XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

5 de septiembre de 2021

(Ciclo B - Año impar)






  • Los oídos de los sordos se abrirán, y cantará la lengua del mudo (Is 35, 4-7a)
  • Alaba, alma mía, al Señor (Sal 145)
  • ¿Acaso no eligió Dios a los pobres como herederos del Reino? (Sant 2, 1-5)
  • Hace oír a los sordos y hablar a los mudos (Mc 7, 31-37)
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          El evangelio de hoy, queridos hermanos, transcurre en la Decápolis, es decir, en el territorio pagano fronterizo con Israel. Este detalle es como un guiño con el que san Marcos nos está indicando que la persona y la acción salvadora de Jesús no está reservada solo a los judíos, sino que él ha venido para ofrecer la salvación de Dios a todos los hombres. El hombre que estaba sordo y que apenas podía hablar es como un símbolo de una comunión que está bloqueada, que está afectada por unas trabas que la hacen muy difícil, casi imposible. Y la acción de Jesús va a quitar esas trabas para que ese hombre pueda vivir plenamente la comunión con los demás.

          La manera como el Señor realiza esta “obra de poder” es muy significativa, porque busca un contacto corporal con el sordomudo, poniendo sus dedos dentro de sus oídos y depositando propia saliva sobre su lengua trabada. Este modo de proceder es como un símbolo de lo que es la vida cristiana: un contacto personal con Cristo, el Señor, quien, tocando nuestro cuerpo con su propio cuerpo –lo que ocurre fundamentalmente en la Eucaristía y en los demás sacramentos- va curando nuestras heridas y venciendo las resistencias y las trabas que hay en cada uno de nosotros para poder vivir en comunión plena con los demás.

          También es muy significativo el hecho de que el acto propio de curación lo realiza el Señor “mirando al cielo”, es decir, poniendo de relieve su comunión íntima con el Padre del cielo, sin el cual él no es ni existe, ni tiene ningún poder; “suspirando”, lo cual remite a su aliento, es decir, al Espíritu Santo, bajo cuyo impulso actúa siempre (Mc 1,12; Lc 4,1.14). La comunión con los hombres que va a ser hecha posible por la curación que va a realizar Jesús, es un don del cielo, es una obra de Dios: sin comunión con Dios, no es posible la comunión con los hombres. Y la palabra que pronuncia Cristo para curarlo es también muy significativa: “ábrete”; las puertas de la comunión hasta ahora cerradas van a ser abiertas por la acción sanadora de Cristo.

          El evangelista añade que “hablaba correctamente”. Debemos entender no sólo la corrección fonética y vocal sino la corrección espiritual de su lenguaje. Pues todos sabemos que el lenguaje es un terreno donde el hombre fácilmente destruye o hace casi imposible la comunión por la cantidad de cosas superfluas, insensatas, malévolas y ofensivas que se dicen, tal como recuerda, con mucha fuerza, el apóstol Santiago: “La lengua es fuego, es un mundo de iniquidad (…) es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición” (St 3,6.8-9).

          El evangelio termina con la exclamación de los hombres que dicen de Cristo: “Todo lo ha hecho bien”. Estas palabras recuerdan las que dijo Dios al terminar la creación. “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1,31). De este modo san Marcos nos está indicando que, con Cristo y su acción salvadora, se está realizando la segunda y definitiva creación, la creación que va a reparar todas las miserias que el pecado de Adán introdujo en la primera creación. Con Jesús llega a nuestro mundo una nueva voluntad y un nuevo poder, y, al mismo tiempo, la esperanza de que la situación actual cambiará, de que toda la miseria quedará superada por la fuerza y el poder del Señor. Todo lo cual se manifestará espléndidamente en la resurrección de Jesucristo.

          “Nada preferir al amor de Cristo” (San Benito).