XXV Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

19 de septiembre de 2021

(Ciclo B - Año impar)






  • Lo condenaremos a muerte ignominiosa (Sab 2, 12. 17-20)
  • El Señor sostiene mi vida (Sal 53)
  • El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz (Sant 3, 16 - 4, 3)
  • El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos (Mc 9, 30-37)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

(El segundo anuncio)

El domingo pasado escuchamos el primer anuncio que hizo el Señor de su pasión a los discípulos; hoy escuchamos el segundo, y todavía les hará un tercer anuncio del mismo misterio: que su ser el Mesías se cumplirá a través del sufrimiento. La manera en que lo hace hoy tiene un matiz muy importante: “El Hijo del hombre va  a ser entregado en manos…”. Surge inmediatamente la pregunta: ¿Quién lo entregará? Más adelante el evangelio de Marcos responderá a esta pregunta diciendo que fue Judas (14, 10), los sumos sacerdotes (15, 1) y Pilato (15, 15). Pero esta fórmula pasiva (“ser entregado”) se utiliza habitualmente, entre los judíos, para designar, sin nombrarlo, por respeto a su santo nombre, a Dios. En consecuencia se nos está diciendo que, en la pasión del Señor, no se tratará sólo de la acción de los hombres, sino de una misteriosa acción salvadora de Dios: que es Dios mismo quien querrá y estará presente en esa historia de dolor, que es la pasión de Cristo, salvando al mundo. 

(La enseñanza)

Los discípulos siguen cerrados a este misterio del Mesías sufriente; su cerrazón se muestra en el hecho de que “les daba miedo preguntarle”. Por eso Jesús va a insistir en su enseñanza en un marco ideal: están en casa, en Cafarnaúm, sin la presión de las muchedumbres, de la gente, de los enfermos. 
Dice san Marcos que Jesús “se sentó”: es la posición del que enseña con autoridad (cf. 4, 1). Va, pues, a impartir una enseñanza importante. Dice también que “llamó a los Doce”. Esta expresión es poco frecuente en Marcos y por ello se nos está indicando que la enseñanza que va a impartir es especialmente importante para “los Doce”, que van a ser los responsables de la Iglesia, los que van a gobernar la Iglesia. Y en ese marco de intimidad y tranquilidad, y con estos matices de solemnidad, Jesús vuelve a la carga con su enseñanza sobre el Mesías sufriente. 

Como buen rabino, Jesús empieza su enseñanza con una pregunta: “¿De qué discutíais por el camino?”. Ellos no contestan porque están avergonzados: su Maestro les habla de rechazo, sufrimiento, muerte y resurrección y ellos están preocupados por saber quién es “el más importante” de todos ellos. El contraste, pues, entre el Maestro y los discípulos es flagrante. Sin embargo Jesús no denigra la preocupación por la “importancia”, sino que sencillamente les va a decir dónde radica la verdadera “importancia”: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. 

- El último. Ser el “último” consiste en preocuparme de mis cosas en último lugar, en anteponer a los demás en mi solicitud por arreglar las cosas, por solucionar los problemas. Ser el último es, pues, una actitud, que la puede tener -o no- el que ocupa el primer puesto en una jerarquía social. Tanto el rector de una universidad como el conserje de esa misma universidad pueden tener -o no tener- esa actitud: depende de su libertad. El egoísta nunca la tiene, porque para él lo primero es siempre lo suyo, el que ama, en cambio, la tiene siempre, porque para él lo primero es siempre lo que necesita el otro.

- El servidor quiere decir el que ayuda a vivir, a crecer, a caminar.

- De todos, es decir, situándose ante todo el mundo en la actitud del servidor, queriendo que todos sean. Que todos crezcan, que todos caminen en la buena dirección. “De todos” quiere también decir que no excluyo a nadie de esta voluntad de bien, ninguna persona ni ningún grupo humano queda excluido.

(El gesto)

Y para ilustrar de algún modo esta enseñanza, Jesús hace un gesto: poner un niño en le centro de los Doce y abrazarlo. El gesto es desconcertante porque en el mundo antiguo los niños no eran valorados de manera especial. Más bien se tendía a ver en ellos unos seres incapaces todavía de pensar y de razonar como hay que hacerlo. En el judaísmo normalmente se les excluía de la comunidad religiosa porque todavía ignoraban la torah, la ley del Señor. El niño es, pues, aquí, un símbolo de los que no son socialmente relevantes, de los que no cuentan porque no tienen peso social y culturalmente hablando, de los que nadie se toma en serio. 

Y Jesús termina su enseñanza diciendo: “el que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí (…) y al que me ha enviado”, es decir, a Dios. Porque para Dios todos los hombres que él ha creado son valiosos y Dios se complace en acoger y amar más a los que cuentan menos desde el punto de vista social. Así muestra Dios su libertad y su grandeza: él no se deja guiar por los criterios humanos. “hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido donde colocar sus polluelos: tus altares Señor del universo, Rey mío y Dios mío” (Sal 83, 4).