Lourdes: una parábola sobre la oración

En mi primera visita a Lourdes yo misma había participado en esa fila interminable de personas, de las más variadas condiciones, que, acunadas por interminables cantos a María, hacían cola para acceder a la gruta y tocar la piedra. Yo también esperaba mi turno para sentir, bajo la palma de mi mano, los millones de otras palmas que habían pasado antes de mí. Todas esas palmas habían erosionado y pulido la piedra fría y húmeda de la gruta, hasta el punto de curvarla y de volverla sedosa bajo los dedos.

Que las manos en una caricia hubieran podido modificar la rugosidad de la piedra ya era, para mí, como un milagro. Caricias ligeras o apretadas, llenas de esperanza o temerosas, curiosas o regadas de lágrimas… esas caricias sobre la piedra expresaban el corazón de los que habían ido y modificaban imperceptiblemente su textura. La de la piedra y la del corazón. ¡Misterioso poder de la caricia! Desde siempre  el océano ha modificado las rocas que baña, pero que la caricia tenga también ese poder es algo que me emociona de manera profunda.

¿Será que la caricia lo puede todo porque puede penetrar lo impenetrable? Porque en este caso no estamos ante una caricia cualquiera, sino ante una caricia que es una palabra de lo Humano dirigida a lo Divino, una palabra del hombre dirigida a Dios y de Dios dirigida al hombre. Es una metáfora de ese misterioso diálogo que se da en cada uno de nosotros y que tiene mucho que ver con la confianza. Una confianza que se dice a través de un gesto simple, dado, visible, que deja huellas visibles a simple vista. Y la respuesta de la piedra consiste en dejarse erosionar, en consentir en que un vacío y una oquedad se abran en su propio seno.

Una verdadera parábola sobre la oración.



Autor: Isabelle LE BOURGEOIS

Título: Le Dieu des abîmes. À l’écoute des âmes brisées

Editorial: Albin Michel, Paris, 2020, (pp. 138-139)






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