgiano. La que estuvisteis contemplando el otro día, ¿te acuerdas? ¿No es única siendo tan real y tangible? O los cuentos, hasta los más fantásticos: el Principito, Alicia, la lámpara mágica de Aladino… y ese extraño Karlsson que vive encima del tejado. Todo es realidad si existe bajo alguna forma, aunque sea en espacios paralelos o virtuales: ellos también forman parte de la existencia. Tal vez incluso su parte más verdadera y más humana.

La idea me parece divertida: incorporar al mundo real todo el universo inabarcable de la imaginación humana.

-Claro, tú eres artista. Para vosotros realidad e imaginación van de la mano y se complementan mutuamente sin que haya líneas divisorias…

Ella no responde enseguida, sino que me dedica una mirada peculiar en la que leo una indecible tristeza.

-Sí las hay, Berto. Sí hay líneas divisorias. Por ejemplo entre nosotros dos. Y ahora estamos a punto de violarlas penetrando en un espacio prohibido. No paralelo, sino prohibido. Un antimundo de lo intocable. En vano tratamos de rozarnos y enmendar lo que desaprovechamos de nuestra infancia real, que desde hace mucho no es más que una magnitud imaginaria. La raíz cuadrada de menos uno. En semejante espacio existe también nuestro querido Kostas Papadopoulos, Kostaki el Eterno, en singular combate con sus recuerdos de bromuro… ¿cómo era?

-Bromuro de plata.

-La vida tal como es y la vida tal como quisiéramos que fuera. Por ahí es por donde pasa la frontera. Lo que ocurrió y quisiéramos que no hubiera ocurrido. O que hubiera ocurrido de otra manera. Caminos por los que hemos andado y que resultaron equivocados, y otros de los que hicimos caso omiso pero que tal vez eran los certeros. En algunas cosas nos precipitamos y en otras nos retrasamos, siempre hicimos las cosas a destiempo y nunca dimos con el instante preciso. ¡Y el pájaro azul echó a volar! Lo que fue es irreversible. No son posibles las correcciones con efecto retroactivo, no tenemos derecho a un segundo intento, como los atletas. No podemos recomponer el puzzle para obtener una imagen distinta.

(En casa del anciano Kostas, tomando un té y contemplando fotos de acontecimientos del pasado)

Con las gafas sobre la punta de la nariz, Kostaki ha extendido un casete fotográfico enrollado, de los que antes llamábamos de “seis por nueve”, e intenta ver a contraluz las imágenes que figuran en él.

-Aquí está la primera granja cooperativa. Aquí estáis vosotros con el profesor Stóichev, y la banda de música de la guarnición. ¡Sí, aquí está! Cuando removieron el cementerio turco. Fue un gran pecado, Berto dzhan, un gran pecado. ¡No se debe hacer la guerra contra los muertos!

-Siempre se ha hecho –digo- y se hará. Pero los vencidos siempre serán los vivos.

Araxi se ha inclinado sobre su taza de té, bebe y nos observa en silencio a través del vapor.

-Qué más da: ¡la función ha terminado!

Kostaki enrosca la cinta “seis por nueve”, la coloca en el cenicero delante de él y antes de que adivinemos su intención, raspa una cerilla y la enciende. El celuloide se consume rápido, siseando y echando una llama espesa y nauseabunda.

-¿Pero qué haces? –exclamo.

-Hay cosas, dzhan, que más vale que no se recuerden. Dejemos que la hierba vuelva a crecer.

(Sobre este mismo asunto –la marcha de los turcos por no haber respetado un antiguo cementerio suyo, para construir la primera “cooperativa socialista” del pueblo- ya había reflexionado en el pasado el abuelo de Berto, el Borrachón)

-No debían marcharse. Se cometen errores, pero se perdonan. Todo podría haberse arreglado.

-Hay cosas, compadre, que no se arreglan así de fácil… ¿Sabes qué retiene al barco en el muelle? ¡El ancla! Si no, la tempestad se lo lleva. ¿Y sabes cuál es nuestra ancla? Los muertos, amigo, los muertos. ¡Un ancla hundida en la tierra! La vida es como un rosario: se va un hombre y viene otro. ¡Mira!

Y el Borrachón comenzó a pasar una tras otra las cuentas del rosario de ámbar de Tierra Santa que le había regalado Ibrahim hodja.

-¡Ancestros… abuelos… padres… hijos… nietos… biznietos! Esta cadena que ensarta a tantas generaciones es un gran misterio, maestro. Une a los que están bajo tierra con los demás, los que caminamos por su superficie. Verstehen?



Autor: Ángel WAGENSTEIN
Título: Lejos de Toledo
Editorial: Libros del Asteroide, Barcelona, 2002, pp. (119-121, 192-193, 216-217, 228)