Creer y orar en la vejez

Con la llegada inesperada de la vejez, cambia la fe y, sobre todo, la oración. La fe se despoja, se desnuda y a menudo crecen las dudas. La vejez no es el tiempo de la fe fácil, porque afloran muchas preguntas que parecían mudas en medio de la fiebre de la vida activa. Llega uno a plantearse incluso la pregunta de si nos habremos equivocado en todo, si no habrá sido todo una gran y duradera ilusión… Fuerzas oscuras invaden el corazón del viejo y oscurecen aquella relación tan límpida y transparente vivida con aquel “tú” invocado antes como Dios y Señor. No es que el Señor guarde silencio, haya enmudecido o casi se divirtiera sometiéndonos a la prueba: no, somos nosotros los que sabemos escuchar menos y vacilamos por oligopistía, por “poca fe” (Mt 17, 20). Según mi propia experiencia, lo que nos permite superar cada día las dudas y vencer la tentación de la insignificancia es el amor a Jesucristo. Se puede debilitar la fe, pero el amor se refuerza: y como el amor es la única fuerza que está en condiciones de vencer a la muerte, vence también así el debilitamiento de la fe.

Signo del cambio de la fe es la forma de la oración, este tutear a Dios después de haber escuchado su voz sutil presente en su palabra, en los otros y en la vida cotidiana. Ya no se reza de rodillas o postrado, porque el cuerpo se cansa al tomar ciertas posiciones; se reza tal vez mucho tiempo sentado, con la mirada no perdida en el vacío, sino en busca de lo invisible. En ocasiones, los ancianos parecen dormir cuando rezan, y puede suceder que en realidad estén adormecidos, pero su ofrenda de un cuerpo viejo y cansado, su estar ante la Presencia que invocan es, de por sí, oración. Tal vez no digan muchas oraciones, pero tiene la posibilidad de “ser oración”: oración susurrada, oración como movimientos de unos labios mudos, oración como repetición de fórmulas aprendidas de pequeños, invocaciones como jaculae, como flechas lanzadas. Y si la oración es un juicio, en el caso de los viejos es permanecer expuestos a la luz de Dios sin protección y sin defensas.

“Los viejos saben que el Señor sabe y que no tienen necesidad de hacerlo tan largo”, decían y siguen diciendo los ancianos que conozco. Verdaderamente, envejece la oración en su forma, hasta que llega la hora en que se dice únicamente un “sí”, “amén” y ninguna otra palabra, porque ya no quedan más fuerzas. He conocido a monjes que, en las últimas horas antes del éxodo de este mundo, no querían tener ante ellos más que un icono. Sus miradas lo buscaban, intentaban fijar sus ojos en él, y algunas veces aparecían las lágrimas y otras un esbozo de sonrisa en un diálogo mudo.

Orar es, ante todo, escuchar y ser conscientes de una presencia que, aunque ya no es posible de alcanzar verbalmente, se sigue invocando de todos modos, mirando su imagen. Las oraciones de los viejos presentes en la Biblia o en la tradición cristiana ya no se recitan, sino que solo se viven.



Autor: Enzo BIANCHI

Título: La vida y los días. Sobre la vejez

Editorial: Sal Terrae, 2019, (pp. 104-106)




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