14 de noviembre de 2021
(Ciclo B - Año impar)
- Entonces se salvará tu pueblo (Dan 12, 1-3)
- Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti (Sal 15)
- Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados (Heb 10, 11-14. 18)
- Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos (Mc 13, 24-32)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
En el evangelio de hoy encontramos,
queridos hermanos, tres afirmaciones a propósito del final de la historia
humana y tres recomendaciones sobre la manera de vivir el tiempo presente.
La primera afirmación sobre el fin del
mundo es que el mundo, efectivamente, tendrá un final. Todo esto significa que
el mundo, en su condición actual, no es la última obra de Dios, puesto que Dios
no ha agotado su poder creador con la creación de este mundo en el que estamos, sino que Él llevará más allá el mundo
actual, mediante una nueva creación, tal como leemos en el Apocalipsis: “Mira que hago nuevas todas las cosas” (Ap
21,5); y también: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva -porque el
primer cielo y la primera tierra desaparecieron” (Ap 21,1). La creación la hizo
Dios por su Palabra y por eso recuerda Jesús que “el cielo y la tierra pasarán
pero mis palabras no pasarán”. Y sus palabras tienen poder para crear un mundo
nuevo.
La segunda afirmación nos dice que,
con el fin del mundo, desaparecerá la separación entre el ámbito en el que Dios
está presente y se hace directamente accesible (el cielo) y el ámbito en el que
nosotros vivimos (la tierra): “Entonces verán
venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. Lo que
ahora no se ve -Cristo en su gloria-,
entonces se verá: quedará patente, a
los ojos de todos, el reinado de Dios. Ahora Dios reina en el cielo y aquí en la
tierra las cosas van como van. Cuando vuelva el Señor, su reinado se extenderá
también y por completo a la tierra.
Y en tercer lugar el Señor nos dice
que cuando Él vuelva reunirá a sus elegidos “de los cuatro vientos, del extremo
de la tierra al extremo del cielo”. Los elegidos del Señor hoy estamos
dispersos por toda la tierra: somos “los suyos”, su familia -“¿Quién es mi madre
y mis hermanos? (…) Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi
hermana y mi madre” (Mc 3,33-35)- y Él va a venir a reunirnos a todos y a
llevarnos a la casa del Padre para celebrar allí la fiesta que no tiene fin.
Pero ahora vivimos en la dispersión: en una misma familia, en una misma ciudad,
en una misma nación, unos son de Cristo y otros no lo son (aunque sólo el Señor
conoce a los suyos, como dice San Agustín). Hay cristianos que están dispersos
y ocultos en los países musulmanes.
La Eucaristía de cada domingo es como
un anticipo de esa reunión final que hará el Señor: nos reunimos en su Nombre y
Él viene sacramentalmente a nosotros, nos habla y se nos da como alimento; y
todo esto es como un anticipo de lo que el Señor hará cuando Él venga, no ya en
la humildad del sacramento, sino en la majestad de su gloria. Por eso en cada
Eucaristía “nos acordamos de lo que vendrá”, como dicen los Padres de la
Iglesia.
El Señor nos inculca también tres
actitudes para vivir el tiempo presente, el discurrir de nuestra historia
personal, inserta en la historia de toda la humanidad. La primera de ellas es no encerrarse en el momento presente, no
vivirlo como si esto fuera todo, porque no lo es: el presente anuncia
el tiempo futuro (parábola de la higuera), y debemos vivirlo teniendo en cuenta
ese futuro que viene.
La segunda es la recomendación de no especular con fechas, a no
estar preocupados con la cronología, con el cuándo.
La razón profunda de esta recomendación es que todo depende de la libertad de Dios. Con el fin del mundo ocurre
como con la muerte personal de cada uno: es un encuentro con Dios, con Jesús
que viene a buscarnos, y Él viene cuando Él quiere. La libertad de Dios no es
programable.
La tercera es vivir el tiempo presente con el convencimiento de que “el Señor está
viniendo”. Y esto vale, muy en especial, de los desajustes cósmicos, de
los terremotos, de las inundaciones, de las sequías, de los tsunamis, de las
alteraciones meteorológicas notables. El Señor nos invita a ver en todo ello un
signo de que Él está viniendo y, en
consecuencia, a vivirlo como una invitación a prepararnos a Su venida, al
encuentro con Él.
Que el Señor nos conceda vivir estas actitudes, es decir, ser suyos y vivir de cara a Él. Que así sea.