XVI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

18 de julio de 2021

(Ciclo B - Año impar)






  • Reuniré el resto de mis ovejas, y les pondré pastores (Jer 23, 1-6)
  • El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 22)
  • Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno (Ef 2, 13-18)
  • Andaban como ovejas que no tienen pastor (Mc 6, 30-34)
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          Los apóstoles le contaron (a Jesús) todo lo que habían hecho y enseñado. Después de su primera misión, los apóstoles dan cuenta al Señor de todo lo que han hecho, porque ellos saben que no tienen ninguna legitimidad fuera del envío del Señor y que todo lo que ellos han dicho y hecho ha sido un encargo que el Señor les ha dado, y que, por lo tanto, ellos responden ante Él. Los apóstoles -la Iglesia, por lo tanto- dependen por completo del Señor, ante el cual tienen que “dar cuenta”. Esto también vale de cada uno de nosotros, que tendremos que dar cuenta ante Dios de todo lo que hemos dicho y hecho con los dones que Él nos ha dado, el primero de los cuales es el ser, la vida, la existencia.

          Venid vosotros solos a descansar un poco. El Señor se preocupa del descanso de los apóstoles. Para Él la vida no se nos ha dado para trabajar, trabajar y seguir trabajando, sino también para descansar, para contemplar, para recuperar el propio ser. El Señor no es hiperactivo, ni es de los que confunden la vitalidad con la agitación. Él quiere que estemos presentes en todo lo que hacemos con una presencia verdaderamente humana, personal; y para eso es imprescindible descansar, recuperarse, unificar el propio ser.

          Muchas personas no saben descansar porque tiene miedo al silencio, no saben hacer silencio para percibir la presencia del Señor y unirse a Él. Pues el descanso tiene que consistir en estar más íntimamente con Él. Por eso dice “venid” y no dice “marchaos”. Lo que de verdad descansa el corazón del hombre y le permite unificarse y recuperarse es la intimidad con Jesús. Hacer de las vacaciones un tiempo de alejamiento de Dios es la mejor manera de asegurarse un desastre. “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os daré descanso” (Mt 11,28).

          Le dio lástima de ellos, porque andaban como oveja sin pastor. El Señor cree que los hombres necesitamos pastores, necesitamos alguien que nos conduzca, que nos guíe. Porque la vida es muy compleja y para el hombre es muy fácil confundirse. Es cierto que, al orgullo humano, le cuesta reconocer que necesita pastores; pero no por ello dejamos de necesitar la ayuda de alguien que tenga más experiencia y que nos ame de verdad, que quiera nuestro bien. La función del pastor es como la del padre: alguien que ayuda a crecer, que indica cuáles son los caminos que nos hacen crecer y cuáles los que nos llevan al abismo. Una de las desgracias mayores de nuestro tiempo es la crisis de paternidad, lo difícil que es encontrar a alguien que nos haga de padre –no de ‘colega’, ni de ‘amigo’, ni de ‘compa’. El Señor siente lástima al ver a aquellas gentes así, como sin duda sigue sintiendo lástima al ver a tantos hombres, y en especial a tantos jóvenes, que verdaderamente no saben adonde ir.

          Y se puso a enseñarles con calma. El Señor está dispuesto a hacernos de padre, a ser nuestro pastor. La primera necesidad que tiene el hombre es la Verdad (y no el afecto, como muchos creen), y por eso Jesús se pone a enseñar. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Jesús da, antes que nada, el alimento del alma, que es la luz de la Verdad, para que el hombre pueda vivir según su dignidad. A continuación, como nos cuenta san Marcos, les dará también el alimento del cuerpo, multiplicando los panes y los peces. Pero las cosas deben de seguir la justa jerarquía. Cuando sólo hay preocupación por las necesidades materiales, se trata al hombre como un animal de engorde, ignorando su dignidad, que le viene de su apertura a la Verdad.