Domingo de Ramos

15 de agosto 

10 de abril de 2022

(Ciclo C - Año par)






PROCESIÓN:
MISA:
  • No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado (Is 50, 4-7)
  • Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal 21)
  • Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo (Flp 2, 6-11)
  • Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Lc 22, 14 - 23, 56)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

         

Homilía antes de la procesión:

Según san Lucas, fueron los discípulos quienes aclamaron a Jesús como rey. Ellos habían recorrido con Él los caminos de Galilea y de Judea y habían visto todos los milagros que Jesús había hecho, las “obras de poder” con las que Él manifestaba que Dios estaba, en Él y por Él, bendiciendo a su pueblo, cuidando de sus hijos, estableciendo su reino en medio de ellos. Y ahora lo aclamaban como rey “en nombre del Señor”, es decir, como el Mesías, el último y definitivo rey que Dios enviaba a su pueblo antes de instaurar por completo su reino.

Nosotros somos también sus discípulos, caminamos con Él, detrás de Él, siguiéndolo. Y experimentamos que, cuanto más unidos estamos a Él, cuanto más y mejor guardamos sus palabras y las ponemos en práctica, más alegría y esperanza hay en nuestro corazón, más crece en nosotros la capacidad de perdonar y de pedir perdón; experimentamos que Él nos va haciendo más sencillos, más dulces, más comprensivos, más fraternales. Y concluimos, con toda razón, que por Él y en Él, el Reino de Dios se va abriendo camino en nuestra vida.

Y eso es lo que vamos a proclamar ahora con el gesto sencillo de la procesión: presididos por la Cruz, que le representa a Él, iremos portando ramos de olivo, acompañándole, caminando detrás de Él, presididos por Él, y diciendo de este modo que Jesucristo es nuestro líder, nuestro rey, el que va a la cabeza de todos nosotros, que somos y queremos ser, cada vez más, su cuerpo, el lugar de su presencia personal en medio de los hombres. Queremos que los hombres nos vean y digan “son los suyos”, los de Jesús el Nazareno. Porque ese es nuestro orgullo, nuestro timbre de gloria.

Homilía de la misa:

Cuando estamos enfermos o cuando tenemos un sufrimiento muy fuerte, los hombres solemos replegarnos sobre nosotros mismos y, como se suele decir, “no estamos para nada ni para nadie”: tenemos bastante con atender a nuestro dolor. En esos momentos los demás nos parecen unos seres más o menos lejanos a los que nos cuesta mucho escuchar y atender en su situación personal.

Lo que llama la atención en el relato de la pasión según san Lucas, que acabamos de escuchar, es que el Señor vivió el inmenso dolor -físico y espiritual- de su pasión, estando por completo pendiente de los demás, acogiendo a cada persona o grupo de personas en su situación singular y teniendo para cada uno de ellos una palabra especial que les ayudara a alcanzar la salvación. Es como si el Señor se hubiera olvidado por completo del propio dolor y estuviera tan solo pendiente de cada hombre.

Ya durante la cena vemos que tiene una palabra de agradecimiento para los apóstoles por su fidelidad hacia él: “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas”, y una promesa de participar en su gloria: “Yo preparo para vosotros un reino”. Después tiene una palabra personal y específica para Pedro, puesto que a él le ha encargado la misión de “dar firmeza” en la fe a sus hermanos, y le dice que ha rezado de manera especial por él.

Y al inicio propiamente de la pasión, Jesús se dirige a Judas llamándole por su nombre, por el mismo nombre con el que le llamó a su seguimiento y le invitó a vivir en comunión íntima con él. Al pronunciar su nombre le está recordando su elección y el contraste que hay entre el beso, signo de amistad y de amor, y la traición. Es como un último intento de reconducir a Judas a la comunión con él. Jesús se preocupa también del siervo del sumo sacerdote herido y lo cura: no quiere herir a nadie, ni siquiera a sus enemigos. Después vuelve a tener un detalle con Pedro a quien dirige una mirada, llena de ternura y de misericordia, cuando le acaba de negar por tercera vez.

En el camino hacia la cruz se encuentra con un grupo de mujeres que lloran por él y él, sin embargo, piensa en el destino que aguarda a esas mujeres y a todos los habitantes de Jerusalén y les anima a convertirse. Y cuando ya está en la cruz, ora por sus enemigos –el pueblo, las autoridades, los soldados- suplicando el perdón para ellos. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Y finalmente escucha la oración del buen ladrón y pronuncia las benditas palabras: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Todo esto nos muestra el contenido del corazón de Cristo, en el que hay un amor hacia cada hombre, hacia todo hombre, por el que quiere que todos alcancen la salvación, que ninguno se pierda. Le damos gracias por este apasionado amor y prometemos entregarnos a él.