La vocación esencial de la mujer

Si en el orden de la creación el misterio de la mujer es el de ser entregada a Adán para que Adán no esté solo (Gn 2, 18), los Evangelios muestran que, en el orden de la Redención, este misterio se prolonga y se despliega en un nuevo misterio: la mujer es la que no deja a Jesús solo. Si comparamos la vocación de Zaqueo (Lc 19, 1-10) con la de la mujer pecadora (Lc 7, 36-50), vemos que la gratitud de Zaqueo se expresa en el servicio indirecto de Jesús, a través de los pobres; en cambio la gratitud de la mujer convertida es servir la persona misma de Jesús a la que ofrece lo que ella tiene de más valioso: su perfume. Cuando la mujer acoge a Jesús lo hace “cara a cara”, en una consagración de amor hacia su persona que quiere ser inmediata, directa, personal.

Las mujeres siguen a Jesús en sus desplazamientos sin que él se lo haya pedido; incluso las que son casadas; y el Señor las deja hacer. Ellas le acompañan hasta allí donde los apóstoles (excepto Juan) no se atreverán a ir: hasta la muerte y hasta el sepulcro (Jn 19, 25-27; Mc 15, 40-41 y 47). Los apóstoles en cambio siguen a Jesús porque él los ha elegido para un servicio y un ministerio específicos, para ser enviados en misión, para reproducir, con una fuerza específica, los gestos, las palabras y las acciones de Jesús, pero son muy lentos para pasar del ministerio activo, todavía exterior, a la intimidad de amor a la que, sin embargo, deberán llegar: “Simón de Juan ¿me amas más que estos?” (Jn 21, 15).

La actitud femenina por la que las mujeres “eligen” a Jesús ha sido ensalzada por él en las palabras dirigidas a Marta para proclamar “lo único necesario” (Lc 10, 41-42). Por eso resulta inimaginable que una mujer plantee la cuestión: “Y nosotros que lo hemos dejado todo para seguirte, ¿qué recompensa tendremos?” (Mt 19, 27). Las mujeres, en efecto, no siguen a Jesús porque él las ha llamado para ejercer un ministerio, sino por gratitud, porque ellas tienen la conciencia de haberlo recibido ya todo por adelantado; “todo”, es decir, el excesivo amor de Dios. Por eso ellas no esperan otra recompensa que la presencia de Jesús, que su compañía: ellas son eucaristía, acción de gracias.

La gracia propia de la mujer consiste, de este modo, en mostrar que la Iglesia no es, en primer lugar, una realidad estructural, sociológica o institucional, no es la fuerza anónima de un “pueblo de Dios” que camina detrás de su jefe, ni la realización humana de proyectos humanos, ni el resultado de métodos, sondeos o estructuras. La mujer está puesta en la Iglesia sin un ministerio determinado pero con una responsabilidad espiritual infinita: la de recordar que la Iglesia es, en primer lugar, una realidad “femenina”, “la Esposa”. Una realidad esponsal, mística, nupcial, sacramental. Una tierra fecundada, un corazón que escucha, que contempla y com-padece en la pasión de su único Amado.





Autor: Nicole ECHIVARD
Título: Femme, qui es-tu?
Editorial: Criterion, s. l.,1987, (pp. 77-88; 102; 115-116)